viernes, 29 de julio de 2016

SEXO Y PECADO, RECUERDOS DEL COLEGIO SAGRADOS CORAZONES (5)


El Padre Justo era muy peculiar. A los alumnos nos caía bien, con su aspecto de sabio despistado. En quinto de bachillerato era el encargado de dar Ciencias Naturales, una de las asignaturas más divertidas y con más actividades en paralelo.

Pero el bueno del Padre Justo tenía una misión especial y podríamos decir que casi imposible: explicar la reproducción de las plantas, animales y seres humanos. Lo hacia inmerso en metáforas y poesía. Afortunadamente a mí me lo había explicado con todo lujo de detalles, cinco años antes, mi primo Fernando. Mi padre algún tiempo después, mientras dábamos un largo paseo en Bixquert, por el campo empapado tras una tormenta y a la vez que buscábamos caracoles, también afrontó la tarea que más pronto o más tarde los padres conscientes y cariñosos tienen que realizar. Intenté hacer lo más corto y fácil ese trago, pero mi padre insistía, todo ello con una explicación muy parecida a la que nos daría el Padre Justo. Y algo similar les ocurrió a casi todos los compañeros de clase.

Por suerte, los niños españoles de aquellos años teníamos amigos o hermanos o primos mayores que de forma mas primaria y menos romántica nos introdujeron en el mundo del sexo. (Lo de las niñas debió ser mucho más difícil, ya que en Primero de Derecho las chicas de mi pandilla tenían una información alucinante al respecto y tuvimos que ser los chicos quienes les tuvimos que aclarar que no se quedaban embarazadas por un beso).

La llegada del sexo a nuestras vidas vino acompañada de una búsqueda febril en el Diccionario de la Real Academia, con resultados desalentadores. Y hay que admitir que, al menos mi generación, no nos enteramos medio bien de las cosas hasta que el Dr. López Ibor en 1968 publicó su best seller el “Libro de la Vida Sexual”. Durante varias tardes, Maye, mi novia de entonces, José María Mohedano y su novia María Jesús, leímos con fruición en casa de esta ultima el famoso libro que habían comprado sus padres. Seguramente si hoy lo volviera a leer me quedaría espantado de muchos de sus enfoques.

Pero el sexo nos trajo un cambio cualitativo en la cuestión del pecado.

Hasta entonces los pecados eran muy sencillos y todos ellos “veniales”: mangar dinero a tu padre, pegar a tus hermanas, insultar a un amigo, decir alguna mentira, retrasar la entrega de las notas y poco más. Y por ello con penitencias muy benignas. Los pecados del sexo eran todos graves o muy graves, según la modalidad de “pensamiento, palabra u obra”.

Confesarse era un momento terrible. Buscábamos diversos subterfugios. El más utilizado era el de “entreverar” los pecados mortales entre la retahíla de pecados veniales, todos ellos dichos muy deprisa, para que el confesor no se diera mucha cuenta. ¡Pero vaya oído que tenían! Otra formula era confesarnos con el Padre Casimiro, el más viejecito del colegio y bastante sordo; tenía unas sospechosas largas filas de solicitantes de su absolución. Lo que resultaba fundamental era confesarse en los confesionarios que tenían las ventanitas laterales, y que por tanto cabía la posibilidad de que el cura no te reconociera, porque había una especie de celosía; la confesión por delante, prácticamente un cara a cara, era un tormento inenarrable.

Y quedaba la última alternativa, confesarse en otra iglesia con un cura desconocido. A este respecto el mejor lugar de los que yo conocía era la parroquia de Santa Rita, con unos confesionarios modernísimos que garantizaban el total anonimato.

Pero confesarse, había que confesarse, porque de lo contrario no podías comulgar. Y en ese caso, si un chico se tiraba días y días sin comulgar, los curas se daban cuenta de que algo pasaba. Aun y así había quienes por unas u otras razones nunca se confesaban y nunca comulgaban, claro que estos chicos no eran muy bien vistos y supongo que estarían en una especie de “lista negra”.

La infracción del sexto mandamiento en sí no era lo peor, lo peor era manifestar al confesor la comisión del pecado. Parafraseando libremente a Jean Paúl Sartre, el infierno no era el pecado, el infierno era confesarlo. Yo confiaba en la bondad de Dios y pensaba que mis pecados antes o después serían perdonados, o en la confesión periódica, o en las indulgencias plenarias de las Misas solemnes de Semana Santa, o en ultimo caso la indulgencia que algún familiar se traía del Vaticano con un cuadrito del Papa. El miedo que yo tenia, era morirme de pronto, en un accidente o de un ataque súbito, sin poder confesarme y por ello con el riesgo de ir al infierno o al menos de pasar una larga temporada en el purgatorio.  

Algunos, como era mi caso, teníamos un problema añadido, “el padre espiritual”. El mío era el Padre Conrado. Un navarro vital, exuberante, de palabra fácil y vigorosa. A mis padres les encantaba, decían que sus sermones eran “muy valientes y avanzados”.

Lógicamente mi confesión semana debía realizarla con él. Y al final terminó por conocerme como si me hubiera parido. Estaba empeñado en que me hiciera sacerdote y me fuera al seminario de Miranda de Ebro, como ya lo había conseguido con mi amigo Tato Marcotegui. Yo tenía mis dudas, unos días más que otros, pero en todo caso no quería defraudarle con mis pecados, por lo que  no había  más remedio que confesarme dos veces, una con él y otra en Santa Rita.

