Desde
las primeras elecciones democráticas en junio de 1977 hasta ahora, el sentido
de mi voto ha ido siempre en la misma dirección. Primero al PCE y después a IU.
Solo ha habido tres excepciones: en 1986, estando expulsado del PCE, voté al
Partido de los Trabajadores, dirigido por Santiago Carrillo; en las autonómicas
de 1999 lo hice por la candidatura del PSOE encabezada por Cristina Almeida y
en la que figuraban algunos candidatos del partido Nueva Izquierda; y por fin
el pasado mayo he votado a Manuela Carmena para el Ayuntamiento de Madrid.
En
las elecciones generales de este 20 de diciembre, por primera vez en mi vida,
he dudado a fondo sobre mi voto y he cambiado la orientación del mismo. Por
supuesto que deseo que el PP deje el gobierno, ya sea como opción en solitario
o con el apoyo de Ciudadanos. Me gustaría que el próximo presidente del
gobierno fuera Pedro Sánchez, a pesar de las diferencias que mantengo, de la
penosa imagen que nos dio el pasado lunes en la pelea a dos con Rajoy y de las descalificaciones que ha venido haciendo
de Podemos y de Pablo Iglesias, llamándole “comunista”, como si esto fuera un
delito o restregando el apoyo tiempo atrás de gente de Podemos al gobierno
chavista de Venezuela.
Pero
sobre todo quiero un gobierno que haga una política progresista, que se atreva
a afrontar los profundos retos políticos, económicos y sociales que tiene por
delante nuestro país y que sea capaz de
resistir las fuertes presiones nacionales e internacionales que una política de
reformas progresistas arrostraría.
Por
ello mi voto consciente va a ser para PODEMOS.
Cualquiera
que haya leído mis artículos políticos en el último año y medio podrá
sorprenderse, aunque quizás no tanto. Efectivamente cuando surgió PODEMOS,
compartía muy pocas cosas con su entonces aun genérico programa. No estaba de
acuerdo con la descalificación generalizada de lo que consideraban la “casta
política” y mucho menos de la “casta sindical”. No estaba de acuerdo con la
negativa valoración de la transición política ni con el rechazo a la
Constitución de 1978. No estaba de acuerdo con algunas de sus propuestas
estrella, como p.e. la renta básica garantizada para todo el mundo, ni de otras
muchas iniciativas de su programa. Ni tampoco me satisfacían los métodos de
centralismo leninista con los que se comportaba la cúpula del partido.
He
seguido con absoluta atención la rápida e intensa evolución de PODEMOS en 18
meses. Hay quienes la han calificado de oportunista, de giro a la derecha, de
electoralista. Me da lo mismo. En un tiempo de profundos cambios el que
defienda la inmovilidad o peor aún la involución, está condenado a convertirse
en un fósil.
En
mi opinión el equipo de dirección de PODEMOS y de manera muy singular su
brillante dirigente Iñigo Errejon, ha ido concretando sus propuestas, revisando
a fondo las realizadas inicialmente, con la legitima pretensión de llegar a un
electorado que fuera más allá del 10%, (frontera que fue incapaz de atravesar
el PCE e IU), que les permita ser una fuerza determinante en las Cortes y en la
política española y no una aislada y pequeña referencia moral, muy digna pero
inservible en términos de realización de
cambios reales. Además creo que PODEMOS, sin reconocerlo expresamente, ha
aprendido y mucho de lo sucedido con el gobierno de Syriza en Grecia, algo que
otros no han hecho. Y algo muy importante, la dirección de PODEMOS se están
comportando como un equipo con vocación y voluntad de gobierno y no solo de dar
discursos o de adoptar posiciones de corrección política izquierdista.
Es
cierto que sigo sin compartir determinadas cuestiones de PODEMOS, como no
estuve de acuerdo con la sinuosa y prepotente actitud adoptada ante las
peticiones de IU de buscar fórmulas electorales unitarias. Pero ya lo he
escrito y lo repito, no es posible encontrar el mirlo blanco que se ajuste a lo
que uno piensa y considero que unos potentes resultados de este partido puede
ser la mejor garantía para una política progresista en España.
Y
al otro lado del espejo, hoy no me identifico con la deriva de IU, que tras
cuestionar su pasado y en especial las históricas aportaciones a la
construcción de la democracia en España, se ha transformado en un partido con
vocación aún más minoritaria de lo que siempre ha sido. No me reconozco en ese
discurso sectario con el PSOE, ese izquierdismo de propuestas
irrealizables (y lo saben) y en esa imagen absolutamente personalista de su
candidato que, más allá de la esforzadísima campaña que está realizando, en la
práctica ha oscurecido a toda una organización (ante la pasividad de sus
órganos de dirección, todo hay que decirlo).
En
cualquier caso espero que el conjunto de la izquierda logre unos resultados
suficientes para que puedan crear una alternativa de gobierno progresista, que
garantice un cambio profundo en nuestro país y una política solidaria en la
salida de la crisis. Estamos a tiempo de conseguirlo y ello requiere que tod@s
vayamos a votar el día 20, aunque tengamos nuestras dudas y desconfianzas.
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