Hoy me he jubilado. Parafraseando a Violeta Parra, “gracias al trabajo que me ha dado tanto” y es el momento de recordar y dar las gracias a tantas y tantas personas con las que he tenido la suerte de trabajar a lo largo de más de 43 años.
A finales de 1971, una vez regresado del
campamento militar de la Unidad Rápida de Intervención de la Infantería de Marina
en Cartagena, me instalé de “okupa” en el despacho laboralista de Lola González
Ruiz y Javier Sauquillo en la c./ General Oráa. Su generosidad, amistad y compañerismo me permitieron quedarme como
aprendiz, sin que ellos tuvieran todavía suficiente trabajo para darme, aun y así
me pagaban algo, además de invitarme a las cañas a la salida del despacho por
las noches. Mi primer juicio en Magistratura del Trabajo fue la reclamación de
un plus contra RENFE, defendiendo al entrañable Agustín “el feo”.
La decisión de hacerme laboralista fue
inducida por Manuela Carmena, que en el mes de junio de ese año nos reunió a
los militantes y simpatizantes del PCE de 5º curso de Derecho, que éramos muy
poquitos, para contarnos lo que era el laboralismo y pedirnos que nuestra opción
profesional fuera esa. Salí plenamente convencido, descartando las oposiciones
a Inspector de Trabajo, como quería mi padre.
La suerte de entrar en el despacho de
General Oráa se multiplicó, ya que al poco tiempo se inició la negociación con
los compañeros del despacho de Modesto Lafuente para fusionarse y crear un
superdespacho laboralista. Lola y Javier me metieron en el paquete de su despacho
junto con Julia Marchena, lo que nunca agradeceré lo suficiente y Jesús García
Varela, Cristina Almeida, Tomas Duplá y Javier Roldán, lo aceptaron sin poner
pegas.
Así que con 22 años y medio me encontré
trabajando, como uno más, en el más importante e innovador despacho laboralista
de Madrid y el segundo de España (tras el de Montserrat Avilés y Alberto Fina
de Barcelona).
Fueron cinco años intensos. Estuve aprendiendo junto a Cristina que me ponía las pilas todos los días. En Españoleto 13, además de los compañeros citados, tuve la oportunidad de trabajar desde el principio con Nacho Salorio y Luis Ramos, que ya han fallecido y después con Nacho Montejo, también fallecido. Y no puedo dejar de recordar y agradecer el apoyo de María Antonia, Emilia, Amparo, Jacinta y Guillermo.
Fueron cinco años intensos. Estuve aprendiendo junto a Cristina que me ponía las pilas todos los días. En Españoleto 13, además de los compañeros citados, tuve la oportunidad de trabajar desde el principio con Nacho Salorio y Luis Ramos, que ya han fallecido y después con Nacho Montejo, también fallecido. Y no puedo dejar de recordar y agradecer el apoyo de María Antonia, Emilia, Amparo, Jacinta y Guillermo.
Ejerciendo de laboralista tuve, además,
la inmensa suerte de conocer a Elena, despedida en la huelga de Standard,
juicio que llevamos, entre otros, varios
abogados de Españoleto. Nos fuimos a vivir juntos unos meses después y nos
casamos en marzo de 1975. De película de amor: el abogado y la trabajadora despedida.
La experiencia en Españoleto da por lo
menos para un libro. Las huelgas y juicios colectivos (SKF, Induyco, Potasas de
Navarra, FASA de Valladolid, Standard, Marconi…), los juicios en el Tribunal de
Orden Público, las visitas a cárceles, las reuniones de célula o con otros
despachos hasta las tantas de la noche, las visitas a Barcelona a aprender
de Montserrat y Alberto, de Luis
Salvadores y José Solé Barbera. Y sin olvidar la larga y poderosa movilización
de los actores, a los que me tocó asesorar, tras dejar el despacho Jesús. Teníamos
enfrente a Rosón, después Ministro del Interior; entonces conocí a la
inolvidable Julia Peña, líder y cerebro gris de la lucha, además de encantadora
y guapísima, a Gerardo Malla y Amparo
Valle, a Amparo Climent, a Juan Diego... Lo único malo es que las reuniones
eran a partir de las 12 y media de la noche, cuando terminaban las funciones y podían
durar hasta las 5 de la mañana, no recuerdo haber dormido menos en mi vida que
en aquellos largos meses.
