lunes, 22 de diciembre de 2014

¡JUBILADO! : "GRACIAS AL TRABAJO QUE ME HA DADO TANTO"


Hoy me he jubilado. Parafraseando a Violeta Parra, “gracias al trabajo que me ha dado tanto” y es el momento de recordar y dar las gracias a tantas y tantas personas con las que he tenido la suerte de trabajar a lo largo de más de 43 años.

A finales de 1971, una vez regresado del campamento militar de la Unidad Rápida de Intervención de la Infantería de Marina en Cartagena, me instalé de “okupa” en el despacho laboralista de Lola González Ruiz y Javier Sauquillo en la c./ General Oráa. Su generosidad, amistad  y compañerismo me permitieron quedarme como aprendiz, sin que ellos tuvieran todavía suficiente trabajo para darme, aun y así me pagaban algo, además de invitarme a las cañas a la salida del despacho por las noches. Mi primer juicio en Magistratura del Trabajo fue la reclamación de un plus contra RENFE, defendiendo al entrañable Agustín “el feo”.

La decisión de hacerme laboralista fue inducida por Manuela Carmena, que en el mes de junio de ese año nos reunió a los militantes y simpatizantes del PCE de 5º curso de Derecho, que éramos muy poquitos, para contarnos lo que era el laboralismo y pedirnos que nuestra opción profesional fuera esa. Salí plenamente convencido, descartando las oposiciones a Inspector de Trabajo, como quería mi padre.

La suerte de entrar en el despacho de General Oráa se multiplicó, ya que al poco tiempo se inició la negociación con los compañeros del despacho de Modesto Lafuente para fusionarse y crear un superdespacho laboralista. Lola y Javier me metieron en el paquete de su despacho junto con Julia Marchena, lo que nunca agradeceré lo suficiente y Jesús García Varela, Cristina Almeida, Tomas Duplá y Javier Roldán, lo aceptaron sin poner pegas.

Así que con 22 años y medio me encontré trabajando, como uno más, en el más importante e innovador despacho laboralista de Madrid y el segundo de España (tras el de Montserrat Avilés y Alberto Fina de Barcelona).

Fueron cinco años intensos. Estuve aprendiendo junto a Cristina que me ponía las pilas todos los días. En Españoleto 13, además de los compañeros citados, tuve la oportunidad de trabajar desde el principio con Nacho Salorio y Luis Ramos, que ya han fallecido y después con Nacho Montejo, también fallecido. Y no puedo dejar de recordar y agradecer el apoyo de María Antonia, Emilia, Amparo, Jacinta y Guillermo.

Ejerciendo de laboralista tuve, además, la inmensa suerte de conocer a Elena, despedida en la huelga de Standard, juicio que llevamos, entre otros,  varios abogados de Españoleto. Nos fuimos a vivir juntos unos meses después y nos casamos en marzo de 1975. De película de amor: el abogado y la trabajadora despedida.

La experiencia en Españoleto da por lo menos para un libro. Las huelgas y juicios colectivos (SKF, Induyco, Potasas de Navarra, FASA de Valladolid, Standard, Marconi…), los juicios en el Tribunal de Orden Público, las visitas a cárceles, las reuniones de célula o con otros despachos hasta las tantas de la noche, las visitas a Barcelona a aprender de  Montserrat y Alberto, de Luis Salvadores y José Solé Barbera. Y sin olvidar la larga y poderosa movilización de los actores, a los que me tocó asesorar, tras dejar el despacho Jesús. Teníamos enfrente a Rosón, después Ministro del Interior; entonces conocí a la inolvidable Julia Peña, líder y cerebro gris de la lucha, además de encantadora y guapísima,  a Gerardo Malla y Amparo Valle, a Amparo Climent, a Juan Diego... Lo único malo es que las reuniones eran a partir de las 12 y media de la noche, cuando terminaban las funciones y podían durar hasta las 5 de la mañana, no recuerdo haber dormido menos en mi vida que en aquellos largos meses.

