miércoles, 23 de noviembre de 2016

MI TIO DARIO MARAVALL


En el largo pasillo de su casa tenía unas estanterías metálicas donde guardaba los libros que iba publicando. El que más me llamaba la atención era uno que se llamaba “Filosofía de las matemáticas”. No me entraba en mi cabeza que se pudiera escribir  sobre eso, precisamente las dos asignaturas que menos me gustaron en el bachillerato.

Así era mi tío Darío. Un ingeniero agrónomo humanista, que cualquier día te sorprendía con una cita de Stalin, de Trotski o de Mao-Tse-Tung. Que sabía miles de anécdotas de la historia, que contaba con un tono mezcla de socarrón y sabio.

Era risueño, simpático, charlatán y muy tragón. Como mi padre. Fumador de puros, como mi padre. Cuando a las nueve y media de la noche cada dos domingos, que venía a mi casa a merendar con la tía Lilis, mis padres nos dejaban entrar a los niños en el cuarto de estar, aquello parecía una taberna de un puerto irlandés. Una espesa nube de humo de cigarros puros lo cubría todo; no se cómo mi madre y mi tía soportaban a aquellos dos maridos fumadores de puros. Todo lo que sobraba de humo faltaba de aperitivos, se lo habían zampado todo o casi todo.

Darío tenía diez años menos que mi padre y también era más joven que su mujer, algo que a los niños nos sorprendía mucho. Se casó con la hermana de mi madre, a los pocos meses de lo que hubieran hecho mis padres. Mi padre se quejaba de que al ser el segundo Maravall ,y sobre todo el segundo valenciano, que entraba en la elegante familia santanderina de mis abuelos maternos, todo le había resultado más fácil. Mi abuela no le puso la proa de forma tan obstinada como lo hizo con el primero de la saga. Y así fuimos 9 primos que teníamos los mismos apellidos desde el principio al final. Dos chicos y siete chicas. Cuando comíamos en casa de mi abuela, el matriarcado era impresionante, en total eran cuatro hombres y trece mujeres. El tío Darío y mi padre lo llevaban razonablemente bien.

Como llevaron razonablemente bien ir haciéndose cada vez mas piadosos, ellos que procedían de una familia de derechas, pero liberales y algo librepensadores, a juzgar por los libros que había en la casa de mis abuelos paternos en Madrid y en Xativa. Pero pudieron más los esfuerzos incansables de sus dos devotas mujeres.   

Lo que no consiguieron fue que bailaran bien y eso que les gustaba mucho. En verano casi todas las noches se iban a bailar a la gran terraza del Hotel Bayren de Gandía. A los niños nos hacía mucha gracia verlos bailar, como si eso ya no fuera propio de personas que ya tenían ¡más de 40 años!

En cambio los maridos lograron que sus elegantes esposas se volvieran “mediterráneas” en la manera de vestir, abandonando las rígidas modas de dos jóvenes “topolinos” de la calle Serrano o de General Mola, que eran donde vivían de solteras.

Mi tío Darío y mi padre fueron muy comilones, aunque lo compensaban por ser tremendamente andarines. Ya de mayores controlaban todas las exposiciones de pintura y saraos culturales que se celebraban en Madrid y se presentaban al cocktail inaugural, poniéndose las botas y algo más. Como se guardaban en los bolsillos sándwiches y otros aperitivos, sus mujeres decidieron hacerles unos dobles bolsillos, para que al menos no trajeran manchados los pantalones.

Lo mejor de todo es que estaban enamoradísimos de sus mujeres. Y cuando llevaban encima una copita, empezaban a piropearlas cada vez más alto y con más desparpajo. Mi madre y mi tía Lilis se morían de vergüenza y supongo que de secreta ilusión.

Al tío Darío le gustaba hablar de política. Como a mi padre y al tío José Antonio, el hermano mayor. Recuerdo las enormes discusiones que se traían cuando quedaban en los años 60 y comentaban “lo mal que estaba la situación”, el eufemismo que utilizaban para referirse al régimen franquista.

En los ultimo años el tío Darío, que había sido crítico con que yo me “metiera en líos” cuando la dictadura, por los disgustos que podía dar a mis padres y las consecuencias que podía tener para mí, me hablaba con frecuencia de que él en la guerra había conocido en Xativa a muchos “comunistas buenos” que salvaron a mucha gente de derechas. Y remachaba la idea, insistiéndome que la La Pasionaria había ayudado a muchas monjas. Era emocionante y tierno en esa manera de decirme que a pesar de los pesares él distinguía entre comunistas y comunistas.

El tío Darío nunca se jubiló ni en la vida ni en el trabajo ni en la simpatía. Por eso vivió más de 93 años. Murió ayer. Con él termina en mi familia toda la generación de mis padres y sobre todo terminan unas personas irrepetibles, llenas de valores, capaces, como decía al principio, de escribir un libro sobre la filosofía de las matemáticas, ser un gran sabio y a la vez una persona sencilla y popular.

Te echaremos de menos tío Darío.   

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