A partir de quinto de bachillerato todos los años teníamos casi una semana de “ejercicios espirituales” en “Los Negrales”. Esos días, además de no tener clase ni deberes, podíamos fumar a mansalva en las habitaciones. Aunque formalmente estaba prohibido fumar en el Colegio, ni por supuesto en el retiro de “Los Negrales”, los curas hacían la vista gorda, ya que era imposible no detectar el olor de 120 chavales fumando en sus cuartos, en los descansos para meditar, por las mañanas al levantarse o por las noches al acostarse.

Algo parecido sucedía en las excursiones, en las que fumábamos en la parte de atrás de los autobuses y desde luego en el campo. Y si eran tolerantes con el tabaco, con la cerveza no es que hubiera tolerancia, estaba totalmente permitida. De hecho una vez montados en el autobús, la primera parada era la fábrica de “El laurel de Baco”, en la plaza de la Moncloa, donde se cargaban decenas de cajas de botellines de cerveza que allí fabricaban  y de refrescos “Orange Crush”. Aun conservo una foto de una excursión al pantano de San Juan, en la que aparece el Padre Juan Navarro despachando cervezas de las cajas que estaban enfriándose en el agua ¡y teníamos once o doce años! Claro que mi padre cuando yo era aun más pequeño, siete u ocho años, algunas tardes me llevaba a dar un paseo con él y terminábamos en la fabrica Mahou de la calle Conde Duque, donde él se tomaba dos cañas y yo una. Eran otros tiempos. Tampoco mi padre era muy rígido con lo de no fumar. De hecho a veces me dejaba dar unas caladas en su pipa de “Amsterdamer”, un tabaco muy aromático. Una vez que salí del Colegio, dejé de fumar y de comprarme aquellas cajetillas rojas de “Tres Carabelas” y nunca más lo he vuelto a hacer. 

En los ejercicios espirituales, conseguía convencer a mi madre de que comíamos muy frugalmente, lo que no era cierto, aunque al ser en Cuaresma no nos servían carne. Con ese pretexto mi madre me compraba tres o cuatro tabletas de chocolate con leche Nestlé y dos botes de leche condensada. Así que para mí era un retiro bien dulce. En los ejercicios había charlas que nos daban los curas más prestigiosos del colegio, el Padre Conrado o el Padre Juan Antonio y además venían otros sacerdotes, generalmente ajenos a los Sagrados Corazones. Creo recordar que estos últimos eran mejores oradores pero también mucho más tremendistas.

Los días de retiro surtían efecto, pero solo un breve tiempo. Volvíamos a casa inflamados de deseos virtuosos. Nos decían que éramos como “recién nacidos”, limpios de todo pecado y que así debíamos procurar mantenernos. Pero como el propio San Mateo recogía en su Evangelio “el espíritu es fuerte, pero la carne es débil”.










sábado, 23 de julio de 2016

CINE Y GIMNASIA, RECUERDOS DEL COLEGIO SAGRADOS CORAZONES (4)




Desde muy pequeño mis padres fomentaron mi interés por el cine. Cuando cumplí seis años mi madre, como regalo, me llevó al cine Infantas a ver la película “La gran esperanza”, italiana, de submarinos y cuando comenzó me asusté muchísimo, creyendo que nos íbamos a ahogar con todo el agua que salía en la pantalla. Con mi padre iba mucho al cine, a ver las de “vaqueros”, que a él le encantaban y a mi madre nada. Mi abuela también, mientras vivió, me llevaba al cine y lo mismo mis tías, en especial la tía Tere. Ir con mi abuela tenia el plus de que íbamos a los mejores cines, montados en su Chrysler norteamericano con chofer y todo (Victoriano) y antes me invitaba a merendar tortitas con nata y fresa. La tía Tere, me llevaba a ver las películas “mas fuertes”, previa consulta a su director espiritual y así pude ver “El Cardenal”, “Becket”, "Lawrence de Arabia" o “West Side Story”, con gran envidia de mis amigos.

Y luego estaba el cine del colegio.    

Todos los jueves por la tarde, como no teníamos clase, ponían una película para los alumnos, pagando claro. El cine del cole no es que fuera una maravilla tecnológica, había dos o tres descansos por el cambio de bobinas y las copias no siempre eran de gran calidad, ni falta que hacía. (La foto que acompaña el post, es muy antigua y en los años 60 la pantalla era mucho más grande). Salvo que estuviera castigado por algún motivo, mis padres me dejaban ir y me lo pagaban aparte del dinero semanal. Fueron decenas y decenas de películas las que vi. aquellos inolvidables jueves por la tarde.

A partir de cuarto de bachillerato, teníamos no recuerdo  si una vez al mes o cada quince días, Cine Forum. Era uno de los momentos que esperábamos con mayor entusiasmo. El responsable era Félix Martialay, militar, periodista, critico de cine y futbol  y de convicciones falangistas. Lo de falangista nos enteramos muchos años después; él nunca nos habló de política en sus clases de cine. Sus clases eran magistrales y la selección de películas fantástica. El gran cine norteamericano de los años 40, 50 y principios de los 60. Después de la proyección había coloquio. No había censura apreciable, mas allá de la que existía con carácter general en nuestro país.

