sábado, 23 de julio de 2016

CINE Y GIMNASIA, RECUERDOS DEL COLEGIO SAGRADOS CORAZONES (4)




Desde muy pequeño mis padres fomentaron mi interés por el cine. Cuando cumplí seis años mi madre, como regalo, me llevó al cine Infantas a ver la película “La gran esperanza”, italiana, de submarinos y cuando comenzó me asusté muchísimo, creyendo que nos íbamos a ahogar con todo el agua que salía en la pantalla. Con mi padre iba mucho al cine, a ver las de “vaqueros”, que a él le encantaban y a mi madre nada. Mi abuela también, mientras vivió, me llevaba al cine y lo mismo mis tías, en especial la tía Tere. Ir con mi abuela tenia el plus de que íbamos a los mejores cines, montados en su Chrysler norteamericano con chofer y todo (Victoriano) y antes me invitaba a merendar tortitas con nata y fresa. La tía Tere, me llevaba a ver las películas “mas fuertes”, previa consulta a su director espiritual y así pude ver “El Cardenal”, “Becket”, "Lawrence de Arabia" o “West Side Story”, con gran envidia de mis amigos.

Y luego estaba el cine del colegio.    

Todos los jueves por la tarde, como no teníamos clase, ponían una película para los alumnos, pagando claro. El cine del cole no es que fuera una maravilla tecnológica, había dos o tres descansos por el cambio de bobinas y las copias no siempre eran de gran calidad, ni falta que hacía. (La foto que acompaña el post, es muy antigua y en los años 60 la pantalla era mucho más grande). Salvo que estuviera castigado por algún motivo, mis padres me dejaban ir y me lo pagaban aparte del dinero semanal. Fueron decenas y decenas de películas las que vi. aquellos inolvidables jueves por la tarde.

A partir de cuarto de bachillerato, teníamos no recuerdo  si una vez al mes o cada quince días, Cine Forum. Era uno de los momentos que esperábamos con mayor entusiasmo. El responsable era Félix Martialay, militar, periodista, critico de cine y futbol  y de convicciones falangistas. Lo de falangista nos enteramos muchos años después; él nunca nos habló de política en sus clases de cine. Sus clases eran magistrales y la selección de películas fantástica. El gran cine norteamericano de los años 40, 50 y principios de los 60. Después de la proyección había coloquio. No había censura apreciable, mas allá de la que existía con carácter general en nuestro país.

Cincuenta años después todos los amigos de clase, por encima de nuestras diversas ideologías,  coincidimos en recordar con gran aprecio el Cine Forum de Martialay. Por mi parte aun tengo muy vivo el impacto que me causaron tres fantásticas películas, “Los pájaros” de Hitchcock, “El hombre que mato a Liberty Valance” de John Ford y “Conspiración de silencio” de John Sturges. Martialay nos dio a conocer a Howard Hawks, a Raoul Walsh, a Orson Welles, a Elia Kazan, a Minelli, a Billy Wilder, a Fritz Lang, a George Cukor, a King Vidor, a Richard Fleischer…y nos ofreció una visión diferente de las películas de Jerry Lewis, que en aquellos años eran consideradas de tercer  nivel, hasta que la critica francesa le recupero a mediados de los años 60. Por ello mi agradecimiento será eterno, por muy falangista que fuera.

Para mí  la cara opuesta del cine, era la gimnasia. Odiaba la gimnasia y sobre todo “los aparatos”. Creo que jamás conseguí saltar decentemente el potro o el plinto, y más de una vez me pegué un buen morron intentándolo. Mi padre, al que tampoco le gustó nunca la gimnasia, fue sensible a mis quejas y amparándose en que yo tenía los pies planos, mas que planos, valgos, y que usaba plantillas, consiguió que me eximieran de hacer gimnasia, al menos cuando era clase de aparatos. No me sentía  muy feliz quedarme en el aula, entre otras razones porque lo hacía con los que tenían dolencias o problemas físicos de diversa índole y desde luego teníamos que hacer algún deber.

A lo que nunca quise escaparme fue a los ensayos para las demostraciones gimnásticas escolares, que anualmente realizábamos en el estadio Vallehermoso. Aquellos juegos gimnásticos, iban acompañados de una parafernalia claramente falangista. Los ejercicios gimnásticos, sobre todo al final de su preparación cuando ya dominábamos las figuras que realizábamos,  sí que me gustaban y además cada vez que íbamos a entrenar al Vallehermoso perdíamos prácticamente una mañana de clase. Lo único horrible era que en el césped del campo había unas lombrices inmensas, que unas veces pisabas y otras se acercaban a tí mientras estabas con la cara, los brazos o las piernas en el suelo.

El colegio tenía enfrente una tienducha semisótano que se llamaba “La Mona”, porque había un asqueroso ejemplar  haciendo monerías. En “La Mona” se vendía de todo, las más diversas chucherías, cromos, pistones, bengalas, tirachinas y otros aparatejos para jugar. Yo no era muy asiduo, porque no me gustaban ni las pipas, ni los altramuces, ni el regaliz…tan solo alguna vez compraba caramelos “saci”, chufas mojadas y algún trozo de “palulu”. Prefería gastarme el poco dinero que tenía y el que habitualmente mangaba a mi padre, en tebeos. Además la señora que despachaba era antipática y vestía de forma espantosa. Pero muchos de mis compañeros al salir de clase, de camino a casa, recalaban inevitablemente en “La Mona”.

Los cromos y los tebeos los compraba en un quiosco que había en Gaztambide esquina a Rodríguez San Pedro. Hice algunas colecciones de cromos, de películas sobre todo, pero en cambio nunca me enganchó coleccionar las ediciones anuales de los equipos de futbol o de los ases del ciclismo. Mi pasión eran, además de las novelas, los tebeos. Por suerte en mi casa las novelas eran consideradas como un complemento al desarrollo intelectual, tan solo mi padre se enfadaba si entraba de pronto en mi habitación y descubría que debajo del cuaderno o del libro de estudio tenía una novela. Pero sobre todo mi madre me regalaba con frecuencia novelas de Salgari, de Julio Verne o de Guillermo Brown y también todas las entregas de Tintin, algunas en francés. Afortunadamente he conservado casi todas mis novelas infantiles y juveniles y las que perdí, como algunos libros de Guillermo, las repuse ya de mayor. Así que solo me costaban dinero los tebeos.

A finales de cuarto curso todos tuvimos que tomar la decisión, importante para nuestro futuro, de si Letras o Ciencias. No tuve la menor duda y opte por Letras. Fuimos una minoría. De los cuatro cursos, con unos 120 alumnos aproximadamente, poco más de 20 nos decidimos por Letras. En aquel momento todavía no sabíamos que los de la clase de Letras íbamos a vivir de maravilla en nuestra burbuja y que de paso íbamos a forjar unos vínculos de amistad que en buena parte se mantienen cincuenta años después.


Pero no todo iba a ser color de rosa. Teníamos ya 13 años, éramos adolescentes y en nuestra vida cada vez estaba mas presente un invitado misterioso, “el sexo”, que inevitablemente vino acompañado de otro invitado no deseado, “el pecado”. 

1 comentario:

  1. Querido Héctor, tú y yo tenemos infancias casi gemelas por edad (soy del 44), colegio y gustos. Yo también estudié letras y me aficioné al cine muy pronto por influencia materna. Dado que yo ya estaba en sexto cuando tú estabas en primero (me adelantaron un curso) no conocí a Martialay más que un poco, pero es verdad que las lecciones de cine que recibimos me sirvieron siempre.
    Deberías coleccionar estos recuerdos en un librito, porque son muy ilustrativos e interesantes de cómo era la educación entonces.
    Espero impaciente el capítulo del sexo y el pecado. Yo no lo pasé muy bien en esos tiempos, especialmente por la confusión de ser gay añadida a todo lo demás.
    Muchos recuerdos afectuosos del que era entonces un "chico mayor".

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