Conmemorar hoy el
centenario de la revolución soviética puede resultar para algunos un ejercicio
de nostalgia, para otros un motivo de satisfacción por lo que pudo ser y no
fue, para muchos un recuerdo casi de la prehistoria, pero también estamos los
que nos sentimos vinculados a ese acontecimiento y a todo lo que supuso en
nuestras vidas y desde luego en el discurrir del siglo XX.
Parafraseando a John
Reed la revolución bolchevique fueron “diez días que cambiaron el mundo”. Las
grandes luchas obreras de países tan diversos como Suecia, Alemania, Austria,
Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia o Francia; el Frente Popular en España o
en Francia; la creación y movilización de las Brigadas Internacionales; la
resistencia antifascista en Francia, Italia, Grecia y Yugoeslavia durante la
Segunda Guerra Mundial; las luchas de liberación anticolonialista en China, en
el Sudeste Asiático, en Argelia o en numerosos países africanos y asiáticos; la
revolución castrista o el gobierno de la Unidad Popular chilena; la derrota
nazi en Stalingrado y el avance liberador del ejercito soviético en toda Europa
central que fue decisivo para la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial;
e incluso la liberación de la India del dominio británico y un largo etc. no se
pueden entender sin el ejemplo, el estimulo y el apoyo de la revolución
bolchevique.
Una revolución que no
solo conmovio los cimientos de unas sociedades injustas, colonialistas,
explotadoras de las clases trabajadoras y del campesinado, oscurantistas, sino
que sedujo a numerosos artistas de primera línea, en el mundo de la música, el
cine, el teatro, la pintura, la literatura, la arquitectura… y cuyas creaciones
estuvieron fuertemente inspiradas en el impacto e influencia de la caída del zarismo
y la innovación que supuso el surgimiento de la república de los soviets. O la influencia
en los movimientos feministas y de liberación sexual y hasta en el surgimiento
de la Teología de la Liberación o de sectores progresistas de la Iglesia Católica
simpatizantes con el espíritu emancipador de los bolcheviques.
Y lo que es muy
importante, detrás de grandes conquistas en las condiciones de vida y trabajo,
en el bienestar social y en la dignidad de las sociedades más avanzadas del
mundo, está la reacción defensiva de las clases dominantes, que ante el ejemplo
soviético prefirieron pactar esos cambios, antes que perderlo todo.
Es verdad que el ímpetu
transformador duró pocos años, que llegó la burocratización, el estancamiento o
las terribles purgas sangrientas en las luchas por el poder, a lo que no fue
ajeno el cerco político, económico y militar que impusieron las grandes
potencias capitalistas ya desde 1918. Es cierto que Lenin, acuciado por las
difíciles condiciones en las que se movía el incipiente estado soviético, tuvo
que obviar muchas de las más importantes contribuciones de Marx sobre la
evolución del capitalismo y el socialismo, quemando etapas y restringiendo
libertades, como tampoco se puede olvidar el temprano deterioro físico y mental
de Lenin, que dio paso al ascenso de Stalin y la marginación de Trotsky otros
dirigentes bolcheviques.
La revolución se fue
deformando progresivamente en la Unión Soviética, mientras que el movimiento
obrero sufría terribles derrotas en Alemania, en Italia, en Hungría o en
Austria y después en España. Aun y así a lo largo del siglo XX millones de
hombres y mujeres identificados con los principios comunistas lucharon,
sufrieron despidos, penalidades, torturas, cárceles y muchos de ellos la
muerte. Nuestro país fue un buen ejemplo de ello.
Quienes en los años 70 del
siglo pasado nos desmarcamos rotundamente de la realidad y de las prácticas de
los herederos de la revolución bolchevique y nos identificamos como “eurocomunistas”,
en aquel momento, como se suele decir, “nos negamos a tirar a la basura el agua
sucia y el niño”. Y hasta hoy no he encontrado razones de peso para cambiar de
opinión.
Aunque, 100 años
después, la revolución bolchevique no nos sirve como guía para afrontar los
problemas de la sociedad actual, qué duda cabe que nuestro mundo sería mucho
peor y más injusto sin el cambio que supuso en el devenir de la historia.
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