En los primeros meses de 1977 Julián Ariza, que era responsable de las relaciones de la dirección estatal de CCOO con los despachos laboralistas, me sondeó la posibilidad de irme a trabajar en la perspectiva de la próxima legalización del sindicato y junto con Nicolás Sartorius me pidió que les echara una mano en propuestas que estaban preparando: Estatutos para la legalización, una ley de regulación de los sindicatos, la amnistía laboral, la adaptación del Estatuto de los Trabajadores de Italia…

Una vez legalizada CCOO, Julián me volvió a insistir. Yo estaba muy desequilibrado anímicamente tras la matanza de Atocha y agotado por el inmenso volumen de trabajo que tenía, la mayoría de los días con 5 y más juicios, saliendo tardísimo por las noches y los fines de semana preparando demandas. Le dije que sí.

El 1 de julio de 1977 entré a trabajar en la sede confederal  de la c/ Batalla del Salado, en la que todavía se estaban poniendo las moquetas, los teléfonos, pintando paredes…Mi amigo el economista Antonio Gallifa y yo, con el apoyo de Rosa, formamos el Gabinete Técnico de la recién nacida Confederación. No teníamos nada de material, pero sí una enorme ilusión, en mi caso acrecentada porque a las pocas semanas nació Javier, mi primer hijo.

El trabajo aquellos años en CCOO fue tremendo pero fascinante. Gallifa y yo  bajo la dirección de Nicolás participamos en todos los procesos de negociación de la transición, incluidos los Pactos de la Moncloa. También tuve la oportunidad de conocer gente formidable al otro lado de la mesa, desmontándome algunas de las ideas esquemáticas que arrastraba desde mis primeros años de militancia. No puedo olvidar el gran impacto que me causó Abril Martorell en las muchas reuniones en las que estuve con él o las actividades con Antonio Garrigues Walker en la Asociación para el Progreso de la dirección (APD). En esos tiempos, lo que es la vida, mis colegas en UGT eran Joaquín Almunia, Manolo Chaves y Jerónimo Saavedra; años mas tarde mi padre me diría a menudo que esos sí que habían sido listos y se habían colocado bien, comentario algo injusto porque los tres, diferencias ideológicas aparte, eran gente mas preparada que yo.

Después del primer Congreso de CCOO me situaron de adjunto de Marcelino Camacho. Fueron tiempos complicados, en los que, entre otras cosas, asistía a las reuniones del Secretariado y de la Comisión Ejecutiva para hacer el acta. No era tarea fácil y reconozco que a veces salía muy tocado por las fuertes tensiones existentes, que no se percibían fuera y a las que yo no estaba acostumbrado. Coincidió también con la crisis del PCE, el fuerte distanciamiento de Marcelino de Carrillo  y mi alineamiento con este. Afortunadamente tras el  segundo Congreso, me recolocaron como adjunto de Nicolás en la Secretaría de Política Institucional, con el que trabajé muy a gusto, a pesar de que hice un informe valorando positivamente el Estatuto de los Trabajadores, lo que no cayó muy bien en algunos ámbitos del sindicato.

Cuando Nico dejo CCOO, asumió su responsabilidad Julián Ariza, con el que en esos años había estrechado una gran amistad, además de ser compañeros de fatigas en el equipo de Santiago Carrillo. Casi todas las mañanas desayunábamos juntos, Enedina Álvarez, Julián y yo y a veces Félix Pérez; y con frecuencia comíamos con Adolfo Piñedo.

Enedina, Julián y yo formamos un equipo humano-político, en constante ebullición intelectual, en el que yo aprendí muchísimo y por supuesto también nos equivocamos a veces y en el que Enedina fue decisiva.  

En esos años trabajando en la Secretaría de Política Institucional, junto con Montse Franco y Blas Agüera fuimos montando la participación en la Seguridad Social. Blas, un gran profesional y una divertida persona,  fue fundamental para enseñarme los recovecos del nuevo Sistema Nacional de Salud y algo mucho más importante, como comportarnos en la función de representantes del sindicato en las Instituciones del Estado, donde tan  importante, o más que criticar o controlar, era ser capaces de presentar propuestas y alternativas serias y rigurosas. Montse fue compañera y gran amiga y junto con Jordi Llorens compatibilizamos la militancia sindical con las cervezas en los locales de la movida, sobre todo en el “Ras” de Chueca  y en el “Rockola”.

Mi adscripción al carrillismo en lo político y al equipo de Julián en lo sindical, me situaron en uno de los lados del sindicato y cuando “perdimos” el Congreso de relevo de Marcelino, podía haberme supuesto consecuencias negativas.

José María Fidalgo fue nombrado nuevo responsable de Institucional. Cuando el debate y elaboración de la Ley General de Sanidad, 1984-85,  habíamos recorrido juntos casi toda España participando en numerosos actos del sindicato sobre la defensa de la Sanidad Pública. Nos habíamos compenetrado muy bien y lo único que no superaba era los largos viajes en tren en los que no paraba de hablar, sobre todo por las noches en los coches-cama sin dejarme  dormir.

José María nos reunió  a Montse  y a mí en la cafetería “Kon-tiki”, una tarde tras una reunión en el Ministerio de Trabajo y nos dejó claro que tenía la máxima confianza en nosotros y que nos consideraba su equipo; para demostrarlo a los pocos días me mandó a París a una reunión sindical internacional. Estuve seis años con Fidalgo  y solo tengo palabras de reconocimiento por lo bien que trabajé con él. Por razones de salud Montse se marchó y vino Blanca Villate con la que enseguida me entendí estupendamente y los dos compartíamos la misma visión  del trabajo institucional.

Aquellos seis años, aparte de claros avances en la participación institucional, contando con el apoyo en el otro lado de la mesa de Adolfo Jiménez, Secretario General de la Seguridad Social, fueron tiempos de numerosas y complejas negociaciones con los gobiernos socialistas, en los que no siempre compartí las posiciones oficiales del sindicato, entonces bastante influido y presionado  por la UGT de Nicolás Redondo, José María Zufiaur y Apolinar. Pero sobre todo para mí fueron los años en que descubrí la Unión Europea y todo lo que representaba. Los viajes a Bruselas y alguno a París, me impactaron a fondo y percibí que se estaba generando una nueva realidad de la que nosotros no éramos nada conscientes.

Un día de octubre de 1992, Matilde Fernández me citó en el Ministerio de Asuntos Sociales. La conocía desde que era Ministra y yo representaba a CCOO en la  Comisión Ejecutiva y en Consejo General del INSERSO y unos meses atrás habíamos hablado con tranquilidad con motivo de un viaje a Mallorca a la clausura del Programa de Vacaciones para la Tercera Edad. Me figuraba que Matilde quería conocer la opinión de CCOO sobre alguna iniciativa del Ministerio. Me dejó de piedra cuando me preguntó si aceptaría ser Director General del INSERSO, le dije que yo era de Izquierda Unida, aunque mantenía posiciones unitarias como buen seguidor de Carrillo. No le importaba, confiaba en mí y apostaba por la unidad sindical. Quedamos en que se lo preguntaría a mis responsables en el Sindicato y sobre todo a mi mujer.

Fidalgo y también Antonio Gutiérrez me animaron a dar ese paso; aunque antes de aceptar fui a ver a Marcos Peña, del que me fiaba mucho, en aquel entonces segundo del Ministerio de Sanidad con Pepe Griñán y me aconsejó que no lo dudara y que si no me iba con Matilde, ellos me cogerian para su Ministerio.

Los casi ocho años en el INSERSO/IMSERSO fueron la etapa de mi madurez profesional. Donde tanto trabajé, tanto aprendí, tanto sufrí y tanto disfruté. Un mundo absolutamente nuevo, en el que  mi primera metedura de pata fue hacer un viaje de trabajo a Salamanca a reunirme con todos los Directores Provinciales sin haber avisado previamente al Gobernador Civil, que se cogió un buen rebote por eso y por las declaraciones que hice a la prensa local por mi cuenta. Pero aprendí rápido,  que remedio. No desconectaba ni fines de semana ni en vacaciones, cuando cada dos por tres venía al pueblo un conductor del Instituto cargado de portafirmas y papeles para leer.

No me hubiera sido posible aguantar sin el apoyo político y los consejos de Matilde. Y por supuesto la ayuda de las decenas de excelentes profesionales que con gran entusiasmo y compromiso trabajaban allí. Por citar a tres, Encarna Blanco, Jesús Norberto Fernández y Cristina Rodríguez.

