El, por muchas razones, interesante y
oportuno debate entre Albert Rivera y Pablo Iglesias en la 6ª, trató uno de los
temas centrales en la divergencia entre las posiciones tradicionalmente socialdemócratas
y las liberales: la relación entre crecimiento económico y redistribución
social. Fue una lastima que Iglesias se encerrara en cuestiones genéricas y no
supiera rebatir los argumentos liberales de Rivera, expuestos con apabullante
seguridad.
Es cierto que la miseria no da pie para
redistribuir. Y también es verdad que quedarse en la mera redistribución de lo
existente sin crecimiento económico, se parece mucho a ese dicho de “pan para
hoy y hambre para mañana”. Pero esa es solo una parte y muy interesada y
sesgada de la cuestión. Y para no caer
en generalidades, vayamos a la experiencia de nuestro propio país.
En el periodo 1995 a 2007, tras una corta
crisis económica en los tres años anteriores, España tuvo un impresionante y
sostenido crecimiento económico. Cuando a principios de los años 90, los sindicatos
y un sector de la izquierda planteábamos al gobierno del PSOE que aumentara la protección
al desempleo, que asumiera los salarios sociales, que reconociera la atención a
la dependencia o que ampliara la enseñanza obligatoria, la respuesta siempre fue
la misma: en ese momento no era oportuno
ampliar el Estado de Bienestar sino favorecer el crecimiento económico y la
salida de la crisis y después ya tendríamos ocasión del aumento del gasto
social y de la redistribución.
Pues bien, llegó el crecimiento, un año,
otro, otro y así hasta doce. Y nunca se veía el momento de ampliar el gasto
social y mejorar la redistribución. Nunca había suficiente crecimiento. Lo
dijeron los gobiernos de Aznar y el primero de Rodríguez Zapatero, siempre bajo
la atenta mirada del correspondiente Gobernador del Banco de España.
Las consecuencias fueron muy claras: la
desigualdad siguió creciendo en España; el riesgo de pobreza apenas se redujo y
cientos de miles de familias siguieron en una situación de pobreza cronificada,
transmitida de generación en generación; se relajó la política fiscal porque había
ingresos procedentes del boom de la construcción; se retrasó y retrasó la
aprobación del sistema de dependencia y cuando por fin entró en vigor, coincidió
con el inicio de la nueva crisis, lo que conllevó una infradotación de medios
presupuestarios, lastrando gravemente su desarrollo; tampoco se mejoró la
cobertura del desempleo ni los salarios sociales, ni se garantizó la enseñanza
publica de 0 a
3 años y encima aumentaron las diferencias entre unos territorios y otros de
nuestro país.
Con una nueva crisis encima volvieron a
decirnos que primero salir de la crisis y crecer y luego ya mejoraríamos la redistribución
y mientras tanto cada día se incrementa más la desigualdad.
Así las cosas, estimado Albert Rivera,
¿cuándo tocará la redistribución? Como decía aquella expresión genial de la
revista de humor en la transición, Hermano Lobo, “al año que viene si Dios
quiere”.
Sabemos de sobra que combinar
crecimiento económico y redistribución social no es fácil, pero en absoluto es
imposible. Hay que evitar fugas de capitales, medidas desincentivadoras de la inversión,
hacer una política fiscal razonablemente progresiva y disponiendo de medios
adecuados para perseguir el fraude, seleccionar bien las prioridades de gasto
social, ganar amplios aliados políticos y sociales, etc. Lo hicieron en el
pasado y lo siguen haciendo, aunque con menor intensidad, países del Norte y
Centro de Europa, con resultados satisfactorios tanto para el crecimiento como
para la reducción de la desigualdad. Mas aún, esos estados que históricamente
han combinado crecimiento y redistribución, son los que mejor han aguantado los
efectos de la crisis.
Pondría un ejemplo casero, de alcance
limitado, pero sin duda significativo. El programa de Turismo Social para las
personas mayores del IMSERSO, que a finales de los años 80 puso en marcha el
gobierno del PSOE a instancias de sus ministros socialdemócratas. El programa
era y es una combinación de gasto público, cooperación con el sector
empresarial y copago muy subvencionado de los usuarios.
Los resultados han sido magníficos. Creación
y mantenimiento de decenas de miles de puestos de trabajo en el sector turístico
en temporada baja; consolidación e impulso de numerosas iniciativas relacionadas con el turismo en zonas con escasa
actividad durante la mayor parte del año; bienestar para los millones de
mayores que han participado en estos casi 30 años en el programa, muchos de los
cuales jamás habían visto el mar, salido de su comarca, montado en un avión, ni
se habían planteado remotamente hacer turismo; mayores que a su vez movilizaron
sus ahorros inactivos para disfrutar de esa etapa de la vida. Todo ello por no
hablar de otros efectos de cohesión social en las relaciones entre mayores de
los distintos territorios de España o de la influencia en la mejora del estado de salud.
Además este programa de la Administración
General del Estado ha tenido un impresionante efecto contagio en la inmensa mayoría
de las Comunidades Autónomas y en muchos Ayuntamientos. La conclusión es
evidente: la inversión pública en gasto social ha impulsado el crecimiento y la
redistribución social, ha beneficiado a empresas, a trabajadores y a jubilados.
En los años 90 se repitió la experiencia con el Programa de Termalismo Social también
con excelentes resultados, aunque lógicamente a menor escala.
Hay que decir que los sindicatos en su
inicio fuimos muy reticentes a estos programas, desconfiando de su utilización
electoral (que por supuesto ha habido y hay), pero enseguida vimos sus enormes
posibilidades y hoy somos grandes defensores.
Insisto, es un ejemplo concreto,
limitado, pero que refleja la enorme interacción que puede haber entre el impulso
al crecimiento económico como efecto de un gasto publico bien elegido y
utilizado y la generación de solidaridad entre clases sociales, generaciones y territorios.
Así que olvidemos de una vez ese falso
escenario de primero crecer y luego redistribuir. Eso sí, hay que tener
voluntad, decisión e inteligencia política para compatibilizar ambos objetivos.
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