Para los jóvenes de mi generación que queríamos
cambiar España, y el mundo, la revolución castrista fue el gran referente y la
gran esperanza. Fidel y el Che no tenían punto de comparación con Kruschev, Brezhnev,
o los dirigentes de los países del Este, incluido Tito; (Mao-Tse-Tung y
Ho-Chi-Minh, a pesar de su heroica trayectoria, nos pillaban muy lejos).
El castrismo, además, nos mandaba un
mensaje muy claro: la revolución era posible. Para tantos y tantos que nos decían
que en el mundo de la guerra fría no se podía mover ficha y te tenias que
aguantar si vivías en el “bloque occidental”, la revolución cubana a 90 millas de Estados
Unidos, había demostrado que el tablero sí se podía mover y de qué manera.
Las intervenciones de Fidel y el Che en
la ONU, en las reuniones de la Tricontinental, enardecían nuestro espíritu. De
Cuba empezaron a llegar muestras de una renovación cultural profunda, desde la
revista “Casa de las Américas” fundada por la inolvidable Haydee Santamaría (que conseguíamos
de tapadillo en algunas librerías), hasta el nuevo cine y la nueva trova. Los
intelectuales y artistas progresistas de todo el mundo pasaron por Cuba y
hablaban y no paraban de lo que allí estaba pasando.
Pero la revolución muy pronto se granjeó
poderosos enemigos y muy en especial Estados Unidos, donde el gobierno de
Kennedy sucumbió a las presiones del exilio de Miami y de la extrema derecha
norteamericana.
La ofensiva contrarrevolucionaria que se
movió en varios ámbitos, tuvo rápidamente efectos nefastos en la evolución de
la propia revolución. Amenazado por Norteamérica, Fidel se apoyó en la Unión Soviética
y en los estados del Pacto de Varsovia. Junto a la considerable ayuda económica,
material, militar, tecnológica, en la isla desembarcaron centenares de asesores
y consejeros soviéticos, que traían en su cabeza sus propias recetas de cómo
consolidar la revolución.
Fidel no pudo o no supo evitar esa
impregnación de modelo político, económico y cultural procedente del Este de
Europa. A ello se sumó la salida masiva camino de Miami de cuadros y
profesionales cubanos, de pequeños y medianos empresarios; buena parte de las clases medias empezaron a
dar la espalda y mostrar su hostilidad a la revolución. Algunos grupos políticos
y sociales de la burguesía, que en sus inicios se habían sumado a la guerrilla
castrista, abandonaron el apoyo. A Fidel solo le quedó la alianza con el
Partido Socialista Popular (comunistas), que aunque muy al final se había
sumado a la guerrilla, tenía un perfil bastante anquilosado.
El no haber podido o sabido evitar la
perdida del apoyo de la mayoría de la clase media, fue muy negativo para la revolución,
como años después lo sería para el gobierno de la Unidad Popular de Salvador
Allende, que precipitó el golpe de Pinochet.
De esta manera la revolución cubana se
vio emparedada entre dos bloqueos. El comercial, económico, turístico,
financiero de los Estados Unidos y de otros países ferozmente anticomunistas y
el bloqueo intelectual, cultural, político, ideológico del bloque soviético.
Miles de jóvenes cubanos fueron a
estudiar a los países soviéticos y junto a los indudables conocimientos técnicos
que recibieron, también se les adoctrinó en una visión burocrática y
estalinista del socialismo.
Cada golpe contra la revolución, y
fueron muchos en forma de ataques armados, acciones terroristas e intentos de
asesinato del propio Fidel, tuvo como respuesta un cierre de filas. El
socialismo que se quería construir en Cuba fue perdiendo su carácter innovador
y adquiriendo tintes cada vez más cercanos a la burocratización de los países
de la esfera soviética.
La nacionalización generalizada de la economía,
iniciativas tan poco meditadas como la
“Zafra de los 10 millones” en 1970, dificultaron el crecimiento económico del país,
que cada vez se encontraba mas subsidiado por sus aliados soviéticos y con
mayor incapacidad para diversificar su economía.
Empezó el goteo de deserciones de
antiguos dirigentes revolucionarios, de amigos y simpatizantes del mundo del
arte y de la cultura. El propio Che se lanzó a llevar la revolución a otros países,
incomodo con los derroteros que iban tomando las cosas en Cuba.
Fidel nos dio un fuerte disgusto a mucho
de sus seguidores cuando en agosto de 1968 aceptó la intervención militar soviética
que hundió la primavera de Praga. Ese remedo de socialismo impuesto a la fuerza
en Checoslovaquia, no era el que al menos los jóvenes europeos queríamos.
A principios de los años 70 la izquierda
nos dividimos en tres posiciones en relación a Cuba. Los incondicionales con la
revolución, pasara lo que pasara; los que rompieron con ella, en algunos casos
de manera aparatosa y como haciéndose perdonar su antiguo respaldo; y los que
mantuvieron una solidaridad crítica. Fidel no llevó muy bien la actitud de esa
izquierda solidaria pero crítica, como fue el caso de los propios comunistas
españoles o italianos.
Cuba, a pesar de sus evidentes
dificultades económicas, dio prioridad a la educación y a la sanidad y a la
dignidad de la población mulata y negra, hasta entonces marginada. También, no
lo olvidemos, a la solidaridad internacional con los países del Tercer Mundo. Médicos,
profesores, enfermeras, ingenieros, militares, etc. pusieron sus conocimientos
al servicio de los pueblos de África, Latinoamérica y Asia.
Pero el giro dado a la revolución cubana
ya no se pudo corregir hasta muchos años después, con la caída del bloque soviético
y la paulatina desaparición de su ayuda. Cambiar la dinámica de tres décadas no
era tarea fácil y menos aun persistiendo el bloqueo y en el marco de una crisis
económica internacional.
En los años 90, con los demócratas en la
presidencia de Estados Unidos y los socialistas mayoritarios en casi todos los gobiernos
de la Unión Europea, hubiera sido el momento de iniciar un profundo y sostenido
cambio. Fidel no lo asumió, ni tampoco la dirección del Partido Comunista
Cubano, aunque algunos lo propusieron más o menos abiertamente.
Fidel estuvo al frente del país casi 50
años, algo realmente difícil de aceptar desde una mentalidad de izquierdas y
cuando enfermó, dejó el poder pero le pasó las riendas a su hermano, iniciativa
también difícil de asumir.
El legado de Fidel esta repleto de
claroscuros. No lo tuvo nada fácil. Estuvo en el ojo del huracán de la guerra fría.
No se resignó a vivir como un acomodado abogado burgués; terminó con la
corrupción institucionalizada de la dictadura de Batista y con la dominación de
las mafias norteamericanas. Devolvió la esperanza a un continente de que era
posible otro tipo de sociedad, incluso en el patio trasero de Norteamérica. Pero
sus únicos e inevitables aliados le dieron el abrazo del oso y asfixiaron la revolución.
Es el pueblo cubano quien en definitiva tendrá
que valorar todo lo que les aportó Fidel y todo lo que se frustró, por los
condicionantes diversos, a lo largo de
sus casi seis décadas de presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario