Nadie nos lo creímos.
Ni siquiera cuando los medios de comunicación empezaron a mostrar la terrible
foto. Pensábamos que todo era un montaje de la CIA y de los militares
bolivianos. Hasta que Fidel Castro no lo reconoció públicamente, mantuvimos la
esperanza. “El” no podía morir y menos derrotado en esas condiciones.
Si ya todos éramos
antiyankees, aquello fue la gota que derramó el vaso.
Fui a una reunión a la cervecería
“El Laurel de Baco”, que aún se mantenía en la Plaza de la Moncloa. Estábamos
unos diez o doce de todos los cursos de la Facultad de Derecho. Nos había convocado
Yuyo Mazarrasa, (que por cierto tenía un parecido asombroso con el Che) y Fernández
de Castro, en representación de los Comités Anti imperialistas. Nos explicaron
que la respuesta tenía que ser rápida, masiva y contundente. Se iba a convocar
una gran Asamblea en la Facultad de Filosofía y después iríamos caminando hasta
Princesa, o hasta donde pudiéramos.
Llenamos de carteles
nuestra Facultad convocando el acto. Filosofía estaba a rebosar. Los jeeps de
la policía se encontraban estacionados en la rotonda del Paraninfo. El curso académico
acababa de empezar y aunque se preveía movido, aun no se habían realizado
convocatorias importantes.
Ya no recuerdo quienes
hablaron en la Asamblea, aunque supongo que fueron los lideres universitarios
del FLP, del PCE, de la FUDE y de los ácratas, porque todos se habían sumado.
Fuimos saliendo al
prado que separaba Derecho y Filosofía. Hasta el momento la policía seguía en
su sitio. Yuyo Mazarrasa y algunos más sacaron una gran bandera norteamericana
y empezaron a quemarla entre los gritos y aplausos de los centenares de
estudiantes que estábamos alrededor. Cuando ya casi no quedaban restos de
bandera aparecieron los jeeps, bajándose los policías a toda carrera hacia la concentración.
Empezaron las carreras y a llover piedras. Durante un buen rato seguimos así,
incluso por detrás de Derecho y en la bajada a Económicas. Poco a poco la policía
controló la situación, con más efectivos incluyendo caballos y el helicóptero.
Nos fuimos dispersando, pero sabíamos muy bien a donde teníamos que ir: a hacer
saltos y cortar el tráfico en la calle Princesa y alrededores.
Y allí que nos fuimos,
como otras muchas veces, para desesperación de mi madre, que desde la ventana
del comedor y el balcón veía las carreras, oía el helicóptero, las sirenas de
la policía y los gritos de los estudiantes. Ella siempre temiendo que a su hijo
le pasara algo, aunque su hijo siempre le contestaba que él no sabía nada, que había
estado en clase y luego tomando una caña en “El quinto toro” o en “Zulia”,
hasta que un día le vio correr gritando justo por toda la calle Gaztambide.
El Che, que ya estaba
en nuestras vidas, ocupó el lugar de honor. Mas allá de Lenin, Trotsky, Rosa
Luxemburgo o el otro gran mártir revolucionario reciente, Patricio Lumumba.
Todos teníamos el poster en la habitación, al primero que se lo vi fue a mi
primo José María Maravall, cuando vivía en el segundo piso de mi casa. El Che
estaba presente en todos los actos antifranquistas que hicimos desde entonces.
Era el modelo a seguir, por todos, incluidos la gente del PCE a la que considerábamos
revisionistas.
Conocíamos con detalle
su biografía política; la editorial mexicana “Era” (fundada por exiliados
españoles) sacó un enorme libro con sus escritos y discursos, que compré en “Cultart”,
nuestra librería preferida y que aun conservo. Todavía eran los tiempos en los
que la Revolución Cubana no ofrecía el menor género de dudas para los jóvenes españoles
antifranquistas. El aplastamiento del gobierno de la Unidad Popular y el
asesinato de Salvador Allende, como reacción volvió a revitalizar la figura y
las posiciones de El Che.
Cuando años después empezaron
a abrirse las primeras grietas en nuestra visión de la revolución cubana, le
achacamos los errores a Fidel y de nuevo El Che encarnó la pureza
revolucionaria y liberadora frente a la burocratización impuesta por los soviéticos.
Incluso descubrimos las diferencias políticas entre ellos, que al parecer habían
influido en la decisión de El Che de salir de Cuba, primero a África Central y después
a la Cordillera Andina.
Cuando visité Cuba hace
más de 15 años, quedé abrumado por la omnipresencia de El Che, quizás como una
forma también de decir “El Che construyó y avaló esto”. No me entusiasmo lo que
vi.
En cualquier caso, la
vida y muerte de El Che, mas allá de sus aciertos y errores, es uno de los
hitos del siglo XX y su influencia en millones de hombres y mujeres que querían
cambiar el mundo fue indudable. Y para los jóvenes antifranquistas de mi generación,
El Che fue un gran estímulo para luchar por la libertad y el socialismo. Conservamos
en mi casa su cuadro, aunque ya no está colgado sino guardado en un armario.
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