En los primeros meses de 1977 Julián
Ariza, que era responsable de las relaciones de la dirección estatal de CCOO
con los despachos laboralistas, me sondeó la posibilidad de irme a trabajar en
la perspectiva de la próxima legalización del sindicato y junto con Nicolás
Sartorius me pidió que les echara una mano en propuestas que estaban preparando:
Estatutos para la legalización, una ley de regulación de los sindicatos, la amnistía
laboral, la adaptación del Estatuto de los Trabajadores de Italia…
Una vez legalizada CCOO, Julián me volvió
a insistir. Yo estaba muy desequilibrado anímicamente tras la matanza de Atocha
y agotado por el inmenso volumen de trabajo que tenía, la mayoría de los días
con 5 y más juicios, saliendo tardísimo por las noches y los fines de semana
preparando demandas. Le dije que sí.
El 1 de julio de 1977 entré a trabajar
en la sede confederal de la c/ Batalla
del Salado, en la que todavía se estaban poniendo las moquetas, los teléfonos,
pintando paredes…Mi amigo el economista Antonio Gallifa y yo, con el apoyo de
Rosa, formamos el Gabinete Técnico de la recién nacida Confederación. No teníamos
nada de material, pero sí una enorme ilusión, en mi caso acrecentada porque a
las pocas semanas nació Javier, mi primer hijo.
El trabajo aquellos años en CCOO fue
tremendo pero fascinante. Gallifa y yo
bajo la dirección de Nicolás participamos en todos los procesos de
negociación de la transición, incluidos los Pactos de la Moncloa. También tuve
la oportunidad de conocer gente formidable al otro lado de la mesa, desmontándome
algunas de las ideas esquemáticas que arrastraba desde mis primeros años de
militancia. No puedo olvidar el gran impacto que me causó Abril Martorell en
las muchas reuniones en las que estuve con él o las actividades con Antonio
Garrigues Walker en la Asociación para el Progreso de la dirección (APD). En
esos tiempos, lo que es la vida, mis colegas en UGT eran Joaquín Almunia,
Manolo Chaves y Jerónimo Saavedra; años mas tarde mi padre me diría a menudo
que esos sí que habían sido listos y se habían colocado bien, comentario algo
injusto porque los tres, diferencias ideológicas aparte, eran gente mas
preparada que yo.
Después del primer Congreso de CCOO me
situaron de adjunto de Marcelino Camacho. Fueron tiempos complicados, en los
que, entre otras cosas, asistía a las reuniones del Secretariado y de la Comisión
Ejecutiva para hacer el acta. No era tarea fácil y reconozco que a veces salía
muy tocado por las fuertes tensiones existentes, que no se percibían fuera y a
las que yo no estaba acostumbrado. Coincidió también con la crisis del PCE, el
fuerte distanciamiento de Marcelino de Carrillo
y mi alineamiento con este. Afortunadamente tras el segundo Congreso, me recolocaron como adjunto
de Nicolás en la Secretaría de Política Institucional, con el que trabajé muy a
gusto, a pesar de que hice un informe valorando positivamente el Estatuto de los Trabajadores, lo que no cayó muy bien en algunos ámbitos del sindicato.
Cuando Nico dejo CCOO, asumió su
responsabilidad Julián Ariza, con el que en esos años había estrechado una gran
amistad, además de ser compañeros de fatigas en el equipo de Santiago Carrillo.
Casi todas las mañanas desayunábamos juntos, Enedina Álvarez, Julián y yo y a
veces Félix Pérez; y con frecuencia comíamos con Adolfo Piñedo.
Enedina, Julián y yo formamos un equipo
humano-político, en constante ebullición intelectual, en el que yo aprendí muchísimo
y por supuesto también nos equivocamos a veces y en el que Enedina fue
decisiva.
En esos años trabajando en la Secretaría de Política
Institucional, junto con Montse Franco y Blas Agüera fuimos montando la
participación en la Seguridad Social. Blas, un gran profesional y una divertida
persona, fue fundamental para enseñarme
los recovecos del nuevo Sistema Nacional de Salud y algo mucho más importante,
como comportarnos en la función de representantes del sindicato en las
Instituciones del Estado, donde tan
importante, o más que criticar o controlar, era ser capaces de presentar
propuestas y alternativas serias y rigurosas. Montse fue compañera y gran amiga
y junto con Jordi Llorens compatibilizamos la militancia sindical con las
cervezas en los locales de la movida, sobre todo en el “Ras” de Chueca y en el “Rockola”.
Mi adscripción al carrillismo en lo político
y al equipo de Julián en lo sindical, me situaron en uno de los lados del sindicato
y cuando “perdimos” el Congreso de relevo de Marcelino, podía haberme supuesto consecuencias
negativas.
José María Fidalgo fue nombrado nuevo
responsable de Institucional. Cuando el debate y elaboración de la Ley General
de Sanidad, 1984-85, habíamos recorrido
juntos casi toda España participando en numerosos actos del sindicato sobre la
defensa de la Sanidad Pública. Nos habíamos compenetrado muy bien y lo único
que no superaba era los largos viajes en tren en los que no paraba de hablar, sobre
todo por las noches en los coches-cama sin dejarme dormir.
José María nos reunió a Montse
y a mí en la cafetería “Kon-tiki”, una tarde tras una reunión en el
Ministerio de Trabajo y nos dejó claro que tenía la máxima confianza en
nosotros y que nos consideraba su equipo; para demostrarlo a los pocos días me
mandó a París a una reunión sindical internacional. Estuve seis años con Fidalgo
y solo tengo palabras de reconocimiento
por lo bien que trabajé con él. Por razones de salud Montse se marchó y vino
Blanca Villate con la que enseguida me entendí estupendamente y los dos compartíamos
la misma visión del trabajo
institucional.
Aquellos seis años, aparte de claros
avances en la participación institucional, contando con el apoyo en el otro
lado de la mesa de Adolfo Jiménez, Secretario General de la Seguridad Social,
fueron tiempos de numerosas y complejas negociaciones con los gobiernos
socialistas, en los que no siempre compartí las posiciones oficiales del
sindicato, entonces bastante influido y presionado por la UGT de Nicolás Redondo, José María
Zufiaur y Apolinar. Pero sobre todo para mí fueron los años en que descubrí la Unión
Europea y todo lo que representaba. Los viajes a Bruselas y alguno a París, me
impactaron a fondo y percibí que se estaba generando una nueva realidad de la
que nosotros no éramos nada conscientes.
Un día de octubre de 1992, Matilde Fernández
me citó en el Ministerio de Asuntos Sociales. La conocía desde que era Ministra
y yo representaba a CCOO en la Comisión
Ejecutiva y en Consejo General del INSERSO y unos meses atrás habíamos hablado
con tranquilidad con motivo de un viaje a Mallorca a la clausura del Programa de
Vacaciones para la Tercera Edad. Me figuraba que Matilde quería conocer la
opinión de CCOO sobre alguna iniciativa del Ministerio. Me dejó de piedra
cuando me preguntó si aceptaría ser Director General del INSERSO, le dije que
yo era de Izquierda Unida, aunque mantenía posiciones unitarias como buen
seguidor de Carrillo. No le importaba, confiaba en mí y apostaba por la unidad
sindical. Quedamos en que se lo preguntaría a mis responsables en el Sindicato
y sobre todo a mi mujer.
Fidalgo y también Antonio Gutiérrez me
animaron a dar ese paso; aunque antes de aceptar fui a ver a Marcos Peña, del
que me fiaba mucho, en aquel entonces segundo del Ministerio de Sanidad con
Pepe Griñán y me aconsejó que no lo dudara y que si no me iba con Matilde,
ellos me cogerian para su Ministerio.
Los casi ocho años en el INSERSO/IMSERSO
fueron la etapa de mi madurez profesional. Donde tanto trabajé, tanto aprendí,
tanto sufrí y tanto disfruté. Un mundo absolutamente nuevo, en el que mi primera metedura de pata fue hacer un viaje
de trabajo a Salamanca a reunirme con todos los Directores Provinciales sin
haber avisado previamente al Gobernador Civil, que se cogió un buen rebote por
eso y por las declaraciones que hice a la prensa local por mi cuenta. Pero aprendí
rápido, que remedio. No desconectaba ni
fines de semana ni en vacaciones, cuando cada dos por tres venía al pueblo un conductor
del Instituto cargado de portafirmas y papeles para leer.
No me hubiera sido posible aguantar sin
el apoyo político y los consejos de Matilde. Y por supuesto la ayuda de las
decenas de excelentes profesionales que con gran entusiasmo y compromiso trabajaban
allí. Por citar a tres, Encarna Blanco, Jesús Norberto Fernández y Cristina Rodríguez.
