sábado, 14 de mayo de 2016

DILMA ROUSSEFF: UNA EXPULSION INDIGNA, UN MOTIVO DE REFLEXION


Lo que no consiguieron en las urnas democráticas, lo han logrado con maniobras parlamentarias y judiciales de dudosa legalidad y nula legitimidad: el Partido de los Trabajadores ha sido expulsado de la presidencia de Brasil.

En los últimos meses de del año 2002 escribí un articulo en la Gaceta Sindical de CCOO sobre el acoso de los mercados financieros a Lula da Silva, todavía candidato a la presidencia. Amenazas que se recrudecieron una vez ya próxima su toma de posesión. Los argumentos, que por cierto hemos oído en otros muchos sitios, incluidos nuestro país en 1982 y ahora también: los capitales saldrían, las empresas se deslocalizarían, no habría nuevas inversiones, la moneda se hundiría, la inflación y el paro se dispararían….etc.

Lula asumió la presidencia con un panorama económico y social muy difícil, herencia de gobiernos de centro derecha (aunque con nombres de apariencia progresista). La sorpresa fue que este obrero metalúrgico, esforzado sindicalista, creador de un partido de izquierdas, no solo no hundió Brasil, sino que consiguió una brillante etapa de crecimiento económico, fuerte disminución de la deuda, control de la inflación y el déficit, aumento del empleo y una impresionante disminución de la pobreza y el analfabetismo, males endémicos de ese país.

Lula logró poner a Brasil en el primer plano de la política internacional, impulsando las iniciativas de los grandes países emergentes. Se convirtió en un líder mundial respetado y un claro factor de atracción para otros muchos estados latinoamericanos, que querían compatibilizar democracia política, crecimiento económico y lucha contra la desigualdad. Incluso consiguió un buen entendimiento con Estados Unidos y en especial con el presidente Obama.

No voy caer en la beatificación de Lula, de sus gobiernos (fruto de complejísimos pactos variables), ni del Partido de los Trabajadores. Junto a sus impresionantes logros, cometieron errores, algunos muy serios. No consiguió evitar prácticas corruptas en el partido y en ámbitos del gobierno o de las empresas públicas, ni tampoco escapó al clientelismo. Tomó decisiones muy discutibles, guiado por el afán de dar realce mediático internacional a Brasil, sin tener en cuenta los inmensos costes que ello conllevaba (Olimpiadas y Mundial de Futbol).

Dilma Rousseff, asumió la presidencia el 1 de enero del 2011, cuando se percibían en el horizonte algunos importantes nubarrones políticos y económicos. Dilma, con  un perfil muy diferente al de Lula, economista, procedente de la clase media, con un pasado intachable de luchadora por la democracia y con una muy dilatada y diversa experiencia en la gestión política, parlamentaria y administrativa,  fue la primera mujer presidenta de Brasil y la cuarta de todo Latinoamérica.

Dilma, elegida con el 56% de los votos, apostó por la continuidad de las políticas de Lula. Las presiones y maniobras para lograr su dimisión  fueron continuas desde el primer momento. La inestabilidad política de sus gobiernos fue creciendo, la crisis económica también llegó al Brasil y la situación económica empezó a deteriorarse. Se sucedieron las dimisiones en su gobierno, en su administración y en el Partido por razones de corrupción y clientelismo; se produjeron procesamientos, condenas y algunos encarcelamientos. Se frenaron importantes inversiones públicas y se ralentizaron los programas sociales. Dilma cambió en más de una ocasión de responsable de las políticas económicas, buscando la estabilidad y la confianza de los mercados, sin lograrlo. La derecha política y económica percibió las dificultades de Dilma y arreciaron los ataques, además con un fuerte contenido machista.

Muchos pensaban que no lograría la reelección a finales del 2013 y sin embargo las urnas le volvieron a dar la victoria, porque mas allá de los errores, de las campañas mediáticas y de las operaciones judiciales y parlamentarias, buena parte de los brasileños compartían y se habían beneficiado de los cambios económicos y sociales de los sucesivos gobiernos de Lula y Dilma.

Es posible que la Presidenta del Brasil, su gobierno y sobre todo la dirección del  Partido de los Trabajadores, no fueran suficientemente conscientes de los daños que les estaba produciendo los casos de corrupción y clientelismo o la mala gestión de algunas grandes empresas publicas, como Petrobas. Lo que la ciudadanía tolera a la derecha, no se lo permite a la izquierda política o sindical y con razón (Brasil no es el único caso, como muy bien sabemos en España).

Si a todo ello se añade el gran dominio de la derecha en los medios de comunicación social y en la judicatura, sumado a la extendida corrupción de parlamentarios y otros partidos políticos, era de manual que el intento de echar a Dilma era un objetivo alcanzable. Y también salieron a la calle. Sao Paulo, Río y otras ciudades conocieron grandes manifestaciones contra Dilma, en determinados casos con marcados tonos golpistas. El recuerdo de lo sucedido en Chile en los primeros meses de 1973, nos vino a la cabeza a muchos, siendo tan distintas las circunstancias.

Dilma recurrió a Lula, pero ya era tarde. También estaba tocado. Las maniobras para evitar la destitución se intensificaron, hasta que lo han logrado.

Dilma, Lula, el Partido de los Trabajadores y muchas gentes de izquierda de Brasil, de Latinoamérica y de todo el mundo, han hablado de golpe de estado por la vía parlamentaria. Es comprensible la tremenda indignación ante este hecho inédito en Brasil, cuando han tenido presidentes y gobiernos corruptos hasta la medula, ineficaces, injustos  y en varios casos cómplices de las diversas dictaduras militares que ha sufrido este país.

Pero la izquierda no podemos quedarnos en la mera condena de la destitución de Dilma. Brasil es una referencia muy importante para las políticas de progreso y su perdida debe abrir una profunda reflexión autocrítica. La izquierda latinoamericana, en sus diversas formulaciones, no pasa por buenos momentos ni en Argentina, ni en Perú, ni en Ecuador, ni en Bolivia, ni en Venezuela ni en Colombia, ni en Nicaragua….Y la culpa no la tienen solo los otros, la derecha política y económica de ámbito nacional e internacional.

La izquierda debe ser implacable con la corrupción y el clientelismo en sus filas y apostar por la buena y eficiente gestión. En unas sociedades cada vez mas informadas (y por supuesto con mas riesgos de manipulación), la ciudadanía, lo vuelvo a repetir, no admite que la izquierda TAMBIEN sea corrupta, clientelar o sumida en una gestión errática.

Esperemos que pasados los 180 días de suspensión de la presidencia Dilma pueda volver. No es nada fácil, pero no imposible. En todo caso, aprendamos todos, todos, la lección. También nosotros en España, sobre todo cuando nuevos partidos o coaliciones de la izquierda están gobernando o cogobernando por primera vez en muchos Ayuntamientos y alguna Comunidad Autónoma y es posible (y deseable)  que lo vayan a hacer en el gobierno de España. 


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