Cuando en el año 2009 se le concedió a
Barak Obama el premio Nobel de la Paz, hubo quienes no le consideraron
merecedor, teniendo en cuenta que los ejércitos norteamericanos aun estaban
presentes en Afganistán e Irak; críticas que se repitieron tras la insensata intervención
en Libia.
Cambiar la política internacional de la
primera potencia mundial no es tarea fácil y menos aun rápida y hasta el
poder del presidente de esa nación esta sometido a fuertes y numerosas
limitaciones de todo tipo. Hay muchísimos intereses en juego, económicos, políticos,
militares; existen contrapesos legislativos que pueden cercenar la capacidad de
acción del presidente, como es el poder del Congreso y el Senado, sobre todo
cuando no se tiene la mayoría política en los mismos. Incluso el Partido
Demócrata tiene un pluralismo interno muy acusado, que va desde la derecha tradicional
hasta la izquierda socialdemócrata. Es sabido también que los dos partidos
norteamericanos se financian en buena medida con aportaciones de lobbys empresariales,
sociales, étnicos o ideológicos, que lógicamente no contribuyen de forma
desinteresada.
Todo ello por no hablar que en materia
de intervencionismo militar, como la historia ha demostrado reiteradas veces
desde tiempo inmemorial, es mucho más fácil iniciar una guerra que salirse de
ella y negociar una paz. Tampoco podemos olvidar que con frecuencia se requiere
la intervención de Estados Unidos en conflictos bélicos, ante la impotencia o
la comodidad de otros estados que no quieren gastar dinero o popularidad con
sus propias tropas. A este respecto podemos recordar los cínicos editoriales
del periódico El País, pidiendo la intervención norteamericana en el conflicto
de Siria o en Ucrania y el malestar por la negativa de Obama.
Y
por ultimo y no menos importante, está el factor racial. Cualquiera que
albergue dudas de los rechazos y odios que despierta Obama en una parte
significativa de la ciudadanía blanca norteamericana y de lo que representa que
por primera vez una persona negra ostente la presidencia, no tiene más que ver
la película “Selma”, que narra tan solo un episodio de la durísima y larga
lucha de la población afroamericana por sus derechos civiles hace solo 50 años.
En definitiva, la persona teóricamente más
poderosa del mundo, no tiene absoluta libertad de movimientos ni mucho menos.
Algo que la izquierda europea no siempre somos capaces de valorar en su justo término
cuando criticamos de forma esquemática la actuación del presidente Obama.
Por ello hay que valorar el gran valor de
las dos ultimas decisiones en política exterior que ha tomado Obama: el
reestablecimiento de las relaciones con Cuba y el Acuerdo con Irán, las dos
bichas negras más intensas y de más larga duración de los gobiernos y de la mayoría
de la sociedad norteamericana en bastantes décadas.
Obama ha tenido que recurrir a diversas
“artimañas legales” imponiendo sus facultades presidenciales, para poder
sortear la oposición del Congreso, del Senado y de su propio partido, donde los
lobbys de los judíos más reaccionarios (hay otros progresistas y no
sionistas) y el de los cubanos exiliados
son muy influyentes. Ha sido por tanto una dura batalla política en la que
Obama, que ya no puede volver a presentarse a las elecciones, ha mantenido
contra viento y marea su voluntad política.
Su foto con Raúl Castro es todo un símbolo
que supongo habrá levantado muchísimas ampollas en Estados Unidos, que lo habrán
considerado como un triunfo de los comunistas cubanos. Lo mismo en lo que se
refiere a Irán.
Con esta foto terminan no solo 55 años
de abierta hostilidad con Cuba, sino mucho más. Han sido casi 120 años de
intervencionismo imperialista en Latinoamérica, iniciado con la guerra de Cuba
en 1898 y la política de Theodore Roosevelt del “gran garrote” (“big stick”) y
de considerar el continente sudamericano el patio trasero de Estados Unidos,
donde se podía intervenir y mangonear.
Es evidente que con el reestablecimiento
de las relaciones con Cuba, no esta todo solucionado y para siempre. Queda la tensión
con el gobierno de Venezuela y surgirán nuevas tensiones, máxime si el partido
republicano vuelve a alcanzar la presidencia con candidatos extremistas, pero
les será muy difícil dar marcha atrás y volver a las andadas.
Obama también esta dando pasos, sin duda
mucho más tímidos, en el conflicto palestino-israelí, pero ya no es la mera
sumisión a los intereses de los gobiernos de la derecha judía. También sigue
sin resolverse la situación de la cárcel de Guantánamo.
Al presidente norteamericano aun le
queda año y medio de gobierno y sería deseable que continuara tomando medidas
para desactivar los múltiples conflictos en los que se enfangaron sucesivos
gobiernos norteamericanos.
En cualquier caso, Obama pasará a la
historia como un presidente que en la medida de sus posibilidades y de las
circunstancias, trabajó por la paz y la convivencia entre las naciones, lo cual
merece un reconocimiento por la gente progresista de todo el mundo.
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