Nadie sabemos cual
puede ser el resultado de las elecciones catalanas del próximo 21 de diciembre.
Las encuestas dan una relación muy equilibrada entre lo que se conoce como
bloque constitucionalista y los independentistas, a expensas de los efectos que,
en el reparto de escaños, tenga un sistema electoral, que al igual que en el
resto de España favorece a las provincias de Lleida y Girona, con menos población
que Barcelona y Tarragona.
Aunque en absoluto es indiferente
qué bloque tenga más votos y más escaños, lo que resulta evidente es que ni uno
ni otro podrá decir que “han ganado las elecciones”. Sería un grave error político
de nefastas consecuencias pensar que por lograr 2, 3, 4, 5 puntos mas o 2, 3,
4, 5, escaños mas han ganado las elecciones.
Hoy por hoy es una
preocupante evidencia que la sociedad catalana esta partida por la mitad y ni
siquiera una abrumadora participación va a poder ocultar o camuflar esa
realidad. Quien quiera gobernar con responsabilidad y viabilidad de futuro, debe
partir de ese hecho.
Por ello en mi opinión la
presidencia de la Generalitat debe ser asumida por una persona con voluntad
transversal, no frentista, dialogante, constructiva, respetuosa de la legalidad
constitucional, con experiencia política, con capacidad de interlocución con el
conjunto de las fuerzas parlamentarias, sindicales, patronales y sociales de
Cataluña y también del conjunto de España.
Sinceramente ese perfil
solo lo tiene Miquel Iceta.
Muy posiblemente en el
llamado bloque constitucionalista Inés Arrimadas obtenga resultados mejores que
Iceta. Es una brillante y valerosa dirigente política, que ha procurado limar
las aristas de otros dirigentes de “Ciudadanos”, incluido el propio Albert Rivera,
cada día más escorado hacia un neocentralismo. Pero Inés Arrimadas no tiene ese
perfil necesario para recomponer a medio y largo plazo la convivencia ciudadana
en Cataluña. Porque su programa, diga lo que diga, no es un programa
socialmente progresista y porque su partido provoca fuertes rechazos en buena parte
de la sociedad catalana. No es una solución pacificadora, sino de volver a un
escenario de confrontación, aunque por supuesto con características muy
diferentes a las de los independentistas.
Y si Arrimadas no puede
jugar ese papel, ¿qué podemos decir del PP que se ha buscado un líder en
Cataluña tosco, derechista, sin carisma alguno, con actitudes a menudo
provocadoras?
El objetivo de los
constitucionalistas debería ser recuperar en los próximos años a ese 25%-30% de
la población catalana, que hace diez años no era independentista y que los
errores, las torpezas, la inacción y la judicialización, primero del gobierno
de Zapatero y sobre todo después los gobiernos del PP, han lanzado en los
brazos de un tradicionalmente minoritario sector independentista.
En el lado
independentista tampoco hay quien pueda desempeñar una función de mediación política
y social. Una vez barridos los representantes de la burguesía tradicional
catalana de los puestos de dirección de Junts per Catalunya, como podrían haber
sido el exconseller Santi Vila o incluso el diputado estatal Carles Campuzano y
una vez destrozada políticamente por la CUP y corroída por la corrupción, la
vieja CIU ha quedado en manos de demagogos, insolventes, populistas,
mentirosos, que ni siquiera saben gobernar una sociedad moderna y compleja como
Cataluña. (La irresponsabilidad y ceguera de la media y alta burguesía catalana
es digna de ser estudiada y analizada con rigor).
Lamentablemente Xavier Doménech
y “Catalunya en Comu”, han quedado arrinconados en medio de la vorágine de
bloques. Las grandes expectativas que en un primer momento tuvo esa nueva
fuerza política, se han desplomado, victimas también de sus vaivenes a menudo
no comprendidos por buena parte de su potencial electorado y cuyo último episodio
fue la inexplicable ruptura del pacto con el PSC en el ayuntamiento de
Barcelona. En todo caso la templanza, la experiencia y la sensatez de Doménech,
podría jugar un papel positivo en la conformación de una alternativa de
gobierno no independentista en Cataluña, si logran convencerse él y los suyos
que Iceta es una buena alternativa, aunque vaya en coalición con Arrimadas. La abstención
de Catalunya en Comu sería de un gran valor y contribuiría a ir superando las
rupturas sociales.
En definitiva lo
miremos como lo miremos, la única oportunidad de superar el bucle del proces y
evitar unas nuevas elecciones es que Iceta encabezara un gobierno de coalición;
con un programa socialmente progresista (que buena falta le hace a las clases
trabajadoras de Cataluña), con voluntad y capacidad de dialogo con la derecha
gobernante en España, con voluntad y capacidad de dialogo con los gobiernos autonómicos
(que van a vivir con evidente suspicacia el inevitable proceso de reforma
constitucional) y por supuesto, con voluntad y capacidad de pacto político y social
con los sectores mas moderados del independentismo. En definitiva, un programa
de progreso, cohesión y modernización de Cataluña, retomando el camino que se
detuvo bruscamente con la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatut
de Cataluña, que degeneró en la deriva independentista de los últimos años.
Además de todo lo
dicho, Iceta es un político de sólida formación socialdemócrata, afable, algo de
los que no estamos sobrados y un político de orientación gay y ya va siendo
hora de que la población LGTBI de nuestro país tenga una merecida oportunidad de
demostrar al resto de la población su indudable capacidad de respeto y convivencia.
En definitiva, yo que no
soy socialista, si viviera en Cataluña, mi voto sería para Iceta.
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