Desde muy pequeño mis padres fomentaron
mi interés por el cine. Cuando cumplí seis años mi madre, como regalo, me llevó
al cine Infantas a ver la película “La gran esperanza”, italiana, de submarinos
y cuando comenzó me asusté muchísimo, creyendo que nos íbamos a ahogar con todo
el agua que salía en la pantalla. Con mi padre iba mucho al cine, a ver las de “vaqueros”,
que a él le encantaban y a mi madre nada. Mi abuela también, mientras vivió, me
llevaba al cine y lo mismo mis tías, en especial la tía Tere. Ir con mi abuela
tenia el plus de que íbamos a los mejores cines, montados en su Chrysler
norteamericano con chofer y todo (Victoriano) y antes me invitaba a merendar
tortitas con nata y fresa. La tía Tere, me llevaba a ver las películas “mas
fuertes”, previa consulta a su director espiritual y así pude ver “El
Cardenal”, “Becket”, "Lawrence de Arabia" o “West Side Story”, con
gran envidia de mis amigos.
Y luego estaba el cine del colegio.
Todos los jueves por la tarde, como no teníamos
clase, ponían una película para los alumnos, pagando claro. El cine del cole no
es que fuera una maravilla tecnológica, había dos o tres descansos por el
cambio de bobinas y las copias no siempre eran de gran calidad, ni falta que
hacía. (La foto que acompaña el post, es muy antigua y en los años 60 la
pantalla era mucho más grande). Salvo que estuviera castigado por algún motivo,
mis padres me dejaban ir y me lo pagaban aparte del dinero semanal. Fueron
decenas y decenas de películas las que vi. aquellos inolvidables jueves por la
tarde.
A partir de cuarto de bachillerato, teníamos
no recuerdo si una vez al mes o cada
quince días, Cine Forum. Era uno de los momentos que esperábamos con mayor
entusiasmo. El responsable era Félix Martialay, militar, periodista, critico de
cine y futbol y de convicciones falangistas.
Lo de falangista nos enteramos muchos años después; él nunca nos habló de política
en sus clases de cine. Sus clases eran magistrales y la selección de películas fantástica.
El gran cine norteamericano de los años 40, 50 y principios de los 60. Después
de la proyección había coloquio. No había censura apreciable, mas allá de la
que existía con carácter general en nuestro país.
Cincuenta años después todos los amigos
de clase, por encima de nuestras diversas ideologías, coincidimos en recordar con gran aprecio el
Cine Forum de Martialay. Por mi parte aun tengo muy vivo el impacto que me
causaron tres fantásticas películas, “Los pájaros” de Hitchcock, “El hombre que
mato a Liberty Valance” de John Ford y “Conspiración de silencio” de John
Sturges. Martialay nos dio a conocer a Howard Hawks, a Raoul Walsh, a Orson
Welles, a Elia Kazan, a Minelli, a Billy Wilder, a Fritz Lang, a George Cukor, a
King Vidor, a Richard Fleischer…y nos ofreció una visión diferente de las películas
de Jerry Lewis, que en aquellos años eran consideradas de tercer nivel, hasta que la critica francesa le
recupero a mediados de los años 60. Por ello mi agradecimiento será eterno, por
muy falangista que fuera.
Para mí
la cara opuesta del cine, era la gimnasia. Odiaba la gimnasia y sobre
todo “los aparatos”. Creo que jamás conseguí saltar decentemente el potro o el
plinto, y más de una vez me pegué un buen morron intentándolo. Mi padre, al que
tampoco le gustó nunca la gimnasia, fue sensible a mis quejas y amparándose en que
yo tenía los pies planos, mas que planos, valgos, y que usaba plantillas,
consiguió que me eximieran de hacer gimnasia, al menos cuando era clase de
aparatos. No me sentía muy feliz
quedarme en el aula, entre otras razones porque lo hacía con los que tenían
dolencias o problemas físicos de diversa índole y desde luego teníamos que
hacer algún deber.
A lo que nunca quise escaparme fue a los
ensayos para las demostraciones gimnásticas escolares, que anualmente realizábamos
en el estadio Vallehermoso. Aquellos juegos gimnásticos, iban acompañados de una
parafernalia claramente falangista. Los ejercicios gimnásticos, sobre todo al
final de su preparación cuando ya dominábamos las figuras que realizábamos, sí que me gustaban y además cada vez que íbamos
a entrenar al Vallehermoso perdíamos prácticamente una mañana de clase. Lo único
horrible era que en el césped del campo había unas lombrices inmensas, que unas
veces pisabas y otras se acercaban a tí mientras estabas con la cara, los
brazos o las piernas en el suelo.
El colegio tenía enfrente una tienducha semisótano
que se llamaba “La Mona”, porque había un asqueroso ejemplar haciendo monerías. En “La Mona” se vendía de
todo, las más diversas chucherías, cromos, pistones, bengalas, tirachinas y
otros aparatejos para jugar. Yo no era muy asiduo, porque no me gustaban ni las
pipas, ni los altramuces, ni el regaliz…tan solo alguna vez compraba caramelos
“saci”, chufas mojadas y algún trozo de “palulu”. Prefería gastarme el poco
dinero que tenía y el que habitualmente mangaba a mi padre, en tebeos. Además
la señora que despachaba era antipática y vestía de forma espantosa. Pero
muchos de mis compañeros al salir de clase, de camino a casa, recalaban
inevitablemente en “La Mona”.
Los cromos y los tebeos los compraba en
un quiosco que había en Gaztambide esquina a Rodríguez San Pedro. Hice algunas
colecciones de cromos, de películas sobre todo, pero en cambio nunca me enganchó
coleccionar las ediciones anuales de los equipos de futbol o de los ases del
ciclismo. Mi pasión eran, además de las novelas, los tebeos. Por suerte en mi
casa las novelas eran consideradas como un complemento al desarrollo
intelectual, tan solo mi padre se enfadaba si entraba de pronto en mi
habitación y descubría que debajo del cuaderno o del libro de estudio tenía una
novela. Pero sobre todo mi madre me regalaba con frecuencia novelas de Salgari,
de Julio Verne o de Guillermo Brown y también todas las entregas de Tintin,
algunas en francés. Afortunadamente he conservado casi todas mis novelas
infantiles y juveniles y las que perdí, como algunos libros de Guillermo, las
repuse ya de mayor. Así que solo me costaban dinero los tebeos.
A finales de cuarto curso todos tuvimos
que tomar la decisión, importante para nuestro futuro, de si Letras o Ciencias.
No tuve la menor duda y opte por Letras. Fuimos una minoría. De los cuatro
cursos, con unos 120 alumnos aproximadamente, poco más de 20 nos decidimos por
Letras. En aquel momento todavía no sabíamos que los de la clase de Letras íbamos
a vivir de maravilla en nuestra burbuja y que de paso íbamos a forjar unos vínculos
de amistad que en buena parte se mantienen cincuenta años después.
Pero no todo iba a ser color de rosa. Teníamos
ya 13 años, éramos adolescentes y en nuestra vida cada vez estaba mas presente
un invitado misterioso, “el sexo”, que inevitablemente vino acompañado de otro
invitado no deseado, “el pecado”.
Querido Héctor, tú y yo tenemos infancias casi gemelas por edad (soy del 44), colegio y gustos. Yo también estudié letras y me aficioné al cine muy pronto por influencia materna. Dado que yo ya estaba en sexto cuando tú estabas en primero (me adelantaron un curso) no conocí a Martialay más que un poco, pero es verdad que las lecciones de cine que recibimos me sirvieron siempre.
ResponderEliminarDeberías coleccionar estos recuerdos en un librito, porque son muy ilustrativos e interesantes de cómo era la educación entonces.
Espero impaciente el capítulo del sexo y el pecado. Yo no lo pasé muy bien en esos tiempos, especialmente por la confusión de ser gay añadida a todo lo demás.
Muchos recuerdos afectuosos del que era entonces un "chico mayor".