viernes, 23 de junio de 2017

QUIEBRA DEL BANCO POPULAR: AQUI NO HAY RESPONSABLES


Cualquiera que haya seguido en los últimos años la actividad económica y financiera de nuestro país, podía conocer la inestable situación del Banco Popular. La sostenida caída en la Bolsa del valor de sus acciones, desde su valor máximo de más de 16 euros alcanzado en abril del 2007, reflejaba que las cosas iban de mal en peor en este Banco.

Si los mercados bursátiles hacía años que habían encendido todas las señales de alarma ¿cómo es posible que ninguna autoridad pública hubiera intervenido? Mas aun ¿cómo es que los mensajes que reiteradamente lanzaban desde el Ministerio de Economía o desde el Banco de España eran que el Banco Popular, al igual que los demás grandes bancos españoles, estaban gestionando razonablemente la crisis económica, la burbuja inmobiliaria, y que no había riesgos especiales? Mas aun ¿cómo se explica que el Banco Popular haya superado los sucesivos controles y test impulsados por el Banco Central Europeo y las autoridades financieras europeas?

Nadie desde los poderes públicos nacionales y europeos advirtió que se estaba gestando la bancarrota de una de las grandes entidades financieras de nuestro país. Ni el último gobierno de Rodríguez Zapatero ni los gobiernos de Rajoy se molestaron en advertir a la ciudadanía que el Banco Popular estaba en una situación de riesgo. Por el contrario, siguieron alimentando irresponsablemente la confianza de cientos de miles de pequeños y medianos accionistas, que han visto convertirse sus acciones en papel para envolver bocadillos, como sucedió en los últimos meses de la Republica Alemana de Weimar, cuando los billetes de banco solo valían su peso en papel usado.

Es verdad que no resulta conveniente generar alarmas que provoquen la huida de inversores, accionistas y depositarios, pero entre generar el pánico en relación a un banco y mirar hacia otro lado como si nada estuviera pasando, hay un término medio que nadie ha sabido o querido asumir entre los responsables públicos.

El Banco de España, sobre todo desde la nefasta dirección de Miguel Ángel Fernández Ordoñez, nos ha tenido acostumbrados a preocuparse más por la evolución de los salarios, de las pensiones o de la regulación del despido, que por lo que debería ser una de sus funciones fundamentales, la supervisión rigurosa de las entidades financieras de nuestro país. Y tampoco han ejercido esa responsabilidad ni los ministros socialistas Pedro Solbes, ni su sucesora Elena Salgado, ni el actual ministro Luis de Guindos.

Ahora todas esas autoridades se felicitan porque la bancarrota del Popular no le ha costado nada a la hacienda pública española, gracias a la “respuesta responsable y solidaria” del Banco Santander. Borrón y cuenta nueva y a otra cosa mariposa. 

300.000 accionistas estafados, una amenaza evidente para los puestos de trabajo de miles de empleados del Banco Popular y un previsible negocio del Banco Santander a la vuelta de unos años, cuando empiece a rentabilizar la cartera de clientes y la red de locales del banco adquirido por un euro.

Y no pasa nada. Ni el gobernador del Banco de España dimite por tan inmensa mala gestión, ni por supuesto dimite ningún ministro del gobierno. Tampoco ninguna autoridad de la Unión Europea ni del Banco Central se han molestado en dar explicaciones de sus errores en la evaluación del Banco Popular.

En una sociedad democrática seria y madura, los partidos de la oposición habrían exigido la inmediata creación de una comisión de investigación parlamentaria sobre la gestión del Banco Popular y la comparecencia de los máximos responsables del mismo en los últimos 10 años y también de los responsables del Banco Santander para conocer sus planes de actuación con el banco adquirido. Y por supuesto de los responsables gubernamentales y gobernadores del Banco de España en estos años.

En una sociedad democrática seria y madura, el Fiscal General del Estado habría abierto de manera inmediata una investigación sobre el fraude a 300.000 ciudadanos y las garantías de su adquisición por el Banco de Santander. La Audiencia Nacional habría tomado cartas en el asunto.

Un fraude de esta envergadura exige medidas urgentes para delimitar responsabilidades políticas y penales. La junta directiva y el consejo de Administración del Banco Popular de los últimos diez años deberían estar declarando antes los jueces y los máximos dirigentes como medida cautelar deberían estar durmiendo en los calabozos y no en su casa, disfrutando de los pingues beneficios personales conseguidos mientras arruinaban el banco.

Es muy posible que esta vergonzosa bancarrota no le importe mucho al resto de las grandes entidades financieras españolas que tienen un rival menos con quien competir. Ya hay voces, algunas interesadas, que están alertando de los riesgos de la fuerte concentración de la banca española. Y ante ello de nuevo el silencio de los responsables públicos.

Ahora asistiremos a una caza del accionista estafado por parte de grandes despachos de abogados y a una larga cadena de negociaciones y reclamaciones individuales o colectivas, que ya veremos cuando y como se resuelven. Pero eso no es suficiente.

Son imprescindible medidas urgentes y ejemplarizantes. Al menos los dos últimos presidentes, Ángel Ron y Emilio Saracho, deberían ser rápidamente procesados, juzgados y condenados por su gestión.   


Y Pedro Solbes, Elena Salgado, Luis de Guindos, Miguel Ángel Fernández Ordoñez y Luis Linde tampoco pueden irse de rositas. Y si pueden eludir la sanción penal, al menos que la condena política y el oprobio público caiga sobre ellos por su irresponsable actitud.

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