Cincuenta años después todos los amigos de clase, por encima de nuestras diversas ideologías,  coincidimos en recordar con gran aprecio el Cine Forum de Martialay. Por mi parte aun tengo muy vivo el impacto que me causaron tres fantásticas películas, “Los pájaros” de Hitchcock, “El hombre que mato a Liberty Valance” de John Ford y “Conspiración de silencio” de John Sturges. Martialay nos dio a conocer a Howard Hawks, a Raoul Walsh, a Orson Welles, a Elia Kazan, a Minelli, a Billy Wilder, a Fritz Lang, a George Cukor, a King Vidor, a Richard Fleischer…y nos ofreció una visión diferente de las películas de Jerry Lewis, que en aquellos años eran consideradas de tercer  nivel, hasta que la critica francesa le recupero a mediados de los años 60. Por ello mi agradecimiento será eterno, por muy falangista que fuera.

Para mí  la cara opuesta del cine, era la gimnasia. Odiaba la gimnasia y sobre todo “los aparatos”. Creo que jamás conseguí saltar decentemente el potro o el plinto, y más de una vez me pegué un buen morron intentándolo. Mi padre, al que tampoco le gustó nunca la gimnasia, fue sensible a mis quejas y amparándose en que yo tenía los pies planos, mas que planos, valgos, y que usaba plantillas, consiguió que me eximieran de hacer gimnasia, al menos cuando era clase de aparatos. No me sentía  muy feliz quedarme en el aula, entre otras razones porque lo hacía con los que tenían dolencias o problemas físicos de diversa índole y desde luego teníamos que hacer algún deber.

A lo que nunca quise escaparme fue a los ensayos para las demostraciones gimnásticas escolares, que anualmente realizábamos en el estadio Vallehermoso. Aquellos juegos gimnásticos, iban acompañados de una parafernalia claramente falangista. Los ejercicios gimnásticos, sobre todo al final de su preparación cuando ya dominábamos las figuras que realizábamos,  sí que me gustaban y además cada vez que íbamos a entrenar al Vallehermoso perdíamos prácticamente una mañana de clase. Lo único horrible era que en el césped del campo había unas lombrices inmensas, que unas veces pisabas y otras se acercaban a tí mientras estabas con la cara, los brazos o las piernas en el suelo.

El colegio tenía enfrente una tienducha semisótano que se llamaba “La Mona”, porque había un asqueroso ejemplar  haciendo monerías. En “La Mona” se vendía de todo, las más diversas chucherías, cromos, pistones, bengalas, tirachinas y otros aparatejos para jugar. Yo no era muy asiduo, porque no me gustaban ni las pipas, ni los altramuces, ni el regaliz…tan solo alguna vez compraba caramelos “saci”, chufas mojadas y algún trozo de “palulu”. Prefería gastarme el poco dinero que tenía y el que habitualmente mangaba a mi padre, en tebeos. Además la señora que despachaba era antipática y vestía de forma espantosa. Pero muchos de mis compañeros al salir de clase, de camino a casa, recalaban inevitablemente en “La Mona”.

Los cromos y los tebeos los compraba en un quiosco que había en Gaztambide esquina a Rodríguez San Pedro. Hice algunas colecciones de cromos, de películas sobre todo, pero en cambio nunca me enganchó coleccionar las ediciones anuales de los equipos de futbol o de los ases del ciclismo. Mi pasión eran, además de las novelas, los tebeos. Por suerte en mi casa las novelas eran consideradas como un complemento al desarrollo intelectual, tan solo mi padre se enfadaba si entraba de pronto en mi habitación y descubría que debajo del cuaderno o del libro de estudio tenía una novela. Pero sobre todo mi madre me regalaba con frecuencia novelas de Salgari, de Julio Verne o de Guillermo Brown y también todas las entregas de Tintin, algunas en francés. Afortunadamente he conservado casi todas mis novelas infantiles y juveniles y las que perdí, como algunos libros de Guillermo, las repuse ya de mayor. Así que solo me costaban dinero los tebeos.

A finales de cuarto curso todos tuvimos que tomar la decisión, importante para nuestro futuro, de si Letras o Ciencias. No tuve la menor duda y opte por Letras. Fuimos una minoría. De los cuatro cursos, con unos 120 alumnos aproximadamente, poco más de 20 nos decidimos por Letras. En aquel momento todavía no sabíamos que los de la clase de Letras íbamos a vivir de maravilla en nuestra burbuja y que de paso íbamos a forjar unos vínculos de amistad que en buena parte se mantienen cincuenta años después.


Pero no todo iba a ser color de rosa. Teníamos ya 13 años, éramos adolescentes y en nuestra vida cada vez estaba mas presente un invitado misterioso, “el sexo”, que inevitablemente vino acompañado de otro invitado no deseado, “el pecado”. 

domingo, 17 de julio de 2016

BOCADILLOS DE ANCHOAS,RECUERDOS DEL COLEGIO SAGRADOS CORAZONES (3)


Al comienzo de los años 60 en el colegio también se notó que en España algunas cosas estaban empezando a cambiar.

El primer síntoma fue la aparición del camión de la Coca Cola, que periódicamente, ¿una o dos veces al año?, entraba en el patio del colegio, con la alegría general de todos los alumnos. Íbamos bajando clase por clase, y después de una larga cola, que estimulaba más el deseo, nos regalaban a cada alumno una botella.

