Lo que no consiguieron en las urnas democráticas,
lo han logrado con maniobras parlamentarias y judiciales de dudosa legalidad y
nula legitimidad: el Partido de los Trabajadores ha sido expulsado de la
presidencia de Brasil.
En los últimos meses de del año 2002 escribí
un articulo en la Gaceta Sindical de CCOO sobre el acoso de los mercados
financieros a Lula da Silva, todavía candidato a la presidencia. Amenazas que
se recrudecieron una vez ya próxima su toma de posesión. Los argumentos, que
por cierto hemos oído en otros muchos sitios, incluidos nuestro país en 1982 y
ahora también: los capitales saldrían, las empresas se deslocalizarían, no habría
nuevas inversiones, la moneda se hundiría, la inflación y el paro se dispararían….etc.
Lula asumió la presidencia con un
panorama económico y social muy difícil, herencia de gobiernos de centro
derecha (aunque con nombres de apariencia progresista). La sorpresa fue que
este obrero metalúrgico, esforzado sindicalista, creador de un partido de
izquierdas, no solo no hundió Brasil, sino que consiguió una brillante etapa de
crecimiento económico, fuerte disminución de la deuda, control de la inflación
y el déficit, aumento del empleo y una impresionante disminución de la pobreza
y el analfabetismo, males endémicos de ese país.
Lula logró poner a Brasil en el primer
plano de la política internacional, impulsando las iniciativas de los grandes países
emergentes. Se convirtió en un líder mundial respetado y un claro factor de
atracción para otros muchos estados latinoamericanos, que querían
compatibilizar democracia política, crecimiento económico y lucha contra la
desigualdad. Incluso consiguió un buen entendimiento con Estados Unidos y en
especial con el presidente Obama.
No voy caer en la beatificación de Lula,
de sus gobiernos (fruto de complejísimos pactos variables), ni del Partido de
los Trabajadores. Junto a sus impresionantes logros, cometieron errores,
algunos muy serios. No consiguió evitar prácticas corruptas en el partido y en ámbitos
del gobierno o de las empresas públicas, ni tampoco escapó al clientelismo.
Tomó decisiones muy discutibles, guiado por el afán de dar realce mediático
internacional a Brasil, sin tener en cuenta los inmensos costes que ello
conllevaba (Olimpiadas y Mundial de Futbol).
Dilma Rousseff, asumió la presidencia el
1 de enero del 2011, cuando se percibían en el horizonte algunos importantes
nubarrones políticos y económicos. Dilma, con
un perfil muy diferente al de Lula, economista, procedente de la clase
media, con un pasado intachable de luchadora por la democracia y con una muy
dilatada y diversa experiencia en la gestión política, parlamentaria y
administrativa, fue la primera mujer
presidenta de Brasil y la cuarta de todo Latinoamérica.
Dilma, elegida con el 56% de los votos, apostó
por la continuidad de las políticas de Lula. Las presiones y maniobras para
lograr su dimisión fueron continuas
desde el primer momento. La inestabilidad política de sus gobiernos fue
creciendo, la crisis económica también llegó al Brasil y la situación económica
empezó a deteriorarse. Se sucedieron las dimisiones en su gobierno, en su
administración y en el Partido por razones de corrupción y clientelismo; se
produjeron procesamientos, condenas y algunos encarcelamientos. Se frenaron
importantes inversiones públicas y se ralentizaron los programas sociales.
Dilma cambió en más de una ocasión de responsable de las políticas económicas,
buscando la estabilidad y la confianza de los mercados, sin lograrlo. La
derecha política y económica percibió las dificultades de Dilma y arreciaron
los ataques, además con un fuerte contenido machista.
Muchos pensaban que no lograría la
reelección a finales del 2013 y sin embargo las urnas le volvieron a dar la
victoria, porque mas allá de los errores, de las campañas mediáticas y de las
operaciones judiciales y parlamentarias, buena parte de los brasileños
compartían y se habían beneficiado de los cambios económicos y sociales de los
sucesivos gobiernos de Lula y Dilma.
Es posible que la Presidenta del Brasil,
su gobierno y sobre todo la dirección del
Partido de los Trabajadores, no fueran suficientemente conscientes de
los daños que les estaba produciendo los casos de corrupción y clientelismo o
la mala gestión de algunas grandes empresas publicas, como Petrobas. Lo que la
ciudadanía tolera a la derecha, no se lo permite a la izquierda política o
sindical y con razón (Brasil no es el único caso, como muy bien sabemos en
España).
Si a todo ello se añade el gran dominio
de la derecha en los medios de comunicación social y en la judicatura, sumado a
la extendida corrupción de parlamentarios y otros partidos políticos, era de
manual que el intento de echar a Dilma era un objetivo alcanzable. Y también
salieron a la calle. Sao Paulo, Río y otras ciudades conocieron grandes
manifestaciones contra Dilma, en determinados casos con marcados tonos
golpistas. El recuerdo de lo sucedido en Chile en los primeros meses de 1973,
nos vino a la cabeza a muchos, siendo tan distintas las circunstancias.
Dilma recurrió a Lula, pero ya era
tarde. También estaba tocado. Las maniobras para evitar la destitución se intensificaron,
hasta que lo han logrado.
Dilma, Lula, el Partido de los
Trabajadores y muchas gentes de izquierda de Brasil, de Latinoamérica y de todo
el mundo, han hablado de golpe de estado por la vía parlamentaria. Es
comprensible la tremenda indignación ante este hecho inédito en Brasil, cuando
han tenido presidentes y gobiernos corruptos hasta la medula, ineficaces,
injustos y en varios casos cómplices de
las diversas dictaduras militares que ha sufrido este país.
Pero la izquierda no podemos quedarnos
en la mera condena de la destitución de Dilma. Brasil es una referencia muy
importante para las políticas de progreso y su perdida debe abrir una profunda reflexión
autocrítica. La izquierda latinoamericana, en sus diversas formulaciones, no
pasa por buenos momentos ni en Argentina, ni en Perú, ni en Ecuador, ni en
Bolivia, ni en Venezuela ni en Colombia, ni en Nicaragua….Y la culpa no la
tienen solo los otros, la derecha política y económica de ámbito nacional e
internacional.
La izquierda debe ser implacable con la
corrupción y el clientelismo en sus filas y apostar por la buena y eficiente gestión.
En unas sociedades cada vez mas informadas (y por supuesto con mas riesgos de
manipulación), la ciudadanía, lo vuelvo a repetir, no admite que la izquierda
TAMBIEN sea corrupta, clientelar o sumida en una gestión errática.
Esperemos que pasados los 180 días de
suspensión de la presidencia Dilma pueda volver. No es nada fácil, pero no
imposible. En todo caso, aprendamos todos, todos, la lección. También nosotros
en España, sobre todo cuando nuevos partidos o coaliciones de la izquierda están
gobernando o cogobernando por primera vez en muchos Ayuntamientos y alguna
Comunidad Autónoma y es posible (y deseable)
que lo vayan a hacer en el gobierno de España.
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