Estos últimos meses han sido de excesivo
protagonismo de la política en el blog. Motivos ha habido de sobra. Ya estamos
en pleno verano y aunque los problemas de nuestro país siguen sin resolverse,
va siendo hora de tomarse un cierto descanso y tratar otros temas.
En estos días hace 50 años que terminé
mis estudios en el Colegio de los Sagrados Corazones de Martín de los Heros.
Una buena ocasión para retomar algunos recuerdos de aquel tiempo. He empezado a
escribir y se alarga y alarga lo que me gustaría contar. No voy a tener más
remedio que ir repartiendo en varias entregas en las próximas semanas,
siguiendo un cierto orden cronológico.
Mis padres querían que fuera a Los Jesuitas
de Alberto Aguilera, no encontraron plaza y se decidieron por los Sagrados
Corazones, que aun estaba mas cerca de mi casa
y que recientemente habían ampliado y modernizado. El primer día de
clase me llevó mi madre. Al entrar en el gran patio de los recreos, me colocó en la fila de los que por su tamaño ella
pensaba debía ser la que me correspondía. Estaba tan emocionado, deslumbrado y
asustado que no se me ocurrió preguntar si esa era la clase de “Elemental”.
Al tercer día, el Padre Cirilo, al ver
que yo nunca respondía cuando pasaba lista, me preguntó el apellido, no me encontró
y me dijo si estaba seguro de estar matriculado en “Medio”, al contestarle que
mi curso era “Elemental”, me cogio de la mano y me llevó a ver al Padre Rafael.
Cariñosamente comentó “este chico quería adelantar un año, pero como no se
puede, aquí te lo dejo”. Resuelto el primer percance de mi vida escolar, el
segundo fue entender en que consistía trabajar en grupo.
Al entrar en mi nueva clase, acababan de
empezar la lectura de “El Libro de España” (una publicación fascinante que de
por sí merecería un post propio y que por desgracia no he conservado). Abrí el
libro y me puse a leerlo a mi ritmo, porque me aburría escuchar a algunos de
mis compañeros. Cuando el Padre Rafael me señaló, “ahora sigue tu Maravall”, el
desconcierto fue general, iba cinco o seis hojas por delante. El Padre Rafael,
sin malos modos, pero con firmeza, me dijo “esta visto que tienes mucha prisa
en todo”.
Aquellas dos experiencias fueron
decisivas en mi adaptación y socialización en el cole. Mi mundo ya no era mi
mundo, sino que lo compartía con muchos más niños.
Pronto tuve amigos. Los dos primeros
fueron lógicamente los que vivían cerca de mi casa y volvía con ellos andando:
Javier López Martínez y Álvarez Lucas, en cuya carnicería compraba mi madre.
El tercero fue Antonio Villaverde. Vivía
en un piso magnifico en Rosales y fue el primero de clase, al menos que se
supiera, que tenía televisión. Los sábados por la tarde, después del cole, me
invitaba a su casa. Su madre nos preparaba unos estupendos bocadillos de
chorizo o de lomo (son burgaleses) y nos sentábamos a ver la tele. Recuerdo,
como si fuera ayer mismo, el impacto que nos causó la serie, teatralizada, de
“Veinte mil leguas de viaje submarino”, con Paco Moran haciendo del malísimo Capitán
Nemo. Cuando acababa cada capítulo, nos provocaba una ansiedad de qué pasaría,
y eso que los dos nos habíamos leído la novela y sabíamos cómo terminaba. Así
era la tele, en blanco y negro, para unos niños de siete años en 1956.
Tengo recuerdos ya muy difusos de los
tres primeros años del cole. Incluso no me acuerdo del nombre de los Padres
prefectos de “Medio” e “Ingreso”. Por supuesto hay excepciones. La Primera Comunión,
que sí tengo bastante definida y mi preocupación del día anterior de que se me
quedara atascada en la garganta la “sagrada forma”, con todo lo que ello supondría.
No se me ocurrió otras cosa que “ensayar” con oncitas redondas de chocolate,
que me facilitó Consuelo Guasp, la costurera de la familia. Falsa alarma, todo
fue muy bien.
Recuerdo excursiones a El Escorial, donde
la Orden tenía un enorme Seminario, al Pantano de San Juan, a la Boca del Asno
o a Aldea del Fresno. En las excursiones los Curas jugaban con nosotros muchísimo
y con el paso del tiempo he comprendido que la mayoría eran todavía muy
jóvenes, entre 25 y 35 años y por tanto con muchas ganas de pasarlo bien,
aunque fuera con niños pequeños.