Pero el camino de un sindicalista por una administración pública que manejaba más de 500.000 millones de pesetas al año y tenía más de 14.000 trabajadores, no hubiera sido posible sin el estímulo crítico de mis propios compañeros de CCOO del INSERSO y en especial, Jesús, Miguel Ángel y Carlos, que me sacudían con todo cariño, pero me traían el pulso de lo que querían y pensaban los trabajadores. Y sobre todo la persona clave en esos años para poder nadar en las aguas procelosas de la administración fue Blanca García, exigente, crítica, estimulante, sincera, divertida y con ningún afán de protagonismo. Sin olvidar a Ana, María Luisa y Rosita que me aguantaron lo indecible, sobre todo los viernes a las 2 de la tarde cuando el trabajo parecía no tener fin y a Manolo, Máximo, Serafín, los conductores a los que traía locos con tantos viajes y reuniones.

En ese periodo negocié las transferencias a 10 Comunidades Autónomas. Fue un trabajo agotador y de enorme tensión política  y profesional, pero tuve la gran satisfacción de que años después un alto cargo del gobierno socialista me dijera que habían sido unas negociaciones modélicas y que ojala hubiera cundido el ejemplo. Con Matilde tenía amplia sintonía política, que se mantiene 20 años después; fue un desastre para las políticas sociales que Felipe González la cesara.


En marzo de 1996 cuando el PP ganó las elecciones,  Cristina Alberdi,  que me mantuvo en el puesto incluso en momentos muy complicados, lo que agradezco mucho, nos pidió a todo su equipo que preparásemos amplios dossieres de estado de situación de la gestión. Con un enorme fajo de papeles me fui a despachar con Amalia Gómez, nueva Secretaria General de Asuntos Sociales. Amalia agradeció la información y me pidió que siguiera. No daba crédito. Le propuse continuar hasta antes del verano, cuando ella hubiera aterrizado y pudiera disponer tranquilamente de repuesto. Me dijo que ya veríamos. Lo cierto es que enseguida encajamos de maravilla. Y también con Javier Arenas, inteligente, brillante y de gran simpatía.

Tras cada reunión semanal del Consejo de dirección del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales le preguntaba al Ministro que cuando me iba a relevar. Javier me decía, ¿tú estas a gusto?, le respondía que sí, y me contestaba que él también conmigo. Es evidente que en esa actitud influía mucho el guiño que Arenas dirigía  a CCOO, en unos tiempos en que el nuevo gobierno quería llevarse bien con nosotros.

Mi “cohabitación” con el PP fue interesantísima desde muchos puntos de vista. Vamos, para escribir otro libro. Algunos en el PSOE, bastantes en la UGT del INSERSO no lo entendieron. Curiosamente ni en IU ni en CCOO tuvieron pegas, o no me las dijeron.

Trabajar con Amalia era un aventura espacial, sabías mas o menos a que hora empezaban las reuniones, pero nunca a que hora podían terminar, lo que suponía a veces cenar pizzas a las doce de la noche o en su despacho o el Vips de López de Hoyos. El grupo humano de su equipo de dirección era muy variopinto, pero trabajábamos bien y encima nos reíamos mucho. Amalia disfrutaba cuando la acompañaba a hacer gestiones con altos cargos del PP de la Administración del Estado, de las Autonomías o de Ayuntamientos y me presentaba: “Este es mi director General del INSERSO, es comunista, pero buena persona”. Los viajes con ella, salvo los de avión que nos daban mucho miedo, eran deliciosos y no parábamos de hablar de todo lo divino y humano.

Fueron también años vertiginosos, muy marcados por la irrupción de la inmigración y la necesidad de dar respuesta a las terribles condiciones de Ceuta y Melilla. Lo sacamos adelante. Amalia se empleó a fondo y también Pimentel, cuando asumió el Ministerio y con el que humanamente era estupendo trabajar. Por supuesto que no todos, ni mucho menos, en los equipos de Arenas y Pimentel tenían ese talante. Pero he de reconocer que en esos cuatro años de convivencia jamás tuve una presión política, salvo las constantes peticiones de dinero o inversiones  del gobierno de CIU, que apoyaban y sobre todo chantajeaban desde fuera al PP.

Cuando se marchó Pimentel y después Amalia, yo ya no pintaba nada allí. El nuevo Ministro, Juan Carlos Aparicio, me pidió que siguiera pero ya había otros aires en el Ministerio y en la Secretaria de Asuntos Sociales.

La vuelta a CCOO me apetecía. Fidalgo era el nuevo Secretario General y en ese momento  había un buen clima en el sindicato. Los primeros meses de “mi descompresión” fueron duros sicológicamente, acostumbrado a la intensa gestión de los ocho años en una responsabilidad pública. El trabajo con Salvador Bangueses fue magnifico en todos los sentidos. El reencuentro, la colaboración y relación con Blanca Villate fue siempre fácil y tengo mucho que agradecerla por su exquisito trato en los ocho años en que ella representó a CCOO en la Comisión Ejecutiva y en el Consejo General del INSERSO, fue muy capaz de compatibilizar su posición de crítica y exigencia, como no podía ser de otra manera, con una actitud siempre constructiva y afable.

Esa fue la época de la movilización y después la negociación de la Ley de Dependencia, donde no siempre me encontré identificado con las posiciones que nuestra portavoz mantenía.

A finales del 2006 Salvador  me propuso irme de Consejero al Consejo de Administración de RTVE.

Casi cinco años de Consejero fue otra experiencia inolvidable. Tuve la gran suerte de trabajar con Luis Fernández, el mejor presidente de la historia de RTVE y a pesar de algunas discrepancias, puedo decir con orgullo que he vivido los mejores años de la RTVE. Me ayudaron, me estimularon y me sacudieron, por este orden, los compañeros y compañeras de la sección sindical, exigentes donde los haya. Me apoyaron de manera muy especial Marcel, Fernando Redondo  y Pilar, de los que aprendí mucho. Pero al final metí la pata por desconocimiento de un tema muy técnico aunque con claras implicaciones profesionales; mis compañeros de la sección sindical me pidieron la dimisión y lógicamente dimití de inmediato. Algunos de los que la pidieron o se pusieron de perfil, abandonaron poco después el sindicato tras haber perdido un congreso.

Cuando volví a la Confederación, enseguida noté que mi tiempo había pasado. Ya no estaban ni Fidalgo ni Bangueses y la mayoría de los dirigentes y de buena parte del personal eran de otras generaciones. Cuando iba a actos del sindicato por ahí fuera me presentaban como “un histórico”, me veía a mi mismo como un dinosaurio. Menos mal que tuve a Olga a mi lado y gracias a las charlas, cafetitos y risas con ella, las cosas resultaron mucho más soportables.

Pero la vida da sorpresas y Toxo, tras el 10º Congreso, me propuso trabajar como adjunto suyo y a la vez colaborar con la Secretaría de Carlos Bravo y ser miembro del Consejo Económico y Social. Ha sido un año y medio muy agradable y estimulante. He trabajado muy a gusto con Ignacio, con Pepe Campos, de nuevo con Ariza, con Carlos Bravo y Fernando Lezcano y desde luego contando con el apoyo de Rocío, de Mary José y Elena y también de Blanca y Enrique.

Trabajar con Toxo al final de mi vida profesional ha sido una gran suerte y satisfacción, que me ha hecho dudar mucho a la hora de tomar la decisión de jubilarme. En todo caso seguro que podré seguir colaborando de alguna forma en su ambicioso objetivo de renovar  a fondo el sindicato.   

Pero hay que jubilarse. Son 43 años de trabajo, la vista con incipientes cataratas, la vena aorta con una holgura muy justa, las manos y los tobillos con algo de artrosis. No hay que tentar la suerte.

En este larguísimo post de reconocimientos y agradecimientos, hay tres muy especiales. A mi mujer Elena, a mis hijos Javier y  Juan. Ellos se han llevado la peor parte en mi agitada e intensa vida laboral. Los que han sufrido mis notables carencias en la conciliación de la vida laboral y familiar. Las llamadas por teléfono a deshora, el trabajo los fines de semana, las reuniones hasta muy tarde, tantos viajes fuera y dentro de España, los cambios de planes… y un largo etc. A pesar de todo me han aguantado y lo más importante, me han querido.


Por último, no hubiera hecho lo que he hecho, si mis padres no me hubieran llevado a un Colegio decente, no me hubieran dado una educación abierta y tolerante, no me hubieran despertado inquietudes sociales y no me hubieran respetado, al igual que a mis hermanas Elisa y Charo, con harto dolor de su corazón, mis opciones políticas y profesionales, aunque ello les ocasionara sustos y preocupaciones durante bastantes años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario