En sexto llegó al Colegio un cura que
había estado largo tiempo no recuerdo bien si en Puerto Rico o en la Republica
Dominicana, (lamentablemente olvidé su nombre y no he encontrado referencias
por ningún lado, así que me referiré a él como “el cura dominicano”). Traía un
estilo, como diría yo, un tanto “yankilandia”. De formas y aspecto muy
dinámicas y modernas. Su iniciativa estrella fue la de resucitar la Asociación
de Alumnos, que en la practica no existía desde hacía tiempo, aunque seguía
disponiendo de un local.
Nos indicó que los alumnos de Preu se
encontraban ya con un pie fuera del colegio y pensando qué iban a estudiar en
la Universidad. Por tanto los llamados a impulsar la Asociación éramos los de
quinto y sexto, ya mayores, pero todavía con perspectivas de tener actividades
en el Colegio.
Allí que me apunté, con algunos, pocos,
más. Tuvimos varias reuniones donde quedó claro que quienes mandaban eran los
de Preu y algún reciente antiguo alumno. Curiosamente con uno de ellos,
Guillermo Vázquez, que estaba en silla de ruedas, años después tuve relación
con al ser un abogado laboralista en el despacho de Paquita Sauquillo y otro
Pedro Martín en la transición fue un cuadro medio de Alianza Popular.
Lo cierto es que en la Asociación no se nos ocurrieron muchas ideas que pudieran
gustarnos a nosotros y sobre todo al resto de los alumnos y a la vez ser
aprobadas por los curas. Nuestro centro de interés con 14 y 15 años eran, por
este orden, las chicas, la música, el deporte (no en mi caso), el cine y las
novelas.
Tras algunos meses de reuniones, la Asociación
volvió de nuevo a languidecer. Entonces “el cura dominicano” nos hizo la
propuesta de publicar una revista y me pidió que me hiciera cargo de la dirección
de la misma y acepté encantado.
La periodicidad de la revista era
trimestral; aun y así resultó un trabajo ímprobo conseguir colaboraciones, que
tenían que ser de alumnos y excepcionalmente alguna entrevista o aportación de
un cura o un profesor. Además no se trataba de competir con la publicación
oficial del colegio, la revista “Afán”, que ya he comentado en otra entrega que
era bastante clásica, a pesar de los esfuerzos que había hecho por renovarse,
al menos formalmente.
En conclusión la revista, y sus más o
menos 30 paginas, si bien de tamaño medio folio, la hice casi íntegramente yo.
Tenía sección de música, de cine, fotos, noticias, alguna entrevista y sobre
todo comentarios de la vida colegial. Como era de prever, el primer número despertó
cierta curiosidad entre alumnos y profesores. El segundo casi nada y tras el
tercero pasó a mejor vida. En su desaparición también tuvo algo que ver el
sesgo político que impregnaba algunos artículos, incluyendo una auto entrevista,
que en el colmo de la vanidad, me hice a mí mismo.
Era inevitable la presencia de la política.
Estábamos en el barrio donde se producían los altercados universitarios. Los
jeeps de la policía y el helicóptero tenían su presencia en la zona.
En el colegio, mas allá de comentarios
puntuales y esporádicos, no encontrábamos respuestas a nuestras confusas
preguntas políticas. La Congregación había abrazado sin genero de dudas el
aperturismo de Juan XXIII y después de Pablo VI; su apuesta por los pobres era
evidente, no eran clasistas y creo que buena parte de ellos no se sentían cómodos
en una sociedad sin democracia, aunque por muchas razones no estaban dispuestos
a manifestarse públicamente, salvo los casos ya comentados del Padre Miguel y
en el plano social, el Padre Juan Antonio.
La política, de una u otra manera, siempre
había estado muy presente en mi casa. Mis padres, como toda su generación,
estaban muy marcados por la guerra civil. Mi abuelo había estado detenido por
el Frente Popular de Santander y toda la familia tuvo que exiliarse a Francia.
Mi padre, muy cercano a la Falange, se vinculó a la 5ª Columna en el Madrid
republicano, siendo detenido, pasando varios meses en una cheka comunista hasta
el final de la guerra.
Como tantas otras personas, con el
tiempo fueron evolucionando lentamente. Mi padre, en una época colaborador de José
Antonio Girón, se distanció posiblemente al no compartir los negocios que el
ministro falangista tenía y de los que quiso hacer participe a mi padre. En 1958, mi padre, junto con
otros altos funcionarios del Ministerio de Trabajo, estuvo una temporada en
Estados Unidos estudiando su modelo de
relaciones laborales y el contacto con la realidad norteamericano también
influyó en su evolución. Con anterioridad mi tío José Antonio había recorrido
el camino del falangismo a la democracia y se había ido incorporando a los
intelectuales antifranquistas. En casa, cuando quedaban los hermanos y cuñadas,
había frecuentes debates políticos. Mi madre, por su parte estaba en la línea
del Cardenal Herrera Oria y era fiel seguidora del periódico “Ya”, que leía íntegramente
todos los días. El Concilio Vaticano II y el Papa Juan XXIII fueron también
decisivos para la evolución de mis padres.
En ese contexto fluido, en 1963 mi padre dio el
importante paso de hacerse socio fundador de la revista y editorial de
“Cuadernos para el Dialogo”. Así fue como desde el primer número llegó esta
publicación a mi casa y tengo que decir que quien se la leía de arriba abajo
era yo, aunque con 14 años muchas cosas lógicamente no las entendía.
Tenía un enorme batiburrillo en mi
cabeza, que se reflejaba muy bien en la decoración de las paredes de mi
habitación, a la que por cierto mis padres nunca se opusieron aunque no les
entusiasmaba. Allí convivían Francoise Hardy, mi musa incontestable, Ursula
Andress, James Dean, The Beatles, The Animals, Raimon, The Rolling Stones, John
Kennedy, el Che Guevara, Kruschev con su zapato, Mao-Tse Tung, Fidel
Castro, Juan XXIII…Mis amigos no tenían
en aquellos tiempos ese mismo nivel de interés político, pero claramente querían
vivir en un país con libertades.
A través de mi primo Fernando, que por
sus hermanos y su padre vivía en un
ambiente mucho más relacionado políticamente, conocí a Jorgito Fabra, intimo
amigo de Fernando. Un día me habló de las Juventudes Comunistas, de las que
formaba parte. Era un mundo no solamente nuevo para mí, sino sobre todo lleno
de misterio y de interrogantes. Sentía una gran admiración y respeto por Jorge.
Pero para desesperación de mi primo
Fernando, que resignadamente me acompañaba de vez en cuando a las fiestas
patronales del colegio, en ese momento todavía no tenía yo ni madurez ni
voluntad para dar el paso al compromiso político. Aun recuerdo las caras de
Jorge y Fernando cuando les dije que quería ser misionero, Fernando me preguntó
a bocajarro “¿pero tu no quieres acostarte con una mujer?” y yo no supe
contestarle otra cosa que “y eso que tiene que ver?”.
Encaucé mis deseos de cambio a través de
la religión. Tras fracasar el intento de ingresar en el Seminario de los
Sagrados Corazones de Miranda de Ebro (como ya he contado en un post de hace
meses), me centré en el estudio de la Biblia y de los Evangelios y en el voluntariado con los Misioneros
Combonianos.
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