Cuando ya nos acercábamos a la plaza de
toros de Xativa, había hombres gritando “als bous!”,” “als bous!”; unos revendían
entradas y otros refrescos, chucherías diversas o viseras para protegerse del
sol.
A mi padre siempre le gustaron los
toros, incluso viéndolos en televisión. En Madrid en rarísimas ocasiones iba a
Las Ventas, supongo que por el precio de las entradas, pero en Xativa era otra cosa.
En las corridas de la Fira de Xativa, en
pleno mes de agosto, mi tío Eugenio Blasco, alcalde casi permanente, siempre le
regalaba a mi padre entradas y además en muy buen sitio. A él le hacia una ilusión
enorme y a mí, que solía acompañarle, también.
Bajábamos a las cuatro y media, mi padre
con dos puros y una guayabera de estilo cubana, para ir, como él decía, de
“semigala”, que consideraba fresca y veraniega pero elegante; yo con gorra,
camisa y pantalón largo. Aunque estábamos en tendido de sombra, lo cierto es
que hasta bien empezada la corrida daba todavía el sol, ese terrible sol de los
agostos de Xativa.
A mí lo que mas me gustaba de aquellas
corridas era que al estar en asientos reservados a las autoridades, varias
veces pasaba un alguacil con un cubo con hielo ofreciendo refrescos. Yo me
tomaba por lo menos dos o tres “cholecks” de vainilla o chocolate. Mi padre
cervecitas, que alternaba con el humazo de sus puros. Lo segundo que mas me
gustaba era presumir ante mis amigos del sitio preferente desde el que asistía
a la corrida.
Pero la corrida en sí, no me gustaba
nada. Incluso cuando toreaban figuras como Palomo Linares. Era tremendo
escuchar tan cerca y tan nítido los terribles mugidos de los toros heridos o
ver de manera tan clara la sangre que les salía del lomo o de la boca.
Resultaba imposible no sentir compasión por el sufrimiento inútil de los
animales. Creo que a mi primo Javier Blasco, que siempre se sentaba a mi lado,
tampoco disfrutaba con la lenta muerte de los toros.
Y el tío Eugenio también nos invitaba a “la
charlotada”. En ese caso nos acompañaban mis
hermanas. La charlotada, con el Torero Bombero y la Banda del Empastre era maravillosa. Ver salir al ruedo a la
“siempre autentica” Banda del Empastre tocando “Paquito el chocolatero” era fantástico,
con el director de la banda con su inconfundible sombrero de copa, frac, bigote
y perilla y gafas tipo Groucho Marx y los músicos tropezando y haciendo
payasadas. Mi madre no solía venir, porque lo consideraba bastante basto, y razón no le faltaba, entre las perrerías que les hacían a los novillos, las bromas subidas de tono y el barniz escatológico, que tanto divertía al público.
Un espectáculo, que hoy podría ser
considerado “políticamente muy incorrecto”, pero que nos resultaba entretenidísimo y de
hecho seguimos yendo hasta muy adolescentes. Incluso recuerdo que en Madrid en
alguna ocasión mis padres nos llevaron a ver una charlotada en Las Ventas, por
supuesto con la actuación de la “autentica” Banda del Empastre.
Ya de adulto, tuve ocasión de volver a
los toros, siendo Director del INSERSO. La muy peculiar, por decirlo de forma
educada, ONG “ANDE”, hacía todos los años una corrida benéfica en Las Ventas.
Siempre me invitaban y me daban unas cuantas entradas. Siempre disculpaba mi
asistencia, con claro malestar e incomprensión de mi equipo de dirección y les
daba las entradas a mis secretarias, que se quedaban encantadas.
Hasta que un año, mi jefa Amalia Gómez
me indicó que ya era hora de que asistiera alguna vez, y dado que en esa ocasión
ella no podía acudir, lo tenía que hacer yo en su representación. Lo peor no
fue estar en la presidencia de la plaza, sino el tener que compartir sitio nada
menos que con Pilar de Borbón, la hermana del Rey. Era como estar con una de las
hermanas Gilda, del tebeo “Pulgarcito” o en el mejor de los casos con Bianca
Castafiore, la soprano amiga de Tintin y terror del Capitán Haddock. No tengo
palabras para comentar la conversación con ella. Al menos me pasé dos horas forrándome
de canapés y cervezas.
No he vuelto, ni creo que vuelva a los toros
y menos aun a la Plaza de Toros de Xativa, que la han reformado y techado de
tal manera que la gente la conoce por el “platillo volante”. Seguramente es más
útil y más utilizable, pero es cualquier cosa menos una plaza de toros. En
lugar de encontrarte con la Banda del Empastre o con Palomo Linares, esperas
cruzarte con el Capitán Spock y su tripulación de Star Trek.
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