Otra señal, fue el aparato de Rayos-X. Todos los años nos hacían un reconocimiento de rayos-X, que duraba un buen rato con cada uno y mientras te lo hacían a tí, los de atrás de la fila miraban atentamente tus tripas y pulmones. El único que iba protegido con un delantal de plomo era el médico. Eran otros tiempos. Me supongo que en los 7 reconocimientos que me hicieron en todo el bachillerato, adquirí casi tantas radiaciones como si me hubiera dado un paseo por Chernobil.

Y de vez en cuando, al salir del cole a la hora de comer, en la calle Romero Robledo  había aparcados varios jeeps de policías y en la esquina de la todavía Plaza de la Moncloa con Princesa había grupos de policías patrullando. Parafraseando la canción Ballad of a Thin Man de Bob Dylan, “algo estaba sucediendo en la Universidad, pero nosotros aun no sabíamos que era”.

Efectivamente seguíamos en nuestro mundo feliz. Aprendí a ayudar a misa, y lo hacía muy bien. Me sabía todas las contestaciones en latín (y aun las recuerdo). Lo de ayudar a misa estaba bastante solicitado, porque tenía ciertas ventajas, aparte de que algunos atrevidos echaban algún traguito al vino de misa, ya que después de la celebración te dejaban ir a desayunar al comedor, con lo que entre unas cosas y otras era fácil saltarte la primera clase del día. Lo que más valoraban los curas era que les acompañaras a ayudar a otro lugar, en general colegios de monjas y pequeñas capillas de los alrededores, lo que suponía tener que madrugar bastante más.

Hubo nuevas mejoras arquitectónicas en el Colegio. Las fiestas eran cada vez más rumbosas, con imponentes fuegos artificiales, impresionantes altares en medio del patio, con procesiones con pajes y todo…

Sin duda uno de los acontecimientos mas importantes de aquellos años fue el estreno de la película “Molokai”, que narraba la experiencia del Padre Damian de Veuster, sacerdote belga de la Orden, que inmoló su vida ayudando a los leprosos en una isla perdida del Pacifico. La película, española, interpretada por un guapo Javier Escriva que termina con la cara totalmente deformada, creó una gran simpatía y admiración hacia el Padre Damian, multiplicada por mil en los colegios de los Sagrados Corazones.

Acabamos algo saturados de “Molokai”. No se cuantas veces vimos la película. Durante varios años caía inevitablemente en algún festival, más las veces que se proyectaba en la propia sala de cine del Colegio. A nuestra edad lo que mas nos impresionaba era la enfermedad de la lepra y la posibilidad de terminar como en las dramáticas escenas finales de la película.

Las misiones estaban siempre presentes en las actividades religiosas del colegio, aunque no era una Orden con gran proyección misionera. Una de las formas de colaboración de los alumnos, además del “Domund”, eran las campañas de recogida de sellos que se realizaban periódicamente. Como en tantas otras cosas se estimulaba con la competencia entre los diversos cursos. Se elaboraban una especie de termómetros donde figuraban los sellos que se iban recogiendo en cada clase. Ahora no sé my bien porque razón, desde muy pronto me encargaron a mí el control de la recogida en mi clase, con la ayuda de Membrillera y de alguno más.

Hoy, cuando prácticamente han desaparecido los sellos de nuestra vida cotidiana, no es fácil hacerse idea de cómo conseguíamos miles y miles y miles de sellos. Con los años y dado el buen trabajo, terminamos coordinando la recogida de todo el Colegio. Me recuerdo con Juan arrastrando por los pasillos y escaleras enormes sacos repletos de sellos y llevarlos al despachito de la Asociación de Alumnos. Nuestro altruismo tenía fácil explicación. Las campañas del sello requerían bastantes tareas, que inevitablemente nos libraban de ir a clase. En mi caso había otro inconfesable motivo, que ahora ya puedo reconocer: era un precoz coleccionista de sellos y aunque el 99’9% de los sellos que recogíamos eran vulgares y con la cara de Franco en diversos colores, formatos y precios, de vez en cuando aparecían sellos raros, que ni corto ni perezoso mangaba, eso sí sustituyéndolos por otros, para no disminuir el número final.

Nuestra vida en el cole tenía un momento central, el recreo de media mañana. Bajábamos las clases por tramos de edad, ya que si bien el patio era muy grande, éramos cientos de alumnos, imposible de estar a la vez. Había dos juegos fundamentales: el futbol, en primerísimo lugar y “el rescate” (policías y ladrones). Nunca he visto que una película reprodujera lo que podían ser cinco, seis, siete o más partidos de futbol a la vez (ya que cada clase tenía sus equipos y jugadores) y cómo era posible la coexistencia de cinco, seis o siete porteros en cada portería. Pues ese milagro sucedía todos los días.

Nunca jugaba al futbol, ni sabía, ni me gustaba, ni por supuesto me elegían los capitanes de los equipos. Lo mío era el rescate y no porque corriera mucho, que no lo hacía, sino porque avanzaba hacia mis compañeros prisioneros, camuflándome entre las decenas y decenas de chavales que estaban moviéndose por el patio. No había mejor sensación que llegar y rescatar a un montón, que salían corriendo, aunque eso me costara que me cogieran a mí. 

El clavo, las canicas y las chapas, eran otras diversiones del recreo, a las que, sin ser un as ni mucho menos, me gustaba jugar.

Y el recreo tenía un preámbulo inexcusable, el desayuno en el comedor del patio. Había cuatro posibilidades, bocadillo de chorizo normal, de chorizo de Pamplona, de queso, y de anchoas, además del ¿café? con leche con galletas. Mi preferido era el de anchoas. Nunca me harté de desayunar durante siete años un bocadillo de anchoas y nunca he vuelto a comer en mi vida unos bocadillos de anchoas tan magníficos.

Los bocadillos de chorizo y queso estaban ya preparados cuando bajábamos. Los de anchoas se hacían en el momento. Encima del aparador había una inmensa lata redonda y el hermano cocinero, una vez abierto el bocadillo, iba colocando una a una las anchoas que sacaba con un tenedor, ante nuestra atenta mirada, mientras nuestros jugos gástricos ya no podían contenerse. Íbamos contando el número de anchoas y hay que decir que el hermano era generoso y cuando acababa, con una cuchara esparcía un chorro de aceite y ya los jugos gástricos nos salían por la cabeza. Envolvía el bocadillo en una servilleta gruesa para no mancharnos demasiado, pagabamos el duro  y nos lo daba. Aun siendo un buen pedazo de bocadillo no duraba mucho. Solo por esos bocadillos mereció la pena ir al Colegio.


sábado, 16 de julio de 2016

¡¡¡VIOLETA YA ESTA EN ESPAÑA!!!

Han sido tres años muy largos sin Violeta y sin Javier. Pero han decidido volver a España. Y hoy han llegado a Madrid. Tan alta, tan guapa, tan simpatica, tan divertida, tan lista  y tan cariñosa. Estamos muy contentos de recibirlos y vamos a disfrutarlos mucho.

viernes, 15 de julio de 2016

CONTRA EL TERRORISMO, DEMOCRACIA Y ACABAR CON LA MISERIA


La terrible matanza de Niza, como los continuos y terribles atentados de Irak, Afganistán, Siria, Libia, Turquía, Túnez, demuestran una y otra vez, que las políticas seguidas por las potencias occidentales desde hace mas de 30 años no solo no detienen los brutales ataques terroristas, sino que los acentúan y perpetuán. La permisividad con el permanente conflicto en Palestina, la tolerancia con las dictaduras "amigas" de Oriente Medio, no hacen mas que incrementar el fanatismo. 

La solución no es militar, como sabemos desde la invasión soviética a Afganistan, repetida por los estados occidentales en otros países. Ni siquiera policial o de los servicios de inteligencia, aunque por supuesto tengan un papel que jugar. La solución es resolver de manera urgente lo que genera el fanatismo, que es  la miseria, la pobreza de grandes ámbitos de la población africana y asiática. Sin empleo, sin sanidad,  sin educación, sin vivienda y alimentación digna y desde luego sin democracia, sera imposible aislar y detener el terrorismo islamista.

En el mundo actual es cada vez mas fácil provocar una masacre sea con explosivos, con metralletas o buscando otras formas de matar inocentes como el camión utilizado en Niza. Frente a ello hay que actuar con serenidad, con legalidad democrática, con visión de futuro y sobre todo yendo al fondo de las causas.  

Toda la solidaridad con las victimas, pero nada de apoyar medidas demagógicas o populistas, que se han demostrado inútiles y contraproducentes. 

domingo, 10 de julio de 2016

NUEVOS AMIGOS, NUEVOS CASTIGOS; RECUERDOS DEL COLEGIO SAGRADOS CORAZONES (2)


En primero de bachillerato, cambié de clase y de amigos. Aparecieron Juan Manuel Membrillera, Tato Marcotegui, Miguel Jiménez Aleixandre, Julio Méndez y Alfonso López Lago (un gran tipo que moriría muy joven de una enfermedad tropical).

Membrillera fue (y sigue siendo) mi mejor amigo. El hermano que me hubiera gustado tener, con quien compartí muchísimas cosas, entre ellas las confidencias de la adolescencia, la pasión por la música o el cine, el gusto por la comida o las novelas y tebeos y muchos años más tarde similares ideas políticas. Con Juan pasaba muchos ratos los fines de semana o en su casa o en la mía, o de excursión con mis padres a los ríos en las cercanías de Madrid. También yo me sentía muy a gusto con su familia numerosa. En varias ocasiones vino a pasar una temporada en nuestra casa de Xativa.  

Tato era y es entrañable;  vivía enfrente del cole, decíamos que cuando tocaban la campana para entrar, se levantaba de la cama y venía corriendo; que se sepa siempre llegó tarde a clase. Su padre era un alto mando de los Servicios Especiales de la Policía política y en la primera mitad de los años 60 estuvo mucho tiempo fuera de España. Entonces la casa de Tato se convertía en terreno liberado. Tenía dos hermanas y dos hermanos mayores, con todo lo que eso suponía en aquellos tiempos, fumar, copitas, revistas, y encima Don Gregorio se había traído de Alemania un apabullante aparato de Alta Fidelidad y cuando escuchábamos la “Obertura 1812” de Tchaikovsky parecía que estuviéramos en el Kremlin. Si quedábamos en su casa para estudiar, jamás abríamos los libros.

El padre de Tato siempre disponía de cinco entradas en todos los cines y teatros de Madrid. Solo había que llamar a su secretaria y reservar el día, el cine y la sesión. Tato quedaba con nosotros, habitualmente Juan, Rafa Martínez, Julio y yo. Llegábamos a la taquilla del cine, el decía muy serio: “Dirección General de Seguridad, Sr. Marcotegui” y le daban un sobre con las entradas, siempre estupendas. Más de una vez nos ocurrió que después el acomodador no quisiera dejar entrar a Tato, porque era bajito y la película era para mayores. Fue especialmente duro cuando algunos años después, en el cine Arguelles,  se quedó en la puerta y nosotros pasamos a ver la primera película de James Bond, con la deslumbrante Ursula Andress.

En los cuatro primeros cursos de bachillerato, junto a los Padres prefectos, Daniel, Juan Navarro, José María Agra y José Miguel (Chemi), aparecieron los profes seglares: Ambros de dibujo, Ursicino de matemáticas, “Nikita” de Latin, Artiles de Griego, Canal de francés. Y así como con los curas en general aprendí bastante, con los seglares hubo de todo. En dibujo fui un autentico desastre, suspendía con cierta frecuencia, y eso que mi madre me hacía en casa los dibujos más difíciles. En matemáticas también me estrellé y solo con la ayuda de un profesor particular que me pusieron mis padres, y cientos y cientos de problemas y ejercicios que conservé largos años, pude ir saliendo del paso y aprobar la revalida. De física y química, ni me enteré entonces ni nunca.

En cambio Nikita y Artiles, a pesar de su mal genio, no solo me enseñaron sino que hicieron que me entusiasmara el latín y el griego y que incluso algún verano, ya más mayor,  pudiera dar clases a amigas, a Carmina, a Inés, a Ethel.

Mención especial merece el Padre Juan Navarro, que, a diferencia de casi todos los demás curas que o eran navarros, aragoneses o castellanos, el era mediterráneo, de Alicante. Tuve con él una relación de admiración y rabia. Nos descubrió la literatura española del siglo XIX y XX y lo más insólito, la música española del siglo XX y muy en especial su paisano Oscar Espla. Algunos jueves por la tarde nos llevaba a tres o cuatro de la clase al Museo del Prado, al Retiro, al Zoológico, al Botánico. Le encantaba hacer fotos. Me pidió un trabajo para fin de curso sobre el poema de Miguel de Unamuno, “El Cristo de Velazquez”, que con once años, sin Google ni Wikipedia, me tuve que trabajar a fondo. Me lo valoró mucho.

Sin embargo, todo lo que me guío y enseñó en el terreno de la literatura, se convirtió en un absoluto caos en la gramática. En definitiva en junio me suspendió en Lengua y Literatura, lo que me llenó de rabia. (Ya he contado en otro post del blog, lo que me supuso ese verano castigado en Xativa). En septiembre logré un nueve, pero el mal estaba hecho y mi cerebro se negó a asumir las reglas gramaticales hasta hoy.

Hubo más cambios. Ya éramos físicamente más mayores y los castigos empezaron a ser distintos. Reglazos en los dedos, pellizcos, tirar de las patillas, tortazos, dar con el silbato metálico en la cabeza (mi precoz calvicie tuvo algo que ver con ello). El peor castigo físico, al menos para mí, era pasarte de rodillas la clase o media clase; el suelo de las aulas era de terrazo y aunque de vez en cuando barrían, estaba lleno de tierra y piedrecitas del patio que subíamos en los zapatos tras los recreos. Con el peso se iban incrustando en las rodillas, íbamos todavía con pantalón corto, y era una autentica tortura china. Al levantarte tenías que quitarte las piedrecitas de la piel.

No era de los más castigados, más altos en el ranking estaban Rafa Martínez y Lope Serrano, pero estaba bastante arriba. Todavía mis amigos se acuerdan de un tortazo soberano, “premiun” se diría hoy,  que me dio Nikita por copiar en un examen de latín.

He pensado mucho sobre aquellos castigos físicos y tengo sensaciones encontradas. Para empezar no generaba en nosotros, mas allá de la rabia y del dolor del momento, una reacción de ser victima de una injusticia, porque siempre que nos sacudían “algo habíamos hecho”, nos parecía hasta cierto punto normal. El castigo físico no producía rencor ni en el profe ni el alumno. El mismo Nikita que casi me deja la cara del revés, me dio sendas Matriculas de Honor en quinto, sexto y preu y yo le tenía un gran aprecio.

O alguno de esos curas, como “El Chemi” que me levantaba en vilo tirando de mis patillas, luego cuando tenía que ausentarse de clase y dejarnos solos, con frecuencia me encargaba de “que vigilase y apuntara en una lista a los que hablaran”. No solo no apuntaba a nadie, es que además tenía una llave de mi casa que abría las mesas de los profesores y aprovechaba para sacar los grandes cuadernos donde tenían apuntadas las notas del mes, y para satisfacción de mis compañeros las leía en absoluto silencio, mientras uno estaba en la puerta vigilando para cuando regresara el cura.

Además estaban los castigos “normales”, como quedarse en clase a la hora del recreo o por la tarde o encargarte ración extra de problemas, ejercicios o traducciones. Y los castigos colectivos, como pasarnos el recreo dando vueltas al patio en fila india o uno más divertido, cuando nos ponían a lo largo de los muros del patio, de cara a la pared, que era de ladrillo visto asentado en masa de tierra y cemento. Entonces sacábamos los largos clavos de jugar al “clavo” y con ferocidad de termitas, nos poníamos a arrancar la masa, haciendo enormes agujeros. Nunca se dieron cuenta y nunca entendimos como no terminaron cayéndose los muros.

Creo que vivíamos el castigo, como consecuencia de que “no habías sido lo suficiente espabilado y te habían pillado”, una especie de relación “redistributiva”. También es verdad que alguna vez y algún compañero, de los más rebeldes, podían llevarse más de lo que les correspondía y se rompía esa relación “redistributiva”. En todo caso, el castigo era la excepción y no la regla y prácticamente todos lo pasábamos bien en el Colegio, al menos hasta que llegó la plena adolescencia.

(Yo estoy en la foto inferior. El niño de cara redondita que esta a la derecha del Cura)


martes, 5 de julio de 2016

"AHORA Y SIEMPRE": RECUERDOS DEL COLEGIO SAGRADOS CORAZONES (1)


Estos últimos meses han sido de excesivo protagonismo de la política en el blog. Motivos ha habido de sobra. Ya estamos en pleno verano y aunque los problemas de nuestro país siguen sin resolverse, va siendo hora de tomarse un cierto descanso y tratar otros temas.

En estos días hace 50 años que terminé mis estudios en el Colegio de los Sagrados Corazones de Martín de los Heros. Una buena ocasión para retomar algunos recuerdos de aquel tiempo. He empezado a escribir y se alarga y alarga lo que me gustaría contar. No voy a tener más remedio que ir repartiendo en varias entregas en las próximas semanas, siguiendo un cierto orden cronológico.

Mis padres querían que fuera a Los Jesuitas de Alberto Aguilera, no encontraron plaza y se decidieron por los Sagrados Corazones, que aun estaba mas cerca de mi casa  y que recientemente habían ampliado y modernizado. El primer día de clase me llevó mi madre. Al entrar en el gran patio de los recreos,  me colocó en la fila de los que por su tamaño ella pensaba debía ser la que me correspondía. Estaba tan emocionado, deslumbrado y asustado que no se me ocurrió preguntar si esa era la clase de “Elemental”.

Al tercer día, el Padre Cirilo, al ver que yo nunca respondía cuando pasaba lista, me preguntó el apellido, no me encontró y me dijo si estaba seguro de estar matriculado en “Medio”, al contestarle que mi curso era “Elemental”, me cogio de la mano y me llevó a ver al Padre Rafael. Cariñosamente comentó “este chico quería adelantar un año, pero como no se puede, aquí te lo dejo”. Resuelto el primer percance de mi vida escolar, el segundo fue entender en que consistía trabajar en grupo.

Al entrar en mi nueva clase, acababan de empezar la lectura de “El Libro de España” (una publicación fascinante que de por sí merecería un post propio y que por desgracia no he conservado). Abrí el libro y me puse a leerlo a mi ritmo, porque me aburría escuchar a algunos de mis compañeros. Cuando el Padre Rafael me señaló, “ahora sigue tu Maravall”, el desconcierto fue general, iba cinco o seis hojas por delante. El Padre Rafael, sin malos modos, pero con firmeza, me dijo “esta visto que tienes mucha prisa en todo”.

Aquellas dos experiencias fueron decisivas en mi adaptación y socialización en el cole. Mi mundo ya no era mi mundo, sino que lo compartía con muchos más niños.

Pronto tuve amigos. Los dos primeros fueron lógicamente los que vivían cerca de mi casa y volvía con ellos andando: Javier López Martínez y Álvarez Lucas, en cuya carnicería compraba mi madre.

El tercero fue Antonio Villaverde. Vivía en un piso magnifico en Rosales y fue el primero de clase, al menos que se supiera, que tenía televisión. Los sábados por la tarde, después del cole, me invitaba a su casa. Su madre nos preparaba unos estupendos bocadillos de chorizo o de lomo (son burgaleses) y nos sentábamos a ver la tele. Recuerdo, como si fuera ayer mismo, el impacto que nos causó la serie, teatralizada, de “Veinte mil leguas de viaje submarino”, con Paco Moran haciendo del malísimo Capitán Nemo. Cuando acababa cada capítulo, nos provocaba una ansiedad de qué pasaría, y eso que los dos nos habíamos leído la novela y sabíamos cómo terminaba. Así era la tele, en blanco y negro, para unos niños de siete años en 1956.

Tengo recuerdos ya muy difusos de los tres primeros años del cole. Incluso no me acuerdo del nombre de los Padres prefectos de “Medio” e “Ingreso”. Por supuesto hay excepciones. La Primera Comunión, que sí tengo bastante definida y mi preocupación del día anterior de que se me quedara atascada en la garganta la “sagrada forma”, con todo lo que ello supondría. No se me ocurrió otras cosa que “ensayar” con oncitas redondas de chocolate, que me facilitó Consuelo Guasp, la costurera de la familia. Falsa alarma, todo fue muy bien.

Recuerdo excursiones a El Escorial, donde la Orden tenía un enorme Seminario, al Pantano de San Juan, a la Boca del Asno o a Aldea del Fresno. En las excursiones los Curas jugaban con nosotros muchísimo y con el paso del tiempo he comprendido que la mayoría eran todavía muy jóvenes, entre 25 y 35 años y por tanto con muchas ganas de pasarlo bien, aunque fuera con niños pequeños.

También he hecho esfuerzos por recordar señales de politización; lo he hablado con los amigos, he repasado fotos, y la conclusión es que cuando nosotros empezamos, el franquismo simbólico ya no estaba explícitamente presente en el colegio. No se veían fotos de Franco ni de José Antonio Primo de Rivera, aunque en el pasado sí las había habido. En las aulas, además de grandes mapas colgando de las paredes y del Crucifijo, había un cuadro de la Inmaculada y otro del Padre Damian, el gran símbolo de la Orden. Algún profesor llevaba en la solapa la insignia de haber sido “alférez provisional” o “voluntario de la División Azul”, aunque no recuerdo que nos hablaran de ello o de política en general.

