Es lógico que los ataques del terrorismo islamista,
brutales, indiscriminados y que por tanto pueden alcanzar a cualquiera, generen
un profundo sentimiento de miedo e inseguridad. Más aun cuando se producen y
repiten en los mas diversos lugares. La respuesta normal de la ciudadanía se puede resumir en
“acabar con esto, cuanto antes y como sea”.
Por ello podemos comprender las
reacciones iniciales de Hollande y hasta del Primer Ministro de Bélgica. Pero
los gobernantes y sí además tienen un perfil progresista como es el caso del
Presidente de Francia, no puede perder la serenidad y una visión meditada de
cómo afrontar un desafío tan profundo y complejo como este.
Pero según transcurren los días, da la
impresión de que la espiral emocional, iniciada la noche de los brutales
atentados, no tiene visos de dar paso al diseño de una estrategia democrática,
inteligente, contundente y eficaz, y que desde luego tenga en cuenta los
numerosos errores cometidos por las potencias occidentales en África y Asia
desde el final de la Segunda Guerra Mundial,
muy en especial en los países de tradición musulmana.
Las promesas de reformar la Constitución
Francesa para introducir significativos recortes de derechos civiles, aunque ya
veremos en que quedan, es de una ceguera enorme, en un país, que no lo
olvidemos, hoy lo gobierna la izquierda, pero que mañana puede volver a
gobernar Sakorzy e incluso Marie Le Pen. Y una reforma restrictiva de la
constitución que inicialmente se utiliza
para perseguir el terrorismo islamista, en un futuro se puede usar para
perseguir a otros sectores sociales, desde huelguistas, okupas, sindicalistas, pacifistas,
activistas medioambientales o en general a enemigos políticos.
Y no solo es cuestión de los riesgos que
entrañan medidas de restricción de derechos, que nacen como excepcionales y
temporales y luego no hay quien las derogue. Es que además son ineficaces.
Francia debería recordar a este respecto
que los Paracaidistas del General Massu que tomaron al asalto Argel en su lucha
contra lo que consideraban el terrorismo del FLN y generaron una brutal represión,
con la complicidad o al menos el silencio de buena parte de la sociedad
francesa e incluso de amplios sectores de la izquierda, aplazó unos meses el
proceso de liberación de Argelia pero al final fue imparable. Y lo mismo se
puede decir de la actuación brutalmente colonialista de Francia en Indochina en
los años 50, que terminó con su estrepitosa derrota en Dien Bien Phu.
Por supuesto el terrorismo islamista no
tiene nada que ver con el FLN ni con el Viet Minh. Pero fueron claros ejemplos
de que las medidas excepcionales de reducción de los derechos democráticos o
respuestas básicamente militares, a medio plazo no suelen dar resultados y
menos aun con gentes del perfil fanático, irregular, disperso, camuflado, que
caracteriza a los terroristas del ISIS.
Por no mencionar que una restricción de derechos
constitucionales en Francia seria una perfecta coartada para todos esos gobiernos
de extrema derecha, más o menos explicita, que desde Polonia a Hungría, pasando
por casi todos los Estados del Este de Europa, están propugnado políticas de
mano dura frente a minorías étnicas, religiosas, a la diversidad sexual o a
los emigrantes, etc. Con que cara la Unión
Europea va a criticar a Orban en Hungría o a Putin por sus actitudes antidemocráticas,
si un país referencia de la democracia como Francia aprueba recortes de
derechos civiles.
Y tan grave como esas intenciones de
endurecimiento legislativo, es la vuelta al siglo XIX que esta protagonizando
Hollande en las relaciones internacionales. Si de algo habían servido dos
guerras mundiales primero y después la superación de la política de bloques de
la guerra fría, era para instaurar ámbitos de actuación comunes como la ONU y
sus Agencias Internacionales y en otro orden de cosas la Unión Europea, el
Consejo Europeo y el Parlamento Europeo.
Pues no, ahora Hollande vuelve a la
nefasta política de las Alianzas unilaterales, bilaterales o multilaterales que
tanto contribuyeron a desencadenar las grandes guerras del siglo XIX y del XX.
Hollande no acude a la Asamblea de la ONU, al Consejo de Seguridad y menos aun
al Parlamento Europeo, a proponer una estrategia compartida frente al desafío
terrorista. Visita a Presidentes y Jefes de Gobierno de países que considera
que puedan ser sus aliados en las ofensivas militares, a los que presiona en términos
casi emocionales, ¿Cómo no nos vais a apoyar con lo que nos ha sucedido y nos
puede suceder? Ninguna mención al derecho internacional, a las instituciones
mundiales o continentales.
Flaco favor le esta haciendo Hollande a
la ONU, que si ya aportaba poco a la paz, el progreso y la libertad
mundial, a partir de ahora, si se
consolida esta estrategia de las Alianzas bilaterales, se puede dar por finiquitada. Y en esa dinámica,
algunos de los Estados responsables en buena medida de lo que esta sucediendo,
como Israel o las dictaduras petrolíferas,
no tienen porque preocuparse; nadie les va a llamar al orden.
En ese camino iniciado por Hollande, se
desarrolla la política vacilante y errática de nuestro país, asumida por el PP,
el PSOE y Ciudadanos, con la inteligente posición critica pero responsable de
Podemos, que si no fuera un asunto muy serio y dramático,
recordaría a aquella inigualable película de los Hermanos Marx, “Sopa de
Ganso”.
El problema de fondo es que frente a ese
miedo que el terrorismo ha extendido por los países europeos, hay gobiernos que
parece que ante todo buscan el titular y la imagen mediática para tranquilizar
e incluso recuperar popularidad, en lugar de explicar a la ciudadanía que la
lucha contra este terrorismo va a ser larga, difícil, multidireccional.
Que luego no nos sorprenda si se acentúa
la sensible derechización de la sociedad europea. Los terroristas por un lado y
la improvisación y el cortoplacismo de algunos gobiernos por otro, lo están
favoreciendo. No sería la primera vez que de la combinación de los miedos (a la
crisis económica, de las instituciones políticas y de la seguridad) salgamos
por la derecha en lugar de un cambio progresista.
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