Hoy las portadas de los periódicos
españoles son casi todas iguales: “Guerra al Estado Islámico”. ¿Ya nos hemos
olvidado a donde condujeron las intervenciones militares en Irak y Afganistán,
tras las masacres de las Torres gemelas de New York?
Para desgracia de las sociedades democráticas,
la lucha contra el terrorismo islamista es un camino mucho más largo y complejo,
que no se resuelve ni con una nueva intervención militar a sumar a las ya
realizadas, ni con cierre de fronteras y menos aun atizando la xenofobia.
El problema de la violencia islamista es
que esta mucho más cerca de una guerra “liquida” o “difusa” que de un activismo
terrorista clásico (de raíces ultranacionalistas o de extremismo político) y
sobre todo que sus integrantes están distribuidos y camuflados por todo el
mundo, gozan de amplios y variados apoyos, unos mas explícitos que otros, no
tienen un ámbito territorial definido y responden a causas muy profundas y de
largo recorrido.
Para empezar no podemos olvidar las
hondas raíces que la violencia tiene en la lectura y aplicación más fanática del Islam, en la carencia de una
evolución democrática del mismo, que no ha tenido, o al menos no han
prevalecido o no les han dejado, los procesos de modernización que tuvo la
civilización europea con la Ilustración del siglo XVIII, las revoluciones burguesas en el
XIX o los cambios socioeconómicos propiciados por la socialdemocracia en el siglo XX. Esas
transformaciones han ido incidiendo en las raíces católicas y protestantes
occidentales, que al igual que el Islam también arrastra una historia de
oscurantismo, fanatismo y violencia, de forma que hoy el extremismo político y
las prácticas violentas con fundamentos religiosos sean afortunadamente muy minoritarios
en nuestras sociedades.
Esa carencia, salvo excepciones, de democratización
del Islam, es solo una parte del problema, aunque en absoluto menor. Pero a
ello se suman una larga acumulación de decisiones militares, políticas y económicas
de los estados de Occidente, empezando por la arbitraria desmembración del
imperio otomano después de la primera guerra mundial, creando estados
artificiales, sosteniendo dictaduras que facilitaban la presencia y explotación
de los recursos petrolíferos por parte de poderosas multinacionales y a la vez reprimían
los movimientos de liberación de carácter progresista. A ello se añadió el apoyo incondicional a la
creación del Estado de Israel y la absoluta permisividad con su política
agresiva, en especial a partir de la
Guerra de los Seis Días y la anexión violenta de territorios palestinos.
En paralelo se han sucedido todo tipo de
actuaciones para barrer los intentos de modernización política protagonizados
desde los años 50 del siglo XX por gobiernos de corte nacionalista,
moderadamente neutralistas (en los años de guerra fría), con objetivos de
progreso social y de tintes laicos, en Egipto,
Irán, Siria, Irak, Afganistán, Libia, Líbano, Argelia o Indonesia, que aunque
no fueran un modelo de democracia, sí estaban a años luz del oscurantismo
feudal de las dictaduras “aliadas” de Occidente, facilitadoras del negocio del petróleo.
Son más de 60 años generando caos político,
miseria económica, humillación social, ausencia de futuro. Un perfecto caldo de
cultivo para el terrorismo.
No se trata, de ninguna forma, de
exculpar o “comprender” las dinámicas de organización del terrorismo islamista,
pero sí de conocer donde hunden sus raíces, porque esa será la única forma de a
medio plazo ir reduciendo su extensión y su fuerza de atracción.
Democracia política, progreso económico,
cohesión social, fin de las practicas neocoloniales y de las intervenciones
militares y reconocimiento del Estado Palestino con la vuelta a las fronteras
de 1967, son las vías para ir poco a poco superando los odios acumulados, la falta
de perspectivas de progreso y dignidad. Por supuesto en ese camino sería
fundamental que el Islam conociera procesos de “aggiornamento” similares al que
vivió el catolicismo con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.
No hay otra vía realista y esta llevara
su tiempo, esperemos que pocas décadas.
Las perspectivas no son halagüeñas,
porque la manipulación del terrible dolor causado por el terrorismo o en el
mejor de los casos los argumentos simplistas, generan reacciones xenófobas,
cierre de fronteras y de mentalidades, gobiernos más a la derecha, rechazo de
la inmigración y desconfianza hacia las minorías étnicas o religiosas ya
presentes en nuestros países. Es muy posible que ese giro a la derecha lo
veamos entre nosotros el próximo 20 de diciembre.
Así que menos hablar de “guerras”, que
llevamos desde hace 60 años comprobando que solo sirven para empeorar las cosas
y más hablar de soluciones políticas, económicas y sociales, que desde luego no
son incompatibles con una eficaz
persecución policial y una contundente aplicación de la ley.
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