Todo ello tiene su merito teniendo en cuenta que por la ubicación del colegio, la mayoría de los alumnos eran hijos de militares del ejercito de tierra y del ejercito del aire. Es posible que en esa temprana despolitización influyera el que fuera una Congregación francesa y que en la Guerra Civil, aunque tuvieron algún sacerdote asesinado, la persecución religiosa no les alcanzara mucho.

Por supuesto tengo muy presente cuando en el recreo bajábamos en fila al patio y el Padre Prefecto gritaba "Honor y gloria a los Sagrados Corazones de Jesús y de María" y nosotros aun mas fuerte respondíamos "Ahora y siempre" y entonces rompíamos filas.

Fui ampliando el circulo de amistades, con Galán, cuyo padre tenía un enorme taller de carpintería en Fernando el Católico; con Aramburu Maqua, siempre nos sentábamos juntos en clase y nos repartíamos los deberes, el hacía las matemáticas y yo la historia y geografía.

En el Colegio, como en el campo, teníamos nuestros ciclos, casi todos de índole religiosa. 

Los primeros días de octubre eran el reencuentro después de más de tres meses de vacaciones. Contarnos lo que habíamos hecho. En la segunda quincena de octubre la campaña del “Domund”, en que recorríamos el barrio con las huchas pidiendo para las misiones. Yo solía quedar el primero de la clase en recaudación, no por meritos propios, sino porque mi abuela Esperanza, mi tías Tere, Casilda y María Luisa y por supuesto mi madre, me daban mucho dinero. Recuerdo la cara de estupefacción de los compañeros de clase cuando por el agujero de la hucha empezaban a salir billetes de quinientas y hasta de mil pesetas. El premio era quedarme la hucha, de las que llegue a tener un montón, aunque ahora solo conservo una.

A principios de diciembre llegaba la novena de La Inmaculada, patrona del Colegio y que culminaba con una gran fiesta. También se celebraba el concurso de dibujo y pintura, al que siempre me presenté, ayudado por mi madre, y sin que jamás me llevara premio, accésit o mención.

En los primeros meses del año, empezábamos a entrenar para participar en los juegos gimnásticos en el estadio Vallehermoso, que se realizaban en primavera. Antes de Semana Santa cubrían todas las imágenes de la Iglesia con velos morados, lo que resultaba muy impresionante. El primer domingo de mayo y como inicio del mes de María, hacíamos el Rosario de la Aurora, recorriendo el barrio en Procesión a las siete de la mañana, rezando y cantando.  Por fin en Junio, antes de los exámenes, tocaba la peregrinación al Cerro de los Ángeles, en la que había tres modalidades de participación. Los muy esforzados iban andando desde el Colegio, algo que yo nunca hice. Los medianamente esforzados lo hacían desde la Plaza de Legazpi y los vagos, a los que los autobuses que ponía el colegio dejaban al pie del Cerro. Hasta cuarto de bachillerato fui en el batallón de los vagos, hasta que por miedo a la revalida y a los exámenes finales, empecé a sacrificarme marchando desde Legazpi.


Y el curso acababa con un festival o en el Palacio de la Música o en otro gran cine de la Gran Vía, con actuaciones, entrega de premios, rifas y peliculón. Durante años sentí tremenda envidia porque nunca fui admitido ni en la escolanía, ni en los grupos de teatro ni en la banda de guitarras y bandurrias. Me debían considerar un negado para las bellas artes. 

viernes, 1 de julio de 2016

DIA DEL ORGULLO GAY: CELEBRACIÓN, REIVINDICACIÓN Y SOLIDARIDAD


Un año mas celebramos el día del Orgullo Gay. ¡Cuanto camino ya recorrido para lograr la igualdad de derechos de las personas Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales y sin embargo cuanto nos queda por recorrer!

Por segundo año consecutivo en la fachada del Ayuntamiento de Madrid ondea la bandera del arcoiris gay. Es un motivo de alegría y satisfacción. Pero también este último ha sido un año en que se han sucedido las agresiones, de diversos tipo, de carácter homófobo, en las  calles de nuestra ciudad y de otras ciudades y pueblos de España. Además los informes y encuestas de COGAM y otras instituciones defensoras de los derechos LGTB, siguen mostrando, que a pesar de avances y mejoras, el acoso escolar esta muy presente en los centros educativos. También revelan las enormes dificultades, cuando no autentico miedo, que tienen miles de adolescentes de nuestro país a mostrar a sus familias  y amigos su condición de lesbiana, gay, transexual o bisexual. Y eso que el nuestro es uno de los países del mundo a la cabeza del reconocimiento de derecho y de aceptación y normalización social.

Un día como hoy no podemos olvidar que en decenas de países, algunos en la propia Europa, ser LGTB es un factor de discriminación, limitación de derechos, incluso de abierta persecución. Por no hablar de tantos estados que castigan penalmente, hasta con la muerte, a quienes se atreven a mostrar su identidad afectiva y sexual.   

Un día por tanto de fiesta, de celebración de las victorias conseguidas, pero que no puede olvidar o camuflar su  carácter reivindicativo y solidario.