La Flauta Mágica es posiblemente la
opera más deliciosa de Mozart, que es como decir una de las operas más bellas
de la historia de la música. Es una obra que, además, se representa con
frecuencia y de la que hay numerosas y excelentes versiones discográficas e
incluso videográficas. Por ello, el anuncio de que el Teatro Real de Madrid se
estrenaba en este mes de enero una versión innovadora de esta opera, despertaba
tanto expectativas como temores, teniendo en cuenta los “alardes rupturistas”
que algunos directores de escena someten a grandes obras de la música clásica,
castigando innecesariamente al sufrido público.
En esta ocasión los temores han quedado
plenamente disipados y no es porque las innovaciones hayan sido menores, todo
lo contrario. Podríamos resumir esta presentación de La Flauta Mágica como una
“versión pop” de la opera de Mozart. El acierto es que esta adaptación es
plenamente respetuosa con el espíritu y la letra de la opera y a la vez
profundamente novedosa en cuanto a su puesta en escena.
Una puesta en escena basada sobre todo
en una influencia diversa que va desde el cine mudo y en especial las películas
de Buster Keaton, a las imágenes psicodélicas de finales de los años 60 del
siglo XX, pasando por la estética de la carteleria y pintura alemana de los
años 20 y también en los dibujos de la literatura infantil mas creativa de
mediados del siglo XX. Todo ello a través de la filmación de imágenes,
fundamentalmente dibujos animados, que se proyectan de forma permanente sobre
el escenario detrás de los intérpretes, mientras se desarrolla la opera.
La presencia física de los interpretes
resulta sorprendente y con frecuencia
hasta se puede dudar sino forman parte de la propia grabación cinematográfica,
dada la perfecta integración con las imágenes que se están proyectando.
La supresión de la narración y los
recitativos, sustituidos por el mero acompañamiento del clave y los textos en
la pantalla, en clara imitación del cine mudo, son igualmente otra novedad
acertada.
Por ello gran parte del merito de esta representación
hay que atribuírselo a Barrie Kosky y Suzanne Andrade, directores de escena y al
formidable Paul Barrit autor de las imágenes animadas. El vestuario (años 20 y películas
del cine mudo) y la oportuna iluminación son otras bazas que realzan la
espectacularidad de la representación.
Si a todo ello le añadimos unos buenos intérpretes
y una adecuada dirección de la Orquesta titular del Teatro Real, la conclusión
es que estamos ante uno de los grandes hitos de la programación de los últimos
tiempos, que personalmente será difícil que pueda olvidar.
Y un último comentario. La Flauta Mágica,
que ha sido considerada por muchos autores como una muestra de la
identificación de Mozart con la pujante masonería de la segunda mitad del siglo
XVIII, es también una especie de cuento infantil, con elementos dramáticos
(como deben ser todos los buenos cuentos infantiles que se precien) y con este
montaje estoy seguro que a los niños y niñas de educación primaria y secundaria
les fascinaría y sería una buena vía para adentrarse en el mundo de la Opera y
de Mozart en particular. Es una pena que a los responsables educativos de
nuestro país y de nuestros gobiernos autonómicos estas cosas ni se les pasen
por la cabeza.
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