En medio de tantas malas noticias e
incertidumbres en España y a nivel internacional, también hay importantes acontecimientos
que nos deben animar y satisfacer, incluso cuando son consecuencia de graves
quebrantos de la ley.
En estos mismos días un miembro
relevante de la familia real, dos expresidentes de gobiernos autonómicos, uno
de ellos con largos años en el poder y personaje referencial para muchas
personas y un vicepresidente económico y
exdirector del FMI, están compareciendo ante la Administración de Justicia,
como procesados o imputados y sobre ellos penden solicitudes de condena de indudable
trascendencia. Además, dos expresidentes y varios consejeros del gobierno
andaluz se encuentran inmersos en actuaciones judiciales y en el conjunto del
país decenas de cargos públicos y responsables políticos, en activo en la
actualidad o hasta hace poco, están en la cárcel, procesados, imputados o
investigados. Y como remate, la Guardia Civil, que política y
administrativamente depende del gobierno, registra y realiza diversas
actuaciones contra el partido gobernante.
La botella se puede ver como medio vacía,
por lo que supone de extensión de las diversas formas de corrupción, pero yo también
quiero verla como media llena, reflejo del funcionamiento impecable e
implacable de dos instituciones democráticas tan importantes como el poder
judicial y las fuerzas y cuerpos de seguridad (lo que en términos clásicos los
marxistas considerábamos dos decisivos aparatos del estado).
Al igual que en el pasado los comportamientos
ilegales de políticos y responsables de diversas administraciones en la lucha
contra el terrorismo o las irregularidades ilícitas cometidas por altos cargos
del poder económico (lo que se denominaba la “beautiful people”), fueron
sancionados penalmente y muchos de ellos terminaron entre rejas.
Con todas sus limitaciones, con
contradicciones, con tardanzas, nuestra democracia funciona. Contemplar en la
televisión la cara de la Infanta Cristina sentada en el banquillo, la entrada
de la Guardia Civil en la sede del PP, partido del gobierno, o que el
exhonorable Jordi Pujol tenga que “venir a Madrid” a declarar sobre su
sorprendente fortuna, es algo que era inimaginable para los que vivimos la
dictadura y la transición democrática.
Es verdad que simultáneamente estamos
asistiendo al juicio a 8 sindicalistas de la empresa Airbus, por su
participación en un piquete de huelga o que todavía hay decenas de
sindicalistas procesados por su participación en las últimas huelgas generales.
Pero ello, siendo absolutamente injusto, no puede desmerecer lo que representa
las referidas actuaciones judiciales o policiales.
Es evidente que nuestra legislación,
especialmente en materia penal, mercantil y administrativa, en determinados
aspectos va por detrás de las necesidades de una sociedad compleja como la
nuestra, con nuevas formas de actuación delictiva o irregular. También es
cierto que las vías de composición del Consejo del Poder Judicial, del Tribunal
Supremo, de la Audiencia Nacional o del Tribunal Constitucional dejan espacio a
la discrecionalidad y manipulación política. La propia Fiscalía del Estado arrastra una excesiva dependencia del
poder político, que a veces se traduce en una cierta laxitud o lentitud en la
persecución de actividades delictivas de profundas o poderosas ramificaciones.
El futuro gobierno debería afrontar las
necesarias reformas al respecto, incluyendo algunos retoques en la propia Constitución;
como también seguir fortaleciendo la profesionalización de las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad. Pero en todo caso debemos ser conscientes que estamos
ante la medula de lo que antes me refería como poderes y aparatos centrales del
estado y que tanto en España como en las sociedades democráticas más avanzadas
y consolidadas, su pleno y satisfactorio funcionamiento democrático no es una
tarea fácil.
Mientras aguardamos esos retos
reformadores que tendrá que afrontar el nuevo gobierno, debemos felicitarnos de
que los instrumentos de la democracia, a pesar de los pesares, están actuando
razonablemente bien en nuestro país.
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