Pero el camino de un sindicalista por
una administración pública que manejaba más de 500.000 millones de pesetas al
año y tenía más de 14.000 trabajadores, no hubiera sido posible sin el estímulo
crítico de mis propios compañeros de CCOO del INSERSO y en especial, Jesús,
Miguel Ángel y Carlos, que me sacudían con todo cariño, pero me traían el pulso
de lo que querían y pensaban los trabajadores. Y sobre todo la persona clave en
esos años para poder nadar en las aguas procelosas de la administración fue
Blanca García, exigente, crítica, estimulante, sincera, divertida y con ningún afán
de protagonismo. Sin olvidar a Ana, María Luisa y Rosita que me aguantaron lo
indecible, sobre todo los viernes a las 2 de la tarde cuando el trabajo parecía
no tener fin y a Manolo, Máximo, Serafín, los conductores a los que traía locos
con tantos viajes y reuniones.
En ese periodo negocié las
transferencias a 10 Comunidades Autónomas. Fue un trabajo agotador y de enorme tensión
política y profesional, pero tuve la
gran satisfacción de que años después un alto cargo del gobierno socialista me
dijera que habían sido unas negociaciones modélicas y que ojala hubiera cundido
el ejemplo. Con Matilde tenía amplia sintonía política, que se mantiene 20 años después; fue un desastre para las políticas sociales que Felipe González la cesara.
En marzo de 1996 cuando el PP ganó las
elecciones, Cristina Alberdi, que me mantuvo en el puesto incluso en
momentos muy complicados, lo que agradezco mucho, nos pidió a todo su equipo que
preparásemos amplios dossieres de estado de situación de la gestión. Con un
enorme fajo de papeles me fui a despachar con Amalia Gómez, nueva Secretaria
General de Asuntos Sociales. Amalia agradeció la información y me pidió que
siguiera. No daba crédito. Le propuse continuar hasta antes del verano, cuando
ella hubiera aterrizado y pudiera disponer tranquilamente de repuesto. Me dijo
que ya veríamos. Lo cierto es que enseguida encajamos de maravilla. Y también
con Javier Arenas, inteligente, brillante y de gran simpatía.
Tras cada reunión semanal del Consejo de
dirección del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales le preguntaba al
Ministro que cuando me iba a relevar. Javier me decía, ¿tú estas a gusto?, le respondía
que sí, y me contestaba que él también conmigo. Es evidente que en esa actitud influía
mucho el guiño que Arenas dirigía a
CCOO, en unos tiempos en que el nuevo gobierno quería llevarse bien con
nosotros.
Mi “cohabitación” con el PP fue interesantísima
desde muchos puntos de vista. Vamos, para escribir otro libro. Algunos en el
PSOE, bastantes en la UGT del INSERSO no lo entendieron. Curiosamente ni en IU
ni en CCOO tuvieron pegas, o no me las dijeron.
Trabajar con Amalia era un aventura
espacial, sabías mas o menos a que hora empezaban las reuniones, pero nunca a
que hora podían terminar, lo que suponía a veces cenar pizzas a las doce de la
noche o en su despacho o el Vips de López de Hoyos. El grupo humano de su
equipo de dirección era muy variopinto, pero trabajábamos bien y encima nos reíamos
mucho. Amalia disfrutaba cuando la acompañaba a hacer gestiones con altos
cargos del PP de la Administración del Estado, de las Autonomías o de Ayuntamientos
y me presentaba: “Este es mi director General del INSERSO, es comunista, pero
buena persona”. Los viajes con ella, salvo los de avión que nos daban mucho
miedo, eran deliciosos y no parábamos de hablar de todo lo divino y humano.
Fueron también años vertiginosos, muy
marcados por la irrupción de la inmigración y la necesidad de dar respuesta a
las terribles condiciones de Ceuta y Melilla. Lo sacamos adelante. Amalia se
empleó a fondo y también Pimentel, cuando asumió el Ministerio y con el que humanamente
era estupendo trabajar. Por supuesto que no todos, ni mucho menos, en los
equipos de Arenas y Pimentel tenían ese talante. Pero he de reconocer que en
esos cuatro años de convivencia jamás tuve una presión política, salvo las
constantes peticiones de dinero o inversiones
del gobierno de CIU, que apoyaban y sobre todo chantajeaban desde fuera
al PP.
Cuando se marchó Pimentel y después
Amalia, yo ya no pintaba nada allí. El nuevo Ministro, Juan Carlos Aparicio, me
pidió que siguiera pero ya había otros aires en el Ministerio y en la
Secretaria de Asuntos Sociales.
