Los resultados de las elecciones del 27
de septiembre en Cataluña van a requerir la apertura de un proceso de reformas
y negociación, tanto si ganan como si pierden los partidarios de la lista “Junts
per el sí”. Caben algunas consideraciones al respecto de cara al día después de
las elecciones.
La primera es reiterar la evidencia de
que la sociedad catalana es muy plural y nadie podrá imponer opciones políticas
frente a una mitad o incluso a un tercio la población. Sería una situación
ingobernable, una fuente sistemática de conflicto social y la legitimidad de
quien lo hiciera estaría totalmente cuestionada.
El segundo elemento a tener en cuenta es
que una sociedad democrática no se puede saltar las reglas de juego que ella
misma se ha dado, lo contrario sería o golpismo o una ruptura revolucionaria.
No creo que ninguna de esas dos vías sean asumidas por la inmensa mayoría de la
ciudadanía catalana ni del resto de España. En este sentido afortunadamente la Constitución
de 1978, una de las mas democráticas del mundo y que fue votada masivamente en
Cataluña, contempla mecanismos legales para su reforma y por tanto para cambiar
el ordenamiento jurídico vigente desde 1978, sin límite alguno. Otra cosa es
que no se quieran utilizar.
En tercer lugar, quienes no quieren o no
saben abrir un proceso de negociación real, deben tener muy presente que las
instituciones del Estado, desde el Rey Felipe VI hacia abajo, serán
considerados con creciente hostilidad por buena parte de la población catalana
si se encuentran con una pared como interlocutor de sus demandas. Y por otra parte, Artur Mas y sus socios
independentistas, si inician un proceso de ruptura deben ser conscientes que
las instituciones del Estado no pueden permanecer impasibles ante un desafío
sin sustento legal, pues de lo contrario este no sería un Estado de Derecho
sino una republica bananera sin ninguna autoridad democrática ni dentro ni
fuera de España.
Por ultimo, cuanto más tiempo pase sin
abordar un proceso de negociación por unos y cuantas mas medidas unilaterales
se tomen por otros, mayores serán las dificultades para cambiar las dinámicas
intransigentes y mas profundos serán los resquemores en la gente.
En otras palabras, si ganan los
independentistas, Artur Mas, tendrá que contar con que seguramente casi la
mitad de los votantes lo han hecho por otras opciones, aparte de los muchos cientos
de miles que se hayan abstenido. Y aunque el gobierno que forme tenga pleno
sustento legal para gobernar en base a una mayoría absoluta, la legitimidad que
se necesita para dar un paso tan trascendental y difícilmente reversible como
es un proceso que desemboque en la independencia, no es ni mucho menos el
conseguir el 51% o el 55% de los diputados o incluso de los votantes.
Y si pierden los independentistas, estos
no van a desaparecer por arte de magia, así que nadie y menos que nadie el
gobierno se debería frotar las manos y dar por zanjado el tema. Habrá que
buscar las formas para que la mayoría de ellos se sientan razonablemente bien
conviviendo con el resto de España.
Por tanto no cabe otra que negociar.
Vivimos en un continente cuya historia
ha esta marcada durante siglos y siglos por guerras, matanzas, persecuciones,
invasiones, desplazamientos de población, cambios de fronteras una y otra vez,
etc. etc., pero la democracia ha traído como una de sus mayores virtudes la
negociación. Francia y Alemania son un ejemplo elocuente de cómo diferencias
que parecían insalvables, asentadas en un mar de sangre, dieron paso al
reencuentro entre estos dos hoy firmes
amigos y aliados. Por no hablar de la recuperación de las relaciones entre Cuba
y Estados Unidos y mucho menos aun del proceso de pacificación en Irlanda del
Norte.
¿Acaso es más difícil un proceso de
negociación entre una parte de la sociedad catalana y el conjunto de la
sociedad española?, cuando además todas las encuestas hablan de voluntad del
pueblo catalán de llegar a soluciones negociadas.
No es una cuestión de mero voluntarismo
bien intencionado. A la postre se reduce a tres o cuatro temas muy importantes
y complejos pero no imposibles: el reconocimiento constitucional de la condición
de nación y algunos aspectos inherentes en materia de lengua, cultura, simbología;
el buscar una formula de financiación que sea mínimamente satisfactoria para la
sociedad catalana, que no suponga una carga para el resto de España y que puede
afrontarse con un periodo transitorio razonable. Una tercera cuestión es la
reforma del Senado, como Cámara exclusivamente autonómica, ese cuento de nunca
acabar, que todos los gobiernos prometen y ninguna acomete. Y por ultimo un
tema que puede parecer secundario, pero que en mi opinión no lo es, como cambiar
la configuración del Tribunal Constitucional, que en los últimos quince años ha
sido utilizado a menudo como instrumento político contra algunas políticas autonómicas.
Lo más difícil es cambiar el chip
mental. Y pongo un ejemplo muy sencillo y a la vez significativo ¿Por qué no
van a poder hablar en su idioma natal los diputados de las Cortes españolas que
así lo quieran? ¿A quien le puede hacer daño? ¿Por qué se mantiene esa ridícula
prohibición?
En definitiva tenemos que asumir la
pluralidad nacional con todas sus consecuencias trascendentales y también las
cotidianas.
Es cierto que no es un camino fácil, pero
mucho más difícil fue la transición y salio adelante con éxito, claro que los políticos
de entonces tenían otra talla.
En todo caso lo sensato sería que en la
semana siguiente a las elecciones hubiera un debate en las Cortes Generales
sobre como abordar el proceso negociador. Aunque mucho me temo que seguramente
tendremos que esperar a las elecciones generales del próximo diciembre, a ver
si conseguimos un gobierno que se tome en serio la solución del conflicto
social en Cataluña con autentica disposición negociadora, que si bien en el
peor de los casos no consiguiera llegar a acuerdos por las posiciones
intransigentes de Mas y su equipo, podría reducir sustancialmente sus apoyos en
Cataluña y con el tiempo cambiar la dinámica de crecimiento del sentimiento
independentista.
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