En los primeros meses de segundo curso
de bachillerato empecé a suspender matemáticas. Mi padre hizo tres cosas: me restringió
drásticamente las salidas con los amigos, me compró una pizarra que colgó en
una pared de mi cuarto y me puso un profesor particular.
Durante varios meses hice cientos y
cientos de problemas, que por cierto guardé bastantes años en un armario
clasificados por sobres. A pesar de todo ello estuve todo el curso renqueando
con las matemáticas, aprobado, suspenso, aprobado, suspenso….El examen final lo
hice bien. Cuando nervioso y asustado recogí el cuadernillo marrón de las
notas, me encontré con un 6. El esfuerzo había merecido la pena.
De pronto me quedé espantado, ¡había
sacado un 4 en gramática! Pensé que tenía que ser un error. No solo no había
tenido suspensos a lo largo del curso en esa asignatura, no solo había hecho un
muy buen trabajo de fin de curso nada
menos que sobre el poema “El Cristo de Velazquez” de Miguel de Unamuno, es que,
además, el profesor, el Padre Juan Navarro, me consideraba uno de sus alumnos
preferidos junto con Membrillera, López Martínez y López-Lago.
Mi padre muy enfadado por la sorpresa me
llevó a verle para que le explicara que había pasado con aquel suspenso inesperado.
Lo que contestó el Padre Juan Navarro me resultó increíble. Vino a decir que
muy mal no estaba, pero que necesitaba reforzar, que me vendría muy bien dar
unas clases de refuerzo en verano y volver a examinarme en septiembre, que
seguro que aprobaba. Al ver mi cara, se despidió diciéndome algo así como
“quien bien te quiere te hará sufrir”.
Mi padre no se anduvo por las ramas.
Contrató un profesor en Xativa, para que me diera clases tres veces a la
semana, de 5 a 7 de la tarde. Mi madre hizo un amago para que fueran menos
o mas cortas, diciéndole que era muy pequeño, que tan solo tenía 11 años, pero
mi padre no cedió. Eran otras formas de educar a los hijos, bien distintas a
las de hoy.
Xativa estaba a cuatro kilómetros de la
finca familiar y desde luego papa no se iba a quedar sin siesta para llevarme o
recogerme con su coche. Así que lunes, miércoles y viernes a las 4 y media de
la tarde me colocaba en la carretera bajo un pino a esperar a que pasara “La
Adzaneta”, el autobús de línea que unía Albaida con Xativa. Supongo que el
conductor se preguntaría que demonios haría ese niño tres tardes a la semana
bajando a Xativa a las horas de mas calor del día, en los dos meses mas tórridos
del año. Porque el calor de Xativa era tremendo (y lo sigue siendo ya que acaba
de dar la máxima de España hace unas semanas).
El profe era muy majo. Acababa de
terminar Filosofía y Letras. Cuando llegaba se compadecía de mi estado
catatónico y me ofrecía un vaso de limonada fría. Pero no solo iba a clase,
todas las mañanas me tiraba al menos una hora haciendo ejercicios.
Mis primos Casesnoves, siempre cariñosos
e ingeniosos, me empezaron a llamar “Nebrija”, en recuerdo del gran gramático
pionero de la lengua castellana.
A principios de Septiembre me mandaron solo
en el “Taft” (una especie de tren Talgo) a Madrid. Me quedé dos días en casa de
mi abuela Esperanza, que como siempre me mimó, me examiné y me volví a Xativa.
A los pocos días recibí una carta del
Padre Juan Navarro dándome la enhorabuena ya que había hecho un excelente
examen, consiguiendo un 9. Fue entonces cuando mis padres me compraron el
regalo que me hacían siempre cuando terminaba el curso y que ese año aun no me
lo habían hecho.
Aquel tardío sobresaliente en gramática
no me sirvió para nada. Todo lo contrario. De mi cerebro desaparecieron íntegramente
buena parte de las reglas gramaticales. Durante más de 40 años ignoré los
acentos y las comas, a pesar del tipo de trabajos a los que me he dedicado y de
las frecuentes advertencias de amigos y familiares, sorprendidos de mi absoluta
falta de interés por ponerlos. Uno de mis colaboradores me dijo un día en público.
“Héctor cuando termina un informe espolvorea unos cuantos acentos y comas y se
queda tan tranquilo”.
Afortunadamente el corrector gramatical
de Google ha reparado en parte, solo en parte, ese rechazo freudiano hacia la gramática española.
Esto me explica muchas cosas.
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