La vuelta a CCOO me apetecía. Fidalgo
era el nuevo Secretario General y en ese momento había un buen clima en el sindicato. Los
primeros meses de “mi descompresión” fueron duros sicológicamente, acostumbrado
a la intensa gestión de los ocho años en una responsabilidad pública. El
trabajo con Salvador Bangueses fue magnifico en todos los sentidos. El
reencuentro, la colaboración y relación con Blanca Villate fue siempre fácil y
tengo mucho que agradecerla por su exquisito trato en los ocho años en que ella
representó a CCOO en la Comisión Ejecutiva y en el Consejo General del INSERSO,
fue muy capaz de compatibilizar su posición de crítica y exigencia, como no podía
ser de otra manera, con una actitud siempre constructiva y afable.
Esa fue la época de la movilización y después
la negociación de la Ley de Dependencia, donde no siempre me encontré
identificado con las posiciones que nuestra portavoz mantenía.
A finales del 2006 Salvador me propuso irme de Consejero al Consejo de Administración
de RTVE.
Casi cinco años de Consejero fue otra
experiencia inolvidable. Tuve la gran suerte de trabajar con Luis Fernández, el
mejor presidente de la historia de RTVE y a pesar de algunas discrepancias,
puedo decir con orgullo que he vivido los mejores años de la RTVE. Me ayudaron,
me estimularon y me sacudieron, por este orden, los compañeros y compañeras de
la sección sindical, exigentes donde los haya. Me apoyaron de manera muy
especial Marcel, Fernando Redondo y
Pilar, de los que aprendí mucho. Pero al final metí la pata por desconocimiento
de un tema muy técnico aunque con claras implicaciones profesionales; mis
compañeros de la sección sindical me pidieron la dimisión y lógicamente dimití
de inmediato. Algunos de los que la pidieron o se pusieron de perfil,
abandonaron poco después el sindicato tras haber perdido un congreso.
Cuando volví a la Confederación,
enseguida noté que mi tiempo había pasado. Ya no estaban ni Fidalgo ni
Bangueses y la mayoría de los dirigentes y de buena parte del personal eran de
otras generaciones. Cuando iba a actos del sindicato por ahí fuera me presentaban
como “un histórico”, me veía a mi mismo como un dinosaurio. Menos mal que tuve
a Olga a mi lado y gracias a las charlas, cafetitos y risas con ella, las cosas
resultaron mucho más soportables.
Pero la vida da sorpresas y Toxo, tras
el 10º Congreso, me propuso trabajar como adjunto suyo y a la vez colaborar con
la Secretaría de Carlos Bravo y ser miembro del Consejo Económico y Social. Ha sido un año y medio muy agradable y estimulante. He trabajado muy a gusto con
Ignacio, con Pepe Campos, de nuevo con Ariza, con Carlos Bravo y Fernando Lezcano y desde luego contando con el apoyo de Rocío, de Mary José y Elena y también de Blanca y Enrique.
Trabajar con Toxo al final de mi vida
profesional ha sido una gran suerte y satisfacción, que me ha hecho dudar mucho
a la hora de tomar la decisión de jubilarme. En todo caso seguro que podré
seguir colaborando de alguna forma en su ambicioso objetivo de renovar a fondo el sindicato.
Pero hay que jubilarse. Son 43 años de
trabajo, la vista con incipientes cataratas, la vena aorta con una holgura muy
justa, las manos y los tobillos con algo de artrosis. No hay que tentar la
suerte.
En este larguísimo post de
reconocimientos y agradecimientos, hay tres muy especiales. A mi mujer Elena, a
mis hijos Javier y Juan. Ellos se han
llevado la peor parte en mi agitada e intensa vida laboral. Los que han sufrido
mis notables carencias en la conciliación de la vida laboral y familiar. Las
llamadas por teléfono a deshora, el trabajo los fines de semana, las reuniones
hasta muy tarde, tantos viajes fuera y dentro de España, los cambios de
planes… y un largo etc. A pesar de todo me han aguantado y lo más importante, me
han querido.
Por último, no hubiera hecho lo que he
hecho, si mis padres no me hubieran llevado a un Colegio decente, no me
hubieran dado una educación abierta y tolerante, no me hubieran despertado
inquietudes sociales y no me hubieran respetado, al igual que a mis hermanas Elisa y Charo, con harto dolor de su corazón,
mis opciones políticas y profesionales, aunque ello les ocasionara sustos y
preocupaciones durante bastantes años.
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