También he hecho esfuerzos por recordar
señales de politización; lo he hablado con los amigos, he repasado fotos, y la
conclusión es que cuando nosotros empezamos, el franquismo simbólico ya no
estaba explícitamente presente en el colegio. No se veían fotos de Franco ni de
José Antonio Primo de Rivera, aunque en el pasado sí las había habido. En las
aulas, además de grandes mapas colgando de las paredes y del Crucifijo, había
un cuadro de la Inmaculada y otro del Padre Damian, el gran símbolo de la
Orden. Algún profesor llevaba en la solapa la insignia de haber sido “alférez
provisional” o “voluntario de la División Azul”, aunque no recuerdo que nos
hablaran de ello o de política en general.
Todo ello tiene su merito teniendo en
cuenta que por la ubicación del colegio, la mayoría de los alumnos eran hijos
de militares del ejercito de tierra y del ejercito del aire. Es posible que en
esa temprana despolitización influyera el que fuera una Congregación francesa y
que en la Guerra Civil, aunque tuvieron algún sacerdote asesinado, la
persecución religiosa no les alcanzara mucho.
Por supuesto tengo muy presente cuando en el recreo bajábamos en fila al patio y el Padre Prefecto gritaba "Honor y gloria a los Sagrados Corazones de Jesús y de María" y nosotros aun mas fuerte respondíamos "Ahora y siempre" y entonces rompíamos filas.
Fui ampliando el circulo de amistades,
con Galán, cuyo padre tenía un enorme taller de carpintería en Fernando el Católico;
con Aramburu Maqua, siempre nos sentábamos juntos en clase y nos repartíamos
los deberes, el hacía las matemáticas y yo la historia y geografía.
En el Colegio, como en el campo, teníamos
nuestros ciclos, casi todos de índole religiosa.
Los primeros días de octubre eran el
reencuentro después de más de tres meses de vacaciones. Contarnos lo que habíamos
hecho. En la segunda quincena de octubre la campaña del “Domund”, en que recorríamos
el barrio con las huchas pidiendo para las misiones. Yo solía quedar el primero
de la clase en recaudación, no por meritos propios, sino porque mi abuela
Esperanza, mi tías Tere, Casilda y María Luisa y por supuesto mi madre, me
daban mucho dinero. Recuerdo la cara de estupefacción de los compañeros de
clase cuando por el agujero de la hucha empezaban a salir billetes de
quinientas y hasta de mil pesetas. El premio era quedarme la hucha, de las que
llegue a tener un montón, aunque ahora solo conservo una.
A principios de diciembre llegaba la novena
de La Inmaculada, patrona del Colegio y que culminaba con una gran fiesta. También
se celebraba el concurso de dibujo y pintura, al que siempre me presenté,
ayudado por mi madre, y sin que jamás me llevara premio, accésit o mención.
En los primeros meses del año, empezábamos
a entrenar para participar en los juegos gimnásticos en el estadio Vallehermoso,
que se realizaban en primavera. Antes de Semana Santa cubrían todas las
imágenes de la Iglesia con velos morados, lo que resultaba muy impresionante. El
primer domingo de mayo y como inicio del mes de María, hacíamos el Rosario de
la Aurora, recorriendo el barrio en Procesión a las siete de la mañana, rezando
y cantando. Por fin en Junio, antes de
los exámenes, tocaba la peregrinación al Cerro de los Ángeles, en la que había
tres modalidades de participación. Los muy esforzados iban andando desde el
Colegio, algo que yo nunca hice. Los medianamente esforzados lo hacían desde la
Plaza de Legazpi y los vagos, a los que los autobuses que ponía el colegio dejaban
al pie del Cerro. Hasta cuarto de bachillerato fui en el batallón de los vagos,
hasta que por miedo a la revalida y a los exámenes finales, empecé a
sacrificarme marchando desde Legazpi.
Y el curso acababa con un festival o en
el Palacio de la Música o en otro gran cine de la Gran Vía, con actuaciones,
entrega de premios, rifas y peliculón. Durante años sentí tremenda envidia
porque nunca fui admitido ni en la escolanía, ni en los grupos de teatro ni en
la banda de guitarras y bandurrias. Me debían considerar un negado para las
bellas artes.
La época de la placidez, como diria algún Ex... Ministro, democrata, dictador, facha y un largo etc
ResponderEliminarGenial tu memoria histórica. Yo entré una década más tarde aproximadamente. Tal vez coincidieras con mi hermano Manolo. Por cierto, a propósito de las peregrinaciones al Cerro, yo fui 2 o 3 veces caminando en los 70.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarGracias por tu comentario. Me alegra y anima mucho. Espero que las restantes entregas de recuerdos del colegio tambien te gusten. No puedo responderte a si conoci o no a tu hermano Manolo, porque no me indicas tu apellido.
EliminarUn fuerte abrazo