En los años 80 y 90, por razones de
trabajo, de vez en cuando viajaba a Bruselas. Me parecía una ciudad deliciosa,
en la que además a las 5 de la tarde se acababa la jornada de trabajo, cuando
de forma inflexible los servicios de traducción simultánea se levantaban y se
iban y las reuniones tenían que terminar.
Pasear por Bruselas al atardecer era
maravilloso. Me conocía todas las tiendas de la Rue Neuve y desde luego el
Centro Comercial de Rogier, en donde había un FNAC, cuando todavía no había
llegado a España, con una sección de música clásica, de opera y de jazz que
tumbaba de espaldas, y con muchas buenas ofertas. Bruselas contaba además con
otras estupendas tiendas de discos, en los que siempre encontraba World music
ilocalizable en España.
Como todos los años antes de Navidad había
una reunión del Comité de Seguridad Social de trabajadores desplazados y transfronterizos, a la que iba en representación de CCOO, era
la ocasión de disfrutar la ciudad engalanada de adornos navideños y de comprar
en “CASA” (que tampoco había abierto aun en España) o en alguna tienda de
diseño de Les Galeries Royales, cantidad de objetos navideños, que tanto me
gustan.
En el Hotel al que siempre iba, al final
de la Avenida Adolphe Max, era muy céntrico lo que me permitía dar largos
paseos sin problemas para regresar. Casi todas las noches cenaba lo mismo en
cualquiera de las terrazas de las calles cercanas a la Gran Place, un puchero
de mejillones al vapor con apio; barato, suculento y nutritivo. Después solía
ir a la cervecería “A la Morte Subite” y cada noche probaba una o dos cervezas
distintas. Si hacía buena noche terminaba dando un paseíto por la Gran Place,
tomando un helado o un dulce en sus excelentes pastelerías y cafés.
La sede las reuniones estaba muy cerca
de la Plaza Schuman, donde año tras año estaban construyendo el impresionante
nuevo edificio de la entonces Comunidad Europea y tenía una hora para comer con
compañeros en alguna terracita de los alrededores.
En Bruselas en cuanto salía el sol,
todas las terrazas se llenaban de gente en camiseta o mangas de camisa para
aprovechar cada minuto de rayos solares. Una ciudad con unas floristerías de
ensueño y unas papelerías-librerías llenas de apetecibles carteles, postales,
cajitas, libretitas, sobres….
Y a la vuelta a Madrid, en su aeropuerto
cómodo, amable, manejable, siempre encontraba alguna tienda para comprar alguna
cosa para mis hijos Javier y Juan, para Elena y a veces para mis padres.
Bruselas me hizo sentir y vivir Europa,
el sentimiento de ser europeo. Claro que eran tiempos muy diferentes. Jacques
Delors desde la presidencia Comunitaria empujaba y empujaba la construcción de
una Comunidad de bienestar y cohesión social, de solidaridad y cooperación
internacional. “El libro blanco” y “El libro verde” eran la hoja de ruta que
impregnaba de optimismo e ilusión a los organismos y personal de la Comunidad
Europea.
Bruselas con la diversidad étnica,
cultural, lingüística, política, religiosa, que se vivía y respetaba por sus
calles, era el crisol donde se estaba forjando esa nueva Europa, esa nueva
referencia de convivencia y progreso para todos.
Hoy es una ciudad asolada, entristecida
y asustada. Pero esto no ha venido de la nada. Algo hemos tenido que ver todos
los europeos (y desde luego los norteamericanos y los rusos) en ello.
Hoy la persona de referencia de la Unión
Europea es Mario Draghi, el Presidente del Banco Central y no critico sus
actuaciones, solo señalo que la mayor personalidad no es un político cristiano
y socialdemócrata como Delors sino un experto banquero. Hoy hay fuerzas
militares de la Unión en buena parte del norte de África y de Oriente Medio.
Soldados europeos han contribuido a la desestabilización de Afganistán e Irak.
La diplomacia europea ha sido incapaz de poner freno a los abusos del Estado de
Israel frente a Palestina, a la vez que han sido permisivas con las dictaduras
petroleras, que han armado y financiado a grupos extremistas. La caída del muro
de Berlín y el final de la guerra fría, no ha sido aprovechada para desengancharnos
de la tutela y supeditación a los intereses de los gobiernos y empresas
norteamericanas, ni de dar un giro radical a una OTAN ya obsoleta.
Las políticas de máxima austeridad y de
recortes de derechos han provocado más desigualdad social, ha aumentado el
paro, se ha instalado el miedo en amplios sectores de las clases trabajadoras
que ahora tienen que disputar el trabajo y las prestaciones sociales con las minorías
de la inmigración. Millones de jóvenes de la segunda y tercera generación de
inmigrantes se encuentran desintegrados socialmente, marginados económicamente
y perdiendo sus referencias culturales.
Todo ello tiene mucho que ver con el
terrorismo. Estoy convencido de que si Jacques Delors estuviera hoy al frente
de la Unión Europea las cosas serían muy diferentes.
Hoy solo nos cabe expresar la
solidaridad con las víctimas de la masacre y esperar que la Unión Europea y la
OTAN revisen a fondo sus políticas para que al menos a medio plazo se superen
las causas que originan el terrorismo y pueda ser erradicado eficazmente.
Ojalá pronto Bruselas vuelva a vivir con
un horizonte de bienestar y cohesión social, de solidaridad, convivencia